21. Polos opuestos

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Lexy bajó primero y tuvo que apretar las piernas cuando se descubrió tan húmeda que se avergonzó de las sensaciones que su cuerpo sentía cuando Storni estaba cerca. Una mirada bastaba para encenderla y un beso detonaba toda pasión en ella, ese ardor que había estado esperando por años para manifestarse de ese modo tan descontrolado.

Joseph caminó a su lado en silencio, observándola con ojos curioso, mientras la chiquilla miró a todos lados antes de llamar a la puerta; de seguro estaba asustada y preocupada.

Golpeó la puerta con seguridad, pero con la piel pálida producto del miedo y no bastó mucho para que una juvenil mujer no mayor a los setenta años apareciera por la puerta para mostrarse sorprendida por la visita que tenía ante ella.

—¡Lexy! —exclamó la mujer.

—Abuela —ronroneó ella, ocultándose con el cabello que le caía por la mejilla—. Él es Joseph, es mi jefe.

—Señor Storni —musitó la abuela y sonrío, distrayéndose de manera inmediata—. Pasen, pasen, por favor.... Prepararé té —aceleró cuando entendió que la visitaban.

Joseph ingresó a la aromática propiedad y se movió con seguridad por la sala, acomodándose de pie junto a un alargado sofá.

Lexy cerró la puerta de entrada y su abuela la interceptó antes de que llegaran a la sala.

—¿Y cómo sabe este pastel? —preguntó y Lexy se sonrojó, con la espalda adherida a la puerta de madera—. ¿Sabe delicioso? Se ve delicioso —chasqueó la anciana mirándole el culo a Storni y Lexy solo pudo asentir con la cabeza un par de veces.

La mujer explotó en una graciosa carcajada y guio a Lexy hasta el interior de la casa.

La cosa se puso peor para ella cuando encontró a Joseph admirando los retratos familiares que embellecían las paredes de la propiedad de la mujer y como la mayoría de las fotografías correspondía a Lexy en todas sus etapas de crecimiento.

—Ay, no —ronroneó ella avergonzada y retrocedió al ver el rostro de alegría con el que el hombre la esperaba.

—Sí —agregó él y señaló una fotografía, una de sus favoritas.

—Pónganse cómodos, prepararé té y algunas rosquillas fritas —acotó la abuela y, tras dedicarle una larga mirada maravillada a Joseph, desapareció por la puerta, dejándolos a solas en tan incómodo, pero precioso momento.

Lexy caminó a su lado con vergüenza y miró el retrato que el hombre admiraba en silencio para sonrojarse por entero.

—De abejita —murmuró él y la atrapó en su escapatoria—. Muy linda.

La empotró contra el muro a su lado y apoyó su frente sobre la suya. Intentó controlarse, pues no estaban en un lugar seguro como para empezar a desnudarse y él podía seguir sintiendo la dura erección entre sus pantalones, esa que palpitaba ardiente por sentir a Lexy otra vez.

—Estaba en secundaria —susurró ella.

—Igual me calienta —murmuró sobre su boca y respiró su aliento.

Se embriagó de inmediato y deseó estar ebrio para siempre, pero de su aliento, de su boca y de toda ella.

—Eres un pervertido —regañó.

—Es tu culpa —contestó y le tocó el pecho con cuidado.

—Claro que no —negó ella, risueña.

—Claro que sí —protestó él por igual—. No usas ropa interior, en la entrevista te tiraste el café en las tetas, te vi los pezones y después gateaste por mi alfombra en cuatro patas... —jadeó sobre su boca y sus dedos delinearon su cintura con lentitud.

Siempre míaWhere stories live. Discover now