1. Cuatro patas

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No estaba para nada conforme con las muchachitas que había entrevistado en las últimas horas y, aunque la mayoría de ellas poseía experiencia para el cargo, él buscaba a alguien con menos experiencia. Quería que su nueva secretaria no tuviera manías ni antiguas rutinas; quería una "secretaria virgen", una joven que se pudiera adecuar a cada una de sus peticiones, exigencias y extrañas ocurrencias.

Entre sus colegas, durante almuerzos y cenas de negocios, había oído charlas sobre el nuevo estilo de trabajo que adoptaban y, contratar chicas sin experiencia resultaba tan placentero como un buen filete sellado en sal y marinado en vino.

Se lamió los labios al pensar en la carne asada y se levantó de un fuerte sacudón cuando una pequeñita chiquilla ingresó a su despacho personal.

Cargaba un portafolio en una mano y un café en la otra; pisaba en terreno desconocido con mucha desconfianza y miraba a todos lados con sus enormes ojos verdosos.

—Señor Storni, soy Lexy Antonieta Bouvier. Estoy aquí para la entrevista de trabajo que publicó en su página oficial —dijo la muchacha con voz temblorosa.

Joseph Storni se quedó tan callado como paralizado y, por inercia, atinó a estirar la mano para saludar. Ante el masculino saludo, Lexy dudó, pero respondió al extraño gesto del hombre frente a ella, entregándole sus pequeñitos dedos para un primer contacto, uno bastante inusual.

Y cosquilloso.

—Tome asiento, por favor —pidió él con más seriedad y esperó a que ella se acomodara en la silla frente a él para imitar, recordándose sus buenos modales.

—Gracias —respondió Lexy, cortés.

Ella agradeció sin mirarlo y vaciló qué hacer primero: si dejar sus cosas sobre la mesa o sentares con todo encima. Optó por la segunda y terminó toda enredada con el café caliente y el portafolio que incluía la información personal que el hombre solicitaba para optar al puesto de trabajo.

—¿Está bien? —consultó Joseph, mirándola con ansiedad.

La mujer estaba complicada. Intentó acomodarse la falda de forma adecuada, mientras sus manos sostenían un café, su portafolio y una cartera negra que, no se podía negar, hacía una buena combinación con su desabrida, pero atrayente ropa.

Joseph quiso darle una mano, pero, con prisa, Lexy fue capaz de ordenarse. Acomodó el café antes de quemarse y dejó caer la cartera al suelo, cuidando del portafolio. Continuó por tirarse la falda por los extremos para dejar de enseñar sus muslos definidos y las medias de ligas que se le hincaban en la piel alba.

—Sí, gracias —confirmó después y acomodó sus manos sobre la mesa, anhelando parecer más relajada.

Pero sus actitudes de tranquilidad parecían no tener éxito; traía la cara roja y el cabello le caía por la frente, junto con algunas gotas de sudor que a Joseph le parecieron muy interesantes.

—La escucho, Señorita Bouvier, ¿por qué se ha interesado en este puesto de trabajo? —preguntó Joseph.

Le gustaba ir directo al grano.

—Ah... —balbuceó Lexy sin saber cómo responder. ¿Era válido decir que necesitaba el dinero?—. Bueno, hace algunos meses dejé la universidad y creo que ya es hora de-de... avanzar —titubeó otra vez, sin saber cómo continuar.

Su pasado y su presente resultaban un total desastre y cuando se encontraban, ¡boom!

—¿De qué se graduó, señorita Bouvier? —preguntó él y ella explotó en una divertida carcajada.

—No, no me gradué... —Se avergonzó y sus mejillas la acompañaron. Aun así, se armó de valor y le entregó la documentación que cargaba en su portafolio—. Estudié Relaciones Públicas dos años, pero lo dejé porque no era lo mío —reconoció, molestando a Joseph con su falta de seguridad—. Y luego elegí Educación Primaria, pero lo dejé porqué...

Siempre míaWhere stories live. Discover now