45. Los sentimientos de Storni

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Sintió alivio cuando el hombre le quitó la venda que cubría sus ojos y no se avergonzó cuando Storni le limpió el rostro con una toalla de cara, secándole el sudor y las lágrimas.

Se miraron a la cara en silencio y, aunque ella se sentía dolida por los acontecimientos, pues le avergonzaba aceptar los verdaderos motivos por los que había abandonado sus estudios, en el reflejo de sus bellos ojos, no hubo recelo ni rabia, solo una apacible dulzura que a Joseph lo tranquilizó.

Liberó sus pies como primera opción y le besó el empeine con deleite, mientras sus manos acariciaron sus muslos. Su boca subió y recorrió su abdomen, delineó con su lengua sus doloridos pezones y se hundió en su cuello cuando tuvo la oportunidad, conforme sus manos liberaron las suyas. Limpió también su pecho y su abdomen, usando una toalla húmeda le quitó toda la cera de la vela que se adhería a su piel.

Desamarró las servilletas que la sostenían inmovilizada contra la cama con cuidado, donde buscó no lastimarla y cuando uno de sus brazos estuvo libre, le besó la muñeca, los nudillos y cada dedo, todo bajo la insistente mirada de la joven, esa que seguía jadeando excitada tras lo ocurrido.

Continuó entonces por liberarle el otro brazo y repitió el mismo proceso, besándola y acariciándola con lentitud, gozando de su piel y suavidad.

Lexy se reincorporó después de tres horas y observó a su alrededor con temor.

Las velas seguían ardiendo a su lado, emitiendo un rico aroma dulce que le gustaba y la tranquilizaba. Las cortinas estaban cerradas y una suave música se escuchaba de fondo, una melodía que no había sido capaz de oír antes.

Lexy suspiró cuando entendió lo que el hombre había conseguido y se estiró por encima del cuerpo de Joseph para coger un vaso de agua fresca que reposaba a su lado.

Estaba sedienta y se bebió el agua con prisa y sin hacer ninguna pausa.

—No sé qué decir —musitó la chica cuando se recuperó y se rindió contra el respaldar alto de la cama.

Se tocó los pezones y los senos con cuidado, acariciándolos después de la tortura. Estaba cansada y rendida. Las piernas le temblaban y su coño humedecido seguía exigiendo más.

—¿Estás enojada? —consultó Joseph, timorato de su frío modo de responder tras la intensa tarde que habían vivido.

—Pero no contigo —susurró ella y no pudo mirarlo a la cara—. Conmigo misma —hipó, pero se contuvo el llanto—. Fui una tonta.

—No, estabas asustada, es todo —consoló él y la envolvió en sus brazos.

Lexy se sentó sobre sus piernas desnudas y vellosas y encontró ese consuelo que nunca nadie le había brindado.

»Eras una joven asustada, nada más —consoló él—. Pero ya no, ya no tienes miedo, ¿verdad? —preguntó.

Ella negó y se apoyó sobre su pecho. Besó su cuello y ascendió por su mentón perfilado.

A Joseph no le costó trabajo seguir su ritmo. Se unió a su boca con facilidad y, en un abrir y cerrar de ojos.

Joseph quería decirle algo picante y empotrarla contra la cama, pero fue ella la que reaccionó antes y se montó a horcajadas sobre cuerpo, dominándolo como nunca había hecho. Se tuvo que recostar por obligación y gruñir excitado cuando la muchacha se devoró su pene con tanta prisa que a Joseph se le acabó la respiración, más con el movimiento de caderas apresurado que la excitaba joven le dedicó y que lo llevó rápidamente a un espiral de sensaciones que se le metieron por todo el cuerpo.

—Muévete como tú quieras, linda —gimió excitado, perdido por el placer que ella le provocaba.

Se quedó quieto y con la boca abierta, dominado por la jovencita y admiró bajo su cuerpo el deleite con el que ella se lo follaba, tan duro y rápido que al hombre le costó seguir su ritmo y tuvo que dejar las manos quietas para dejarla hacer todo el trabajo.

»Así, amor, no pares —jadeó con la respiración agitada, nunca había disfrutado tanto del sexo.

Resultaba maravilloso ver como se hundía una y otra vez en ella.

Lexy se agachó a besarlo y él movió la pelvis hacia arriba, penetrándola más fuerte. Se mordieron los labios a un lento ritmo que acaloró más la cosa y se sintieron tan calientes que sus cuerpos temblaron acoplados.

Besó uno de sus pechos y solo para hacerla gimotear más y volverse loco al escucharla tan libidinosa. Ella volvió a erguirse y tomó el control. Se sentó en sus caderas e hizo que la penetración fuera más profunda. Sus piernas la ayudaron a mecerse sobre su miembro erecto y gozó de la humedad que la inundaba, esa que la ayudó a engullirse todo su miembro sin pizca de dolor.

»Dale, es tuyo —gimió excitado, sintiéndose completamente dominado por Lexy.

Ella le contestó con un gemido y separó las piernas para lograr una penetración dura, severa, vertiginosa y profunda.

Tenía hambre de sexo, de tenerlo adentro, muy profundo; tenía apetito de sentirlo palpitante en el fondo de su coño, ese que se contaría con cada roce, anticipándole lo mejor.

Los gemidos del hombre lo perfeccionaron todo y también sus manos que le pellizcaron los pezones y las caderas en un rico juego que la ayudó a llegar más pronto a ese barranco que tanto la enloquecía.

Se lanzó sin pensarlo dos veces y sus movimientos fueron más lentos entonces. Se meció sobre su pelvis, rozando el hueso y sus manos se acomodaron en el centro de su pecho, dándole empuje a sus piernas y ese bamboleo de caderas que los llevó a los dos hasta el cielo.

—Ahhh... —gimió la joven hasta quedarse sin voz.

Pocos segundos después y con los ojos cerrados, retomó los gemidos que acompañaron su orgasmo. Uno que la invadió de manera abrupta y controladora.

Joseph no tardó en acompañarla y es que podía sentirla viniéndose encima de él, llenándose de espasmos y gimiendo tan rítmicamente, que pensó que era el mejor espectáculo que había vivido nunca. Sus cuerpos se humedecieron con prisa y aunque Joseph no sabía muy bien cómo se sentía Lexy respecto a lo ocurrido anteriormente, se incorporó en la cama para recibirla, para besarla y abrazarla.

Ella enredó sus piernas por su espalda y siguió meciéndose sobre su miembro erecto, gozando del placer al que juntos habían llegado.

Joseph prestó especial atención a la sensación de sentirse bañando por ese néctar que emanaba de ella. Estaba muy humedecida y le pareció fascinador, tanto que tuvo que abrazarla por la espalda y hundirla contra su pecho para sentirla suya.

La joven lo besó con violencia, enroscando su lengua con la suya, anhelando explicarle con un beso el ardor del momento que juntos acababan de vivir.

Él lo entendió a la perfección y agradeció toda sensación y explosión con caricias dulces que llevaron a Lexy a un celestial descanso sobre su pecho.

Mantuvieron la posición por un largo rato y se quedaron en silencio, mientas sus respiraciones se apaciguaron al igual que sus corazones.

Aunque a Joseph le temblaban los brazos producto del cansancio que sentía, estaba increíblemente satisfecho y no solo por la placentera noche que había vivido junto a Lexy, sino también porque acababa de comprobar que todo sentimiento que guardaba hacia ella era real y que por fin, después de largos años de ausencia, ese sentimiento que creía olvidado había regresado.

Estaba enamorado de Lexy y nadie ni nada iba a poder cambiar aquello.

Siempre míaWhere stories live. Discover now