49. Indestructibles

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Se encontró a Lexy en el interior del auto, refugiada y atemorizada. Tenía el rostro limpio y seco y algunos productos de aseo en las piernas. Se miraron a través del cristal por algunos segundos y aunque la joven estaba asustada hasta ese entonces, encontró alivio en la mirada oscura del hombre, esa que le hacía sentir escalofríos y compleción.

Joseph rodeó el auto sin dejar de observar a Lexy y se subió para refugiarse a su lado.

La joven no dijo palabra y solo soltó el llanto cuando el hombre estiró la mano para tocarle y acariciarle el muslo, ese qué se hallaba pintado de rasguños.

Sollozó con tanta fuerza que el hombre tuvo la urgencia de olvidarse que estaban separados por una caja de cambio y la levantó con un fuerte movimiento desde el sofá en que descansaba para sentarla en sus piernas y contenerla en tan angustiante momento.

Sus gruesos brazos la acunaron contra su pecho y la mecieron de lado a lado mientras sus lágrimas humedecieron la piel de su mejilla y le rozaron la crecida barba. Cerró los ojos e inhaló profundamente su aroma, conforme sus manos le dedicaron un suave masaje en los hombros.

Lexy se frotó el rostro con las dos manos y se levantó desde su pecho, ese que le ayudaba a encontrar consuelo.

La jovencita se quedó algunos segundos en silencio, pensando bien en lo que había ocurrido. Cavilando sobre la sensación de vacío que siempre le quedaba en el fondo del pecho.

Estaba acostumbrada a ella, causándole quemazón y dolor en el pecho y la garganta, pero, por más qué anheló sentirla, la desagradable y dolorosa sensación no estaba allí, no había nada, solo suspiros ahogados que se le escapaban con cada caricia que el hombre le dedicaba.

Algo muy diferente había ocurrido tras el ataque y enfrentamiento al que sus propios padres y Esteban la habían sometido. En esta oportunidad, no estaba sola y Joseph la había salvado de caer al oscuro barranco en el que siempre terminaba tras las agresiones de Esteban.

Lexy esbozó una sonrisa y miró a Joseph por el rabillo del ojo, avergonzada por la absurda situación a la que lo había expuesto.

—¿Qué ocurrió? —se atrevió a preguntar, timorata de oír algo que pudiera afectarle.

—La policía llegó para llevarse a Esteban y tus padres por fin han entendido la verdad —contestó Joseph, ordenándole el cabello detrás de las orejas y observándola desde su posición con admiración.

Con las mejillas rojas y los ojos irritados le parecía hermosa.

—Jo...

Chist... —interrumpió él y le acomodó los dedos sobre la boca, cuidando de no lastimarla más—. Estás conmigo ahora y yo no voy a permitir que nadie te toque, Lexy. ¿Está claro? —preguntó y la joven asintió con la cabeza, conforme un sinfín de ricas sensaciones se le metían por la barriga y el pecho—. Vamos a regresar al interior de tu casa, voy a hablar con tus padres y...

—Ellos creen que soy tu puta, Joseph, creen que solo me usas para tener sexo —reconoció Lexy, sumamente avergonzada.

Las mejillas se le pintaron de rojo y tuvo que esconder la mirada. Temía que fuera verdad, al fin y al cabo, si recordaba desde el inicio todo aquello que el hombre le había dicho, las cosas tenían mucho sentido.

—No eres puta de nadie, preciosa —respondió él, un tanto fastidiado por los hechos. Lexy lo miró con desconfianza—. Vale, ven conmigo —pidió, abriendo la puerta del auto para bajar.

—¡¿Qué?! —consultó ella, nerviosa—. No, no, Joseph, yo no quiero regresar allí. Me iré a vivir con mi abuela, no quiero ver a mis padres otra vez —explicó ofuscada y el hombre se quedó irresoluto por sus testimonios.

Siempre míaWhere stories live. Discover now