40. Renunciar

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Caminó con discreción hasta el dormitorio de la muchacha y cuidó de que nadie estuviera cerca cuando llamó a su puerta. Tenían que seguir manteniendo su relación con un bajo perfil, al menos hasta que pudieran regresar a casa y establecer un nuevo estilo de vida.

La verdad era que a Joseph le había encantado dormir cada noche junto a Lexy y entre sus brazos y mejor todavía, le hechizaba desayunar a su lado, sus conversaciones juveniles después del sexo y estaba enamorándose de ella, de sus monerías, de su fragancia, de cada parte de su esencia como un loco que no puede encontrar escapatoria a tanta conmoción que lo anubla.

Había decidido que quería vivir junto a ella, que anhelaba tenerla en cada alborada y en cada oscurecer, que era la persona que quería ver sonreír por las mañanas y suspirar por las noches.

Estaba listo para hablar con ella, para referirse a sus ascensos laborales y para tomar una decisión respecto a su relación, esa que empezaba a crecer con fuerza.

Llamó a la puerta con lentitud y esperó paciente, ansioso por verla otra vez.

No bastó mucho para que la joven secretaria apareciera ante él y aunque esperaba encontrarla sonriente y con ese brillo especial en sus ojos, la encontró ensombrecida y apática.

—Iba a tomar una siesta —cortó Lexy y no abrió la puerta para invitarlo a pasar.

—¿Ahora? —cuestionó Joseph, enmarañado por su fría actitud.

—Sí.

Lexy miró el suelo y se rascó la cabeza; movió la manija de la puerta y se preparó para cerrarla, pero Joseph se adelantó a sus movimientos y se metió entre el marco y la puerta, impidiéndole dividirlos en tan importante momento.

—Puedes tomar una siesta, pero quiero estar aquí —aseguró él e ingresó al oscurecido dormitorio de la muchacha usando la fuerza.

La chiquilla lo observó con temor desde su posición y cerró la puerta con seguridad cuando se encontraron a solas, lejos de todos los ojos curiosos que los rodeaban.

No fue necesario que Lexy dijera ni pío para que Joseph entendiera que algo no estaba bien.

Algo la perturbaba, algo la marchitaba otra vez.

»Necesito que me digas qué está ocurriendo —exigió, caminando hacia ella. La joven negó con la cabeza y lo esquivó con destreza—. ¡Lexy! —exclamó, conteniéndola por la espalda, aferrándola contra su cuerpo.

La joven luchó un par de veces con sus brazos, pero fracasó cuando se sintió rendida y no tuvo más opciones que dejar que el hombre la contuviera contra su pecho.

De pronto, Storni sentía que se le escapaba y no estaba listo para eso, al contrario, estaba preparado para recibirla, para tenerla a su lado sin importar el qué o las consecuencias que sus actos arrastrarían.

No le importaba nada, solo ese sentimiento que lo empantanaba cuando la tenía a su lado, cuando su mirada encontraba su rostro de niña buena, siempre poseedora en esa singular pureza que tanto le enamoraba, porque ya no podía negarlo, se estaban enamorando de Lexy Bouvier a toda velocidad y no encontraba los frenos para detener dicha locura.

La joven, aprisionada por los gruesos brazos de Storni, gruñó un par de veces, pero sus reclamos se convirtieron en lágrimas y su cuerpo se desvaneció encima de la alfombra, acorde el hombre buscó contenerla en tan confuso momento.

Pensó de inmediato en que Esteban era el culpable de sus lágrimas, su marchitada actitud y su fría mirada y quiso encontrar un modo de hacerlo pagar por el dolor que Lexy manifestaba.

Siempre míaWhere stories live. Discover now