47. La familia Bouvier

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Regresar a la ciudad natal de Lexy no resultó para nada agradable.

La pareja estuvo en silencio durante casi toda la mañana y solo intercambiaron una que otra palabra cuando se detuvieron en un pequeño comedor de comida casera.

Joseph atendió a Lexy como todo un caballero y le compró jugo natural de papaya y dos empanadas rellenas de queso y camarones, todo para consentirla, para robarle, aunque fuera una sonrisa.

Ella recibió toda su amabilidad con una inusitada alegría, pero con los ojos opacos, situación que intranquilizó al hombre y que lo hizo entender lo complicada que la muchacha se hallaba.

Para Lexy, regresar significaba perder la batalla y es que todos sus demonios estaban allí, esperándola para una guerra.

No recordaba muy bien cuándo había sido la última vez que se había enfrentado a sus padres y como era de esperarse, no tenía ni la más mínima idea de cómo iba a resultar todo lo que habían planeado la noche anterior.

Lexy usó la música como escape a las preguntas y miradas que Storni le dedicaba y cantó en voz alta durante el resto del viaje, sacando la cabeza por la ventana, permitiendo que el aire frío le chocara en la cara y le congelara así hasta los pensamientos.

No fue así cuando Joseph bajó la velocidad e ingresó en la vía alterna que los llevaría hasta la zona baja en que Lexy y sus padres vivían. La muchacha apagó el estéreo y su boca se apretó con tal fuerza que Joseph estuvo seguro de oír sus dientes rechinando por todo el silencioso automóvil.

La cosa se puso más tensa cuando el hombre aparcó en las afueras de la propiedad de la muchacha y tras apagar el motor, no tuvo muchas opciones ante las ilógicas ideas de la nerviosa joven que viajaba a su lado.

—¿Por qué no? —preguntó Joseph, un tanto ahíto por los cambios en Lexy.

Le había dicho que mejor no ingresara junto a ella y que prefería arreglar las cosas con sus padres a solas, donde pudieran gritarse y ofenderse sin miedo o contención a su presencia.

—Porque vamos a hablar de lo que Esteban me ha estado haciendo, no sé si sea bueno que estés allí.

—¿Te ha hecho algo qué no me has dicho? —quiso saber, apretando los dedos alrededor del volante de cuero.

Lexy lo miró con aprensión y negó con la cabeza, intentando mentirle al hombre, cuando también se mentía a ella misma.

Joseph se tocó la crecida y perfecta barba con las dos manos y se frotó el rostro de arriba abajo en señal de frustración. Fue un momento de descontrol y por algunos segundos quiso gritarle a Lexy a la cara, pero se contuvo, se tragó toda su mierda para no ofenderla, para demostrarle que estaba de su lado.

—Mejor ve a casa, amor —pidió ella con dulzura y Joseph la miró con seriedad—. Te llamo en cuanto todo acabe —siguió y el hombre asintió con seguridad, siendo tan obediente como silencioso.

—Voy a estar esperando tu llamado —contestó cuando la joven le besó la mejilla y se preparó para bajar.

Se abrazaron algunos segundos a modo de despedida y Joseph le acarició la espalda y la nuca con dulzura, grabando su piel entre sus dedos.

La muchacha descendió desde el auto con su maleta entre las manos y se miraron a través del cristal; ella esperó algunos segundos a que el automóvil de

Joseph desapareciera por el final de la calle para ingresar a la propiedad de sus padres, lista para enfrentar la verdad.

Apretó el tirante de su maleta con fuerza y el cuerpo le tembló cuando entendió que no había vuelta atrás y que estaba tan sola como asustada.

Siempre míaWhere stories live. Discover now