2. Las mentiras de la novia

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Lexy tomó el autobús y escuchó música durante su viaje, anhelado relajarse después de tan tensa tarde. Estaba aún avergonzada por lo sucedido en su entrevista, pero se consolaba al saber que al menos había conseguido el empleo.

Joseph Storni le resultaba difícil de interpretar y tan profundo que, Lexy apostaba qué tendría uno que otro contratiempo durante su estadía en la empresa Open Global.

Estaba ansiosa y muy inquieta; seguía pensando que Storni se había adelantado al contratarla y, aunque la actual secretaria del hombre le había explicado que el trabajo no era para nada complicado, ella podía sentir que la cosa era más oscura de lo que se la pintaban.

Bajó del autobús dos manzanas antes de llegar a su destino y se quitó los audífonos para escuchar a sus pensamientos mientras caminaba a un ligero ritmo a casa.

"Necesitamos el dinero, Lexy, ya basta de vivir de tu pobre padre".

"Es una buena paga y es fácil, no seas tan perezosa".

"Sólo serán ocho meses, el tiempo vuela".

No era una novedad que, solo se aseguraban ocho meses de trabajo, puesto que, Alejandra Copado, la actual y antigua secretaria de Storni, dejaba su puesto debido a su embarazo, el que su jefe respetaba con mucha empatía. Pero para Lexy ese tiempo era suficiente. Ella debía reunir el dinero para los preparativos de su boda y luna de miel.

En las afueras de la casa de sus padres se encontró a su prometido y contuvo un suspiro al comprender que debía rendirle explicaciones al controlador hombre que la acompañaba día y noche.

—No estoy de humor —dijo ella—, así que, sí, me contrataron y empiezo el lunes.

La joven se metió a la casa en búsqueda de consuelo, en búsqueda de seguridad.

—¿No te sientes bien? —molestó su prometido, ese al que le gustaba saberlo todo.

Era un calculador y manipulador y Lexy seguía siendo muy inmadura y ciega para ver las cosas con mayor claridad.

—Estoy bien, Esteban, pero el viaje me ha cansado y también el primer entrenamiento —reveló y, como siempre hacía, cuidó de sus palabras para no perturbar a su prometido.

No podía decirle que su jefe, Joseph Storni, era un alto y bien parecido hombre de negocios. Tenía que evitar suspirar mientras hablaba de él, del tamaño de sus manos y su oscura, pero cálida mirada. Debía evitar recordar su aroma y, sin dudas, tendría que tomar una ducha de agua fría para quitarse las cosquillas que el hombre había dejado en su piel tras su rara e intensa despedida.

—Entonces el lunes... —insistió Esteban y se recostó en la cama de la muchacha—. Al menos ya tenemos asegurado algo —alentó y se acomodó los brazos bajo la nuca para seguir a Lexy con la mirada.

Era un acosador.

—¿Y a ti cómo te fue?

Preguntó ella sin mirarlo y se quitó la blusa, la cual descubrió empapada en café.

—Me van a llamar —mintió el muchacho.

La pareja se hallaba en búsqueda de trabajos temporales, esos que los ayudarían a costear sus sueños, pero la verdad era que, solo Lexy estaba intentándolo. Esteban ni siquiera había redactado su carta de presentación y seguía estancado frente a la televisión y su Xbox360, jugando y bebiendo cerveza barata para pasar las aburridas tardes de primavera.

—Algo es algo —alentó Lexy y se escondió en el cuarto de baño de su habitación para encontrar un poco de paz.

Se sentó en el filo de la bañera, abrió el grifo de agua caliente y, mientras esperó, revisó su teléfono móvil, anhelando encontrar un poco de distracción entre sus redes sociales, pero solo encontró un correo electrónico de Joseph Storni y la tripa se le revolvió con solo leer su nombre.

Siempre míaWhere stories live. Discover now