50. La debilidad de Joseph

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Joseph condujo bastante intranquilo hasta la propiedad que compartía junto a su hermana, las manos le seguían temblando después del enfrentamiento y estaba seguro de que necesitaba unos cuantos sorbos de tequila para apagar la ansiedad que sentía tras el enfrentamiento con la familia Bouvier.

Lexy continuaba sumida en una profunda amargura que a él no le simpatizaba y anclada sentimentalmente a ese lugar que ella llamaba hogar, donde había recibido el peor de los castigos y peor aún, proveniente desde sus propios padres, esas personas que, muy por el contrario, solo deberían transmitirnos serenidad y afecto.

El recibimiento de Emma fue el esperado y se mostró feliz de tener a Lexy en casa. Chachareó descontroladamente mientras organizó una larga lista de planes e ideas que se le venían a la cabeza ahora que iba a tener a una compañera femenina las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.

—No tienes idea de lo aburrido que es vivir con Joseph —resopló la joven Storni y se apoyó en el umbral de la puerta, mirando a Lexy con ansiedad—. Podríamos hacer fiestas de pijamas con mis amigas: música, tequila, sal y limón; y podemos hacer karaoke en las noches, fiestas de piscina y...

—Emma, no —intervino Joseph, cargando la maleta de Lexy por el pasillo de su hogar—. Déjanos a solas, por favor —pidió con una dulce voz y se plantó frente a Lexy, quien seguía desarmada en un diván que Joseph poseía en una de las esquinas de su dormitorio.

Emma asintió con mueca de desagradado y le dedicó un simple gesto a su hermano, continuó con su nueva compañera y se marchó a paso lento, tarareando una canción que Lexy había escuchado anteriormente: "Se ha roto esta cosa frágil y no puedo, no puedo recoger los trozos... me siento tan destrozada y abandona, que sólo quiero decírtelo para que lo sepas...".

Joseph ahogó un suspiró conforme negó con la cabeza.

Amaba la voz de Emma repercutiendo por todos los espacios de su hogar, era como la risa de los niños: alegre, divertida y contagiosa; también lo llenaba de colores tornasoles y le quitaba esa frialdad que a él tampoco le gustaba, pero a veces, y de seguro por su notoria inmadurez, entonaba cosas que no venían al caso.

—Cree que estoy destrozada y que soy frágil —jugó Lexy de buen humor y Joseph volteó para mirarla con consternación.

—Tal vez, pero no estás abandonada, ¿vale? Yo estoy aquí y no voy a ir a ninguna parte —protestó él con espanto y Lexy contuvo una carcajada que ahogó con un suspiro que a Joseph le gustó.

—Te voy a preguntar algo ridículo, pero quiero que respondas con sinceridad —siseó Joseph y se arrodilló frente a ella para mirarla a los ojos y tenerla cerca. Lexy asintió con la cabeza—. ¿Quieres compartir la cama conmigo o prefieres tener privacidad? —preguntó con prisa y como nunca, nervioso y descontrolado, continuó—: Si eliges privacidad no creas que me voy a enojar, para nada, quiero darte todo lo que quieras y necesites, Lexy. Y sí prefieres tener tu espacio hasta que nos acostumbremos uno al...

Tuvo que guardar silencio cuando Lexy le cubrió la boca con sus dedos, apretándole los labios para silenciarlo. Resultaba tan nervioso que a Lexy le parecía adorable.

Lo pensó pocos segundos, mientras miró a su alrededor con una mueca de asentimiento.

—No quiero dormir sola —respondió ella con susurros, había gritado tanto antes que la garganta le quemaba—, no podría dormir en otra habitación sabiendo que estas aquí y que no puedo disfrutarte —contestó por fin y carraspeó antes de continuar—: Y lo voy a dejar claro antes porque no quiero problemas: quiero que me abraces para dormir, que me acaricias hasta que te quedes sin dedos y que compartamos el armario —exigió con poder y a Joseph le gustó verla así, fuerte, decidida, aunque fuera con cosas tan simples.

Siempre míaΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα