36. De bestia a enamorado

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Abrieron la puerta tan apresurados que terminaron estrellándose contra sus propios cuerpos, pero por lo adormecidos que se hallaban gracias al alcohol, no sintieron dolencia.

Se besaron calurosamente mientras se movieron a un tardo compás por la habitación, conforme sus manos se tocaron y se reconocieron bajo la oscuridad del dormitorio.

Se estrellaron contra la cama y si bien Lexy se echó a reír feliz por toda torpeza que mostraban, terminó ahogando un gritito asustado cuando el hombre la levantó desde las piernas y la lanzó a la cama con tanta fuerza, que su cuerpo rebotó en el centro del colchón.

La muchacha se quedó tirada en la cama, temblorosa y entusiasmada, se levantó en sus codos para mirar al hombre frente a ella y se le acabó la respiración cuando éste se desnudó con lentitud, derrochando esa sensualidad masculina que lo caracterizaba y diferenciaba del resto de hombres que conocía y como si la cosa no pudiera ponerse peor para ella, el hombre se humedeció la mano y los dedos con la lengua y se masturbó algunos minutos, mirándola desde la distancia con sus profundos ojos negros.

—Joseph —gimoteó excitada y es que la mirada del hombre la tocaba desde la distancia, la acariciaba con efusión y delineaba cada curva de su cuerpo con un goce que la hizo estremecer.

Dejó de lado toda incertidumbre cuando su mano viajó por sus muslos y levantó el vestido rosa intenso que llevaba para tocarse también y deleitó a Joseph con ese juego del que se hacía participe. Se tocó con profundidad, con los ojos cerrados, disfrutando de lo bien que se sentía recorrerse a ella misma, explorar y explotar sus propios límites.

—Lexy —gruñó él desde la distancia y dejó de masturbarse para verla a ella.

Era una diosa maravillosa, dueña de su cuerpo, de su intimidad y sus propios deseos. Era única y asombrosa, tanto, que tuvo que arrodillarse frente a ella —semidesnudo— y admirarla con la boca abierta.

Le quitó los zapatos con cuidado y continuó por bajarle los tirantes del vestido, esa simple y delgada prenda que empezaba a estorbar en su camino, mientras le besó los hombros con lentitud, fundando más sensaciones extraordinarias en ella.

Se acomodó a su lado y sus manos subieron por su desnuda cintura, recorrieron su abdomen y terminaron en su monte de venus. No se atrevió a tocar su sexo y dejó que sus propios dedos exploraran su cuerpo, mientras sus labios besaron sus muslos y rodillas, incentivándola de otro modo, uno menos invasivo.

—Jo-Joseph —chilló la chica y apretó los muslos con fuerza cuando llegó al orgasmo y contuvo la respiración al concebir que ella misma lo había provocado, tocándose y masturbándose como nunca había hecho.

Las mejillas se le atestaron de calor en cuestión de segundos y si bien su mente quiso hacerla sentir avergonzada, Joseph no le dio tiempo para pensar en nada y se vio forzada a contener un profundo quejido cuando el hombre le levantó las piernas por encima de su cabeza y hundió su boca en su intimidad, comiéndole el coño apetencia.

Lexy se dejó caer contra la cama con fuerza y respiró acelerado, ambicionando comprender toda sensación a la que su cuerpo se exhibía. Cerró los ojos y respiró con discreción, mientras las piernas le temblaron sin control.

Acomodó sus pies en los hombros semidesnudos de Joseph y dejó que su lengua se hundiera en su interior una y otra vez, mientras contuvo una risotada que se originó producto del placer que empezaba a sentir.

Joseph se sorprendió de la forma en que sus cuerpos se acoplaban y mientras le hacía sexo oral, pensó en su vida antes de Lexy; era tradicional y se atrevía a decir que, hasta casi aburrida, pero con Lexy la cosa era diferente. La muchacha tenía y le transmitía una energía que jamás había sentido y no se trataba solo de la cama y del sexo, se trataba también del romance, ese sentimiento que empezaba a extrañar.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora