30. Los dramas de Lexy

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La pareja continuó con el viaje por la carretera con normalidad, decididos a no detenerse otra vez. Les quedaba un largo recorrido por delante.

Escucharon música mientras Joseph le habló a Lexy sobre las novedades que encontraría en la gran ciudad y compartieron una gaseosa fría para despertar en tan fatigosa noche.

Le explicó con lujo de detalle el trabajo que debía realizar en las reuniones de la mañana, los desayunos grupales y las capacitaciones después de almuerzo.

Hizo principal énfasis en que dormirían en habitaciones separadas, puesto que no podían exponerse con la junta directiva cerca y alentó a Lexy a que paseara por los alrededores en su ausencia, a que se divirtiera y explorara la gran ciudad con libertad.

La joven se desanimó notoriamente cuando Storni le explicó que posiblemente pasaría muchas horas en reuniones con la junta directiva y que Anne Fave estaría allí, obstaculizando todos sus planes.

—Tal vez no debería haber venido, Anne Fave es intimidante —respondió ella de malagana y Joseph se rio a su lado. Acomodó una mano en el volante para tocarle el muslo con la otra—. Es que es tan alta, tan acinturada y linda, y yo... yo soy tan yo.

Se desinfló como un globo y le consagró un dulce puchero a Joseph, quien terminó más cautivado por sus sentimentales cualidades.

—¿Y qué tiene de malo ser tú? Yo te veo bien...

—¿Es una broma? —preguntó ella con sátira y volteó en el asiento para mirar a Joseph con cólera—. Tengo piernas cortas, cabello pajoso y con suerte se me marcan las caderas.

—Lexy, estás ciega —respondió Joseph y suspiró aliviado cuando a la distancia divisó una llamativa señalética que concedía una amable bienvenida a la ciudad empresarial—. Ya llegamos —explicó y la charla se acabó cuando Lexy clavó su mirada al frente.

Con lentitud, una aglomeración de luces de colores apareció ante sus ojos y la muchacha se quedó maravillada con lo que veía. De reojo observó el reloj del estéreo y se asombró de la hora. Ya pasaban de las cuatro de la madrugada y aunque había tenido un agitado fin de semana, no tenía pizca de sueño.

—Voy a tomar un atajo, estoy muy cansado y necesito dormir —explicó Joseph y desvió su camino desde las agraciadas luces que guarnecían toda la ciudad.

Lexy no refutó sobre lo que Joseph decía y, si bien, las luces desaparecieron para la sorprendida muchacha, sus ojos se encontraron con una elegante zona de altos edificios plateados que les recordaron a todas esas series que veía en la televisión.

El coche paseó frente a un hermoso hotel y, aunque estaba completamente enmudecida por la excentricidad de su entorno, se echó a reír cuando Joseph aparcó frente al hotel y cogió una tarjeta del inicio del estacionamiento, mostrándole el lugar exacto en el que se hospedarían.

—¡No puedo creer que vamos a hospedarnos aquí! —chilló de emoción y dio saltitos sobre el sofá del coche producto de la felicidad.

—Me alegra que te guste —respondió él y Lexy se quedó mirándolo con gracia—. Te reservé una habitación muy especial —continuó y levantó su mano para dedicarle un tierno y lento beso en los nudillos.

La muchacha quiso contestar a sus palabras y gestos, pero su privacidad fue interrumpida por un dependiente del hotel, quien los saludó con cordialidad y por sus apellidos y los invitó a descender del auto para guiarlos por el lugar.

—Estábamos esperándolo, señor Storni —saludó la elegante recepcionista y tras intercambiar miradas con Joseph, observó a Lexy, quien sonrió en respuesta—. Mucho gusto, señorita Bouvier.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora