29. Sin criticar

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Despabiló cuando Lexy se dejó caer rendida sobre su pecho y se alegró cuando la escuchó jadear, mientras buscó recuperarse de tan agitado encuentro.

Sus cuerpos se pegotearon por el sudor que empapaba la espalda de la muchacha. Deslizó sus labios sobre su hombro y besó parte de su espalda y nuca con deleite. El aroma de su cabello se le metió en la nariz y tuvo que inhalar hondo para satisfacerse por entero.

Encajó sus brazos bajo sus delicadas piernas y la obligó a cambiar de posición. La muchacha gimoteó ante los brutos movimientos del hombre, pero todo cambió cuando él la acunó sobre su pecho; sus labios se encontraron en un cadencioso beso que los ayudó a culminar toda acción dentro del coche del hombre.

Para Lexy, aquel simple beso post sexo se convirtió en el mejor beso que había recibido nunca y enroscó sus brazos por el cuello del hombre. Delineó el contorno de sus hombros con delicadeza y jugó con algunos mechones desordenados de su oscuro cabello, mientras él dibujó algunas figuras invisibles sobre su espalda y caderas.

—Estás temblando —musitó sobre su boca y la abrazó para contenerla dentro de su pecho—. Ven, linda, vístete, no quiero que te resfríes —pidió con dulzura, demasiado como para reconocerse a sí mismo.

—Sí —respondió ella y se separó de su adictivo cuerpo para buscar su ropa.

Se acomodó la gruesa capucha con apremio y se frotó los brazos un par de veces en búsqueda de calor, pero cuando intentó moverse para acomodarse los pantalones azules que llevaba, descubrió que el temblor que inundaba su cuerpo no se debía al frio, sino a las sensaciones y emociones que Joseph animaba dentro de ella, las que eran tan poderosas que terminaban manifestándose en cada esquina y terminación de su frágil cuerpo.

Las piernas le tiritaban también y sentía una humedad muy particular en su entrepierna.

Por otra parte, Joseph imitó sus acciones mirándola de reojo y cuando creyó que la chica se le escapaba entre los dedos, la tomó por la espalda para abrazarla y besarla.

—Fue la mejor primera vez que he tenido nunca —reconoció y Lexy ahogó un sonoro suspiro que a él le enamoró un poquito más—. ¿Estás bien? —preguntó nervioso. De pronto la sentía tan distante que empezaba a preocuparse—. Si quieres, podemos buscar un hostal o alguna cabaña para pasar la noche. Me imagino lo cansada que estás...

—Estoy bien, Joseph —interfirió ella antes de que el hombre siguiera parloteando con nervios y tuvo curiosidad por su inusual actitud.

Cerró los ojos cuando Joseph apoyó su frente sobre la suya y respiró su aliento apacible con apetencia.

Rozó su nariz con la suya y Lexy sonrió cuando aquella acción la embriagó de dulzura. La besó otra vez en los labios, besos cortos, uno tras otro, con las manos hundidas en su nuca, impidiéndole evasión a sus deseos.

—¿Tú estás bien? —consultó ella cuando el hombre dejó de besarla y la miró profundamente a los ojos, como si estuviera anhelando leerla.

Joseph liberó un ruidoso suspiro masculino, uno que atiborró a Lexy de hormigueos.

—¿Hay algo qué te moleste del sexo? —preguntó él con seguridad.

—¿A mí? —preguntó ella y se señaló con los dedos en el centro del pecho. Joseph asintió con la cabeza sin dejar de mirarla—. Bueno... la verdad es que no entiendo tu pregunta.

—¿Tener sexo conmigo te molesta, te incomoda, lo haces por obligación? —interrogó con prisa.

Estaba desesperado.

—Jo-Joseph... ¿por qué dices eso? —investigó embrollada—. No me molesta, para nada. —Se rio avergonzada—. Me-me gusta. Me gusta mucho —titubeó y se relamió los labios con nervios—. No me gusta hablar de estas cosas, me ponen incómoda...

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora