17. Conmigo

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Joseph ayudó a Lexy a asearse con lentitud y cuidó de no pasar a llevar sus heridas, golpes y doloridos brazos. La ayudó a salir de la ducha y la acunó entre sus brazos para llevarla hasta la cama, donde ropa seca esperaba para ellos.

Tras secarse, limpió sus heridas y se preocupó de que ninguna tuviera aspecto extraño. Storni les entregó acceso a todos sus productos personales y Lexy pudo elegir un gel corporal para refrescar su magullado cuerpo y el desodorante del hombre para mantenerse olorosa.

Se pasó por las axilas el perfumado desodorante una segunda vez cuando descubrió que esa era el aroma de Joseph que tanto le gustaba y lo olfateó nuevamente con ganas, encantada de tener su delicioso olor grabado en su piel.

Se secó el cabello sentada en la alfombra que recubría la habitación de Joseph, observando al hombre con reserva, quien aprovechó del tiempo para trabajar frente a su moderno portátil y responder un par de correos electrónicos que tenía pendientes desde el viernes en la tarde.

—Tengo algunas galletas en la despensa —habló Joseph de la nada y Lexy se quedó mirándolo con desconcierto.

Ella no quería dormir, ella quería montársele sobre las caderas y besarlo hasta que la piel de sus labios le doliera.

Y tal vez algo más.

Ojalá algo más.

—¿Quieres un café o un té? —insistió el hombre y Lexy despertó de su letargo.

—Un té estaría bien.

Storni asintió conforme ante su respuesta y cerró la portátil con un suave golpe para desparecer por la puerta de su habitación, entregándole privacidad a Lexy por algunos minutos.

La muchacha aprovechó de mirarse al espejo un par de veces y de pellizcarse las mejillas —como siempre solía hacer— para entregarse un color más lindo a su paliducha cara.

Se cepilló otra vez el cabello y se lo ordenó detrás de las orejas, mirándose en el reflejo del espejo con una coqueta sonrisa.

"Debo admitirlo: te ves mejor después del sexo. Un buen sexo". —Dijo su conciencia y Lexy contuvo una bocanada de aire.

Quiso acotar algo gracioso, algo divertido que pudiera centrarla a ella misma en una tonta y descabellada charla con su conciencia, pero la música que identificaba a su teléfono móvil se oyó y la muchacha despertó de su infantil juego para empezar a correr asustada por la habitación.

Encontró el aparato en una esquina del dormitorio, refugiado tras un par de cajitas negras y brillantes que Joseph usaba como decoración y aunque tenía miedo de que fuera Esteban quién estaba buscándola, se sorprendió al leer el nombre de su padre en la luminosa pantalla del su teléfono móvil.

—¿Papá? —musitó con timidez.

¿Qué iba a decirle?

—Hija, encontré ropa con sangre en tu cuarto de baño. ¿todo está bien? Dime dónde estás, por favor. Estoy muy preocupado —suplicó el hombre, embrollando todo a través del teléfono.

—Pa-pá —titubeó la chiquilla y se sentó en el filo de la cama de Joseph para encontrar un poco de calma—. Estoy bien... intenté depilarme con una... una... —titubeó y es que no conocía ese método de depilación con el que pretendía ocultar la sangre que su padre había encontrado en su ropa—. Papá, intenté afeitarme las piernas y me corté, soy torpe, ya sabes —aseguró después y su voz se oyó segura.

—Vaya, estaba muy preocupado —contestó el hombre al oír la mentira de su única hija.

—Todo está bien, papá, solo cosas de chicas —chasqueó divertida.

Siempre míaWhere stories live. Discover now