31. Mango

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La alarma que Lexy había programado en la madrugada obligó a la pareja a tener un despertar agitado. Se sintieron confundidos e inclusive asustados, pero se tranquilizaron al entender que aún estaban a tiempo de llegar a la reunión y al primer día de trabajo en la ciudad empresarial.

Lexy se quejó un par de veces, deseosa de continuar en la cama hasta el mediodía, pero Joseph le recordó sus obligaciones y mientras ello ocurría, el hombre se encargó de pedir el desayuno para animar a la adormilada jovencita.

No pasaron ni quince minutos para que un dependiente del hotel apareciera con sus alimentos por la puerta, dispuesto a preparar el lugar para que la pareja pudiera desayunar con tranquilidad.

Lexy se escondió en el cuarto de baño hasta que el dependiente del hotel se fue y aprovechó de la privacidad para lavarse el rostro, quitarse las legañas y ordenarse el desastroso cabello que tenía alborotado por todas partes.

—¿Qué es esto? —preguntó Lexy cuando apareció otra vez por la habitación y observó un alargado saco negro que colgaba desde la manija del armario.

—Es mi ropa.

—¿Fuiste a buscarla?

—No —respondió él con una sonrisa—. El dependiente del hotel la trajo por mi —dijo e invitó a Lexy a sentarse en la elegante mesa que disponía la comida que Joseph había encargado antes.

Lexy intentó encontrar comodidad en la acolchada silla, pero por más que quiso, no lo consiguió y, de seguro, producto del largo viaje, un insistente dolor en la parte baja de su espalda la mantenía incómoda y fatigada.

Ajustó frescas frutas junto a algunas nueces y almendras en un platillo y se sirvió un café amargo; se levantó desde su posición y se acomodó a los pies de Joseph, en posición india, y con su café y su platillo a su lado.

El hombre le consagró una divertida mueca y se empinó un vaso de jugo de naranjas en los labios, sin quitarle un ojo de encima. Le resultaba sumamente divertido verla en tan jovial posición y aunque no omitió comentario al respecto, aprovechó del tiempo que tenían a favor para acompañarla en la alfombra.

Cogió su vaso con jugo de naranjas y se sentó a su lado, donde le robó un par de almendras que se llevó a la boca con prisa.

Lexy se rio de sus locuras y se movió graciosa en su posición, para luego rendirse sobre el suelo y acomodar los brazos bajo su cabeza, cogiendo una cómoda posición que la ayudó a relajarse.

—¿Siempre comes en el suelo? —preguntó el hombre, quien imitó sus misteriosas acciones para recostarse a su lado.

—No —contestó Lexy y volteó sobre su cuerpo para mirarlo mejor—. Me duele la espalda, debe ser por el viaje y la falta de descanso —susurró y no pudo quitarse las ganas de tocarlo.

Estiró su mano libre para acariciarle el abdomen y subió por su pecho hasta encontrarse con su mentón cubierto en una oscura barba que embellecía todo su masculino rostro. Le acarició el mentón con la punta de los dedos con timidez y continuó por tocarle los labios. El hombre atrapó su traviesa mano en el camino y apretó su muñeca con suavidad para acercarse la misma a los labios. Le dedicó una línea de besos que ascendieron por todo su antebrazo interno, donde cientos de escalofríos y sensaciones explotaron por el cuerpo de la muchacha, esa que seguía anonadada, tirada en el suelo alfombrado y con la boca abierta, intentando respirar pausadamente para no delatarse en tan delicioso goce.

Pero como ya era habitual, su cuerpo la traicionó y terminó gimiendo femeninamente cuando los labios del hombre le succionaron la piel con frenesí, encendiendo cada terminación nerviosa en su pequeño cuerpo.

Siempre míaWhere stories live. Discover now