11. Preocupado

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Joseph condujo un par de manzanas en silencio, ignorando las preguntas de su hermana y se estacionó en una zona cercana, todo para pensar con mayor claridad en lo que el padre de la muchacha les había revelado.

—No tiene sentido —musitó Joseph y se vio ahogado por la situación, por lo que intentó encontrar ayuda en su hermana—. Lexy no llegó hoy al trabajo y su padre dice que sí fue...

—Joseph, Lexy es joven, tal vez estuvo de fiesta anoche y se quedó en la casa de alguien más...

—No escuchaste que dijo que le escribió una nota. Lexy sí llegó a su casa anoche —unió pistas y golpeteó un par de veces el manubrio de su auto.

Emma se rio y acotó:

—¿Por qué demonios estás tan preocupado?

—¡Porque se va a casar con un bastardo que la golpea! —gritó enrabiado y apretó el manubrio con rabia.

Emma se quedó paralizada por su confesión.

—¿Y cuál es la parte qué te molesta? ¿Qué se vaya a casar o qué su novio la golpee? —preguntó la astuta joven y lo miró intensamente para presionarlo.

—Las dos —reconoció Joseph y se desarmó encima del sofá del auto.

Emma contuvo un ataque de felicidad y se tragó la emoción y la risa para decir:

—Esto es muy interesante.

Algunos minutos transcurrieron y Joseph se mantuvo en silencio, pensando bien en lo que debía hacer. Si la muchacha no le contestaba el teléfono, ni respondía a sus correos electrónicos, significaba que no quería verlo, tampoco escucharlo, por lo que se osó a tomar una decisión bastante descabellada.

—Vale, voy a ir con la policía.

—¡¿Acaso estás loco?! —preguntó su hermana, exaltada—. Joseph, ¿qué onda? No puedes hacer tal cosa, Lexy es solo tu empleada y la conoces hace... ¿dos semanas? ¡Dos semanas! Además, no lleva ni cuarenta y ocho horas desaparecida —intentó excusar, pero el hombre negó, enceguecido por lo que Lexy provocaba en él, un chispazo que no pasaba desapercibido—. ¡Joseph, no es lo correcto! —chilló furiosa, pero nada tuvo efecto en él.

Storni condujo en silencio, abstraído entre sus pensamientos, esos que le recordaban siempre la muerte de su madre y, cómo, de manera irracional, su mente la relacionaba con Lexy y los obvios maltratos que sufría en manos de su abusivo novio.

Condujo a menos de treinta kilómetros por hora, y es que su mente no lo dejaba concentrarse en el camino y la lengua de su hermana empezaba a adormecerlo con todos los reclamos que la chiquilla hacía, furiosa por el osado comportamiento de su familiar.

—¡Lexy! —gritó Joseph y frenó en seco, produciendo un feo sacudón en el interior del vehículo.

—¡Lexy va a matarnos! —gritó Emma y perdió la cabeza cuando su hermano bajó desde el auto a tropezones y corrió en sentido contrario por el que venían.

Observó su camino por el espejo retrovisor y se emocionó cuando sus ojos se toparon con Lexy.

La muchacha caminaba por la vereda con naturalidad. Vestía ropa holgada y el cabello se le sacudía por los vientos de la primavera.

No bastó mucho para que ella lo reconociera entre el resto de los transeúntes y, aunque el hombre esperaba una reacción de sorpresa, la chiquilla se echó a correr asustada, y en sentido contrario al que Joseph Storni venía.

—¡Lexy, espera! —gritó él y sin titubear comenzó a correr tras ella.

Atravesó la calle persiguiéndola; se metió entre los autos y recibió uno que otro improperio por parte de los conductores. La siguió por un callejón que condujo a un parque infantil y terminó sacándose ventaja cuando Lexy se coló bajo el cercado de una propiedad que parecía destinada a la práctica de fútbol.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora