37. El miedo y el amor

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Joseph había programado una alarma para despertar a las siete y treinta, pero el cansancio y la borrachera de la noche anterior le impidieron hacer un esfuerzo a la hora exacta en que su alarma timbró y siguió dormido, enredado a los brazos de Lexy por al menos cuarenta minutos más.

La pareja se despertó por un fuerte ruido que se oyó en el exterior y se levantaron de la cama sobresaltados, cada uno corriendo en una dirección diferente.

El hombre revisó el elegante traje azul que había traído el día anterior y la joven reunió sus pertenencias para tomar una ducha y despertar por entero. Sentía que aún dormía estando de pie, caminando como una sonámbula por el piso alfombrado del dormitorio.

También continuaba mareada y confundida y las piernas le tiritaban sin ningún control. No estaba segura de cómo iba a caminar con tacones altos, si apenas era capaz de mantenerse en pie.

Hablaron rápidamente mientras se cepillaron los dientes y terminaron juntos bajo el chorro de agua caliente en el centro de la ducha. Lexy aprovechó de la oportunidad para lavarle con jabón la espalda al hombre y disfrutó de esos minutos y acciones que la compensaron por completo.

Joseph no se quedó atrás y aprovechó de la ocasión para jabonarla también, pero sus manos resultaron más resultas y mañosas y se deslizaron por cada rincón de su cuerpo.

Se arrodilló ante ella para lavarle los pies y subió lentamente por sus pantorrillas, cuidando de fregar bien sus delicadas rodillas y los muslos internos. La joven lo miró desde su posición y por inercia se mordió el dedo pulgar, escondiendo detrás de esa infantil acción toda sensación que le subía por el cuerpo, emocionándola cada vez más.

Storni continuó con lavarle las nalgas con las manos bien abiertas y de frotárselas de arriba abajo mientras la miraba a los ojos con intensidad, con una maliciosa sonrisa dibujada en todo el rostro. Su cuerpo se sacudió encima del suyo unas cuantas veces y terminaron refugiados bajo el chorro de agua caliente, disfrutando de ese momento tan íntimo que compartían.

Lexy se lavó el abdomen y los senos mientras Joseph le lavó la espalda y el cabello. Las manos del hombre resultaron sumamente delicadas con sus cortas hebras de pelo y sus dedos cepillaron su cabello hacia atrás, donde su rostro de niña buena quedó completamente expuesto.

Joseph se rio satisfecho y es que principiaba a idolatrar cada delicada facción de su femíneo semblante, más sus labios, que destacaban con poderío en su pequeño rostro y perfeccionaban con delicadeza con el verdoso pardo color de sus ojos, ese matiz que no había conseguido ver la primera vez, pero que cuando había conocido, lo había hechizado por entero.

Ya en la habitación, Lexy estiró su uniforme de trabajo sobre la cama y aprovechó de la gruesa tela de la bata para que su cuerpo se secara. Seguía tímida por lo ocurrido dentro de la ducha y la cosa empeoraba cuando recordaba los hechos de la noche anterior.

Si empezaba a enumerar sus locuras, se sonrojaba con solo recordarlo y todo se ponía más caliente al acordarse que se había masturbado para él, alcanzando un memorable orgasmo que la había llevado a conocer su cuerpo como nunca.

Quiso recordar un poco más, pero Joseph la distrajo cuando se acercó a ella, ya vestido y con una imagen completamente diferente a la que ella recordaba. Parecía más serio que nunca, casi como la primera vez, cuando había asistido a la entrevista de trabajo.

La muchacha se acomodó la camisa en el cuello cuando se sintió en desventaja ante lo guapo que el hombre lucía y se tocó la falda por las caderas y piernas, buscando ordenar su aspecto en silencio.

Joseph se acercó más y acomodó sus manos sobre sus hombros para hablarle a la cara. Quería decirle que ya era hora de separar sus caminos, pero la muchacha se adelantó y dijo:

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora