9. Morir y no florecer

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En la calle y dolida aún por lo que Joseph le había revelado, Lexy simuló una sonrisa para Esteban y una dulzura que no era muy propia de ella. Caminaron cogidos de las manos y sin intercambiar palabras por algunos minutos y la muchacha dejó que su novio la guiara por las avenidas principales de la enorme ciudad.

—Pensé en que podíamos disfrutar de un café antes de mi cita con el dentista —dijo Esteban.

—¿Dentista? —preguntó Lexy, muy confundida.

—Sí, ya sabes, el plan de salud de mi padre —satirizó el muchacho y rodó los ojos ante la sorpresa de Lexy—. ¿Y cómo estuvo el trabajo? —curioseó.

Su pregunta la paralizó e intentó no mostrar preocupación y dolor al pensar en esa fresca oficina que ocupaba desde hacía una semana.

Suspiró y se liberó:

—Bien, tranquilo. El Señor Storni se dedica a lo suyo y yo a lo mío —mintió y se sonrojó, pero el hombre no estaba mirándola, ni siquiera estaba escuchándola, así que pudo caminar en otra dirección y ocultar la verdad.

Aunque su boca mintió su cuerpo no la acompañó y un notorio temblor se metió entre sus piernas, complicándole la vida.

—¿Aquí? —preguntó Esteban, mirando con desprecio las mesas ocupadas de la cafetería que habían elegido para pasar el rato como una pareja normal.

Aunque de normal no tenían nada.

Se habían conocido al finalizar la secundaria. Esteban había sido su primera vez en muchas cosas y Lexy jamás se había permitido conocer a otros hombres que le mostraran como debía ser tratada y amada una mujer.

Lexy asintió con la cabeza y sacudió su mano para llamar a la camarera.

No bastó mucho para que una joven tomara su pedido y este llegara para acompañarlos en tan fría y superficial charla. Lexy aún no lograba calmar el temblor que Joseph había dejado en ella y, no obstante, creía que el café caliente la ayudaría a apaciguar esos sentimientos y nuevas sensaciones, se equivocó y la calma nunca llegó.

Aunque Lexy disimuló no notar nada, Esteban estuvo la mayor parte del tiempo con los ojos pegados a la pantalla de su teléfono móvil y de un momento a otro quiso marcharse sin terminar de comer, precipitado y muy ansioso.

Lexy supo que esa visita al dentista no era real y que sus negocios oscuros continuaban ensuciando su relación.

—Te llevaré al autobús —intervino su novio y cogió su mano para sacarla a tirones desde la cafetería.

—Pero te iba a esperar —refutó Lexy con una tonta sonrisa.

Pero esa tonta mueca no simbolizaba lo que realmente pensaba. Sabía que Esteban le ocultaba algo y quería descubrirlo, al menos conocer la verdad de lo que su prometido hacía a sus espaldas.

—No, ve a casa —exigió el muchacho y siguió caminando a pesar de que ella empezaba a luchar para que se detuvieran.

—Pero quería elegir algunos colores para la decoración de nuestra boda —refutó sonriente.

—¡No, dije que vayas a casa! —gritó el joven y Lexy se sobresaltó en su posición, atrayendo las miradas de algunos curiosos transeúntes.

—¿Cuál es el problema? —preguntó ella y siguió caminado en sentido contrario—. No podemos pagarle a una organizadora de bodas, aún le debemos dinero a mi padre, así que tengo que hacer todo y debo empezar por elegir y combinar colores, buscar buenos precios y elegir lo más económico —parloteó, anhelando que Esteban cambiara de opinión y comprendiera sus referencias.

Siempre míaWhere stories live. Discover now