27. Vivir sin vivir

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Hablaron durante casi una hora sobre aquello que los acomplejaba por igual e intentaron ser tan sinceros uno con el otro que, en algún momento creyeron ser la misma persona. Tenían más en común de lo que creían y, no obstante, los dos vivían en mundos muy diferentes y atravesaban etapas muy disímiles en sus vidas, los unía una sola cosa, un sentimiento que poco a poco se iba haciendo más claro entre los dos y también más fuerte.

Se gustaban y apreciaban cada detalle —bueno o malo— del otro, y ya nadie estaba allí para interponerse en ese camino lleno de descubrimientos.

En la mitad de la carretera y en medio de la nada, entre oscuridad y estrellas, encontraron una pequeña estación de servicio que los atrajo con sus brillantes luces por casi una hora.

Pusieron combustible al moderno vehículo y comieron un par de emparedados calientes sumidos en una charla que los ayudó a apaciguar todo miedo que sentían.

Lexy usó el servicio higiénico tras la comida y se sorprendió cuando se encontró con su imagen en el reflejo del espejo. Al principio no se reconoció y se rio en voz alta cuando entendió que sí, que era ella: mejillas sonrosadas y labios por igual; piel nívea y un brillo en los ojos que la hizo sentirse bella, espléndida y un poquito más segura.

—Sabes... —dijo, cuando se reunió con Joseph en las afueras de la estación—... Al principio, cuando llegué a la empresa y empezamos a coquetear, pensé que me harías mal, pero me equivoqué... —musitó y aprovechó de la seguridad que sentía en ese momento para ser sincera—: me haces bien y mi cuerpo me lo demuestra.

Joseph se sorprendió ante las palabras de la muchacha y, si bien, su mente voló por los recuerdos sexuales que tenía junto a ella, cuando vio bien su rostro, entendió sus palabras.

No quedaban ojeras, ni mirada opaca en ella y sólo un brillo especial la diferenciaba del resto de jovencitas que recordaba.

—Quiero hacerte bien, Lexy. Me odiaría a mí mismo si algún día te hago mal. —La acercó a su cuerpo para abrazarla y se terminaron besando apasionadamente en la mitad de la nada.

El coche les sirvió de apoyo mientras sus cuerpos se mecieron al mismo ritmo que sus besos. Sus labios de encontraron con suavidad, como una caricia temerosa y se tocaron con lentitud.

Ya no quedaba apuro en ellos, ahora tenían todo el tiempo del mundo y aquello lo hacía diez veces mejor.

Cuando retomaron el camino por la carretera, la pareja continuó con una profunda charla que se centró en Emma, la hermana menor de Joseph.

Lexy escuchó con atención las tristes historias que los hermanos Storni habían vivido tras la muerte de su madre y sintió admiración del hombre que viajaba a su lado, quién le demostró que todo lo que tenía se debía a su esfuerzo y su constante deseo de sacar a Emma de ese sufrimiento que su padre había ocasionado en toda su familia.

—Estoy segura de que valora todo lo que has hecho por ella, Joseph —acotó Lexy con simpatía.

—Emma es fiel, respetuosa y muy directa. Me encanta su sinceridad —enumeró Joseph—. Y yo tengo el privilegio de ser su hermano.

—Qué suerte la tuya —rezongó Lexy y se desarmó en su silla.

Ahogó un bostezo y Joseph se contagió de inmediato y terminaron riéndose de esos momentos sin importancia que empezaban a marcar un antes y un después en su encantadora relación.

Casi a las dos de la madrugada la carretera se acercó a la costa y Joseph eligió un lugar especial para hacer una parada. Usó como excusa que le urgía estirar las piernas y respirar aire fresco, cuando en verdad lo único que quería era mostrarle a Lexy un nuevo mundo, ese que se había estado perdiendo por culpa de su novio abusivo y sus esquivos padres.

Siempre míaWhere stories live. Discover now