35. Un castillo para una princesa

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Tras casi una hora, regresó con Anne y le mintió cuando le dijo que había ido a recorrer los alrededores.

Juntas abandonaron el salón de belleza y encontraron en una pequeña cafetería que las mantuvo entretenidas mientas charlaron hasta que el sol se fue y Lexy empezó a impacientarse por su próxima cita con Storni.

Por la hora, prefirieron regresar al hotel en un taxi y sus caminos se separaron cuando subieron al elevador.

Anne se distrajo con un par de jovencitos que iba a cenar y Lexy se distrajo cuando recordó que no había llamado a sus padres para tranquilizarlos.

—Que descanses —siseó Lexy en el piso cinco y se mostró ansiosa por bajar.

—Mañana iré por ti, ten una linda noche —respondió Anne, sonriente.

—Sí, sí, tú igual —ignoró nerviosa y en cuanto las puertas del elevador se cerraron, se echó a correr por el pasillo como una cría descontrolada.

Ingresó a su habitación a tropezones y buscó su teléfono móvil. Evitó leer los mensajes de sus padres y llamó de inmediato a su casa; con el teléfono pegado entre la oreja y su hombro, vació la mochila que llevaba en la espalda y estiró el vestido encima de la cama.

—¡Lexy! —escuchó al otro lado la voz de su padre y se alivió al entender que podría hablar con ellos—. Qué bueno que llamaste, ya empezaba a buscar el número de tu jefe en la guía telefónica.

—Ay, papá —se avergonzó y caminó al cuarto de baño con prisa para prepararse un baño—. Lamento no haberte llamado en la mañana, pero anoche llegamos muy tarde y me tomó trabajo dormir. En la mañana me quedé dormida y tuve que salir corriendo a las reuniones y capacitaciones —habló con tanta prisa que no dejó a su padre respirar y se sintió fatal cuando entendió que gran parte de su parlotearía, era mentira—. Ahora tenemos una cena grupal y debo prepararme para ello, estoy un poco atrasada, pero estoy bien, estoy muy bien —repitió nerviosa.

—Me alegra escucharte bien, hija, llámanos en cuanto puedas, por favor —pidió su padre con una cansada voz—. Mamá y la abuela te mandan saludos —siguió y Lexy se detuvo en la mitad del cuarto de baño.

—Besos para todos —contestó y cuando quiso investigar acerca de Esteban, su padre finalizó la llamada, dejándola con un gustito amargo en la garganta.

Lanzó el teléfono a la cama y se desnudó en el camino. Se sumergió en la bañera con agua caliente y se lavó cuidadosamente mientras tarareó una canción de Adele. Se secó con una toalla con prisa y se envolvió el cabello con la misma.

Buscó cremas olorosas entre sus productos de aseo y se aplicó desodorante con precisión, pues no quería arruinar el vestido con el exceso de cosmético.

Se secó y alisó el cabello y mientras buscaba su bolso con maquillaje en su maleta, alguien llamó a la puerta, extrayéndola de toda labor que realizaba.

—¡¿Quién es?! —gritó y miró el vestido que seguía estirado en el centro de la cama.

—Lexy, soy yo —respondió Joseph y corrió a la puerta para escuchar mejor—. ¿Estás lista?

—¡Cinco minutos, por favor! —respondió y no abrió la puerta, pues quería darle una sorpresa.

Se acomodó el vestido frente al espejo y se acomodó los delgados tirantes por los hombros. Era increíble que esa colorida chica en el reflejo del espejo fuera ella y se tocó los labios con la punta de los dedos cuando los notó llenos de color y sin nada de maquillaje.

Se acomodó los zapatos con rapidez y caminó hasta la puerta con decisión, cargando entre sus dedos solo la tarjeta de entrada a su habitación.

Abrió la puerta con un rápido movimiento y se centró en Joseph, quien lucía guapísimo y elegante. El hombre no pronunció palabra, pero si una vocal que alargó hasta que se quedó sin voz.

Siempre míaWhere stories live. Discover now