1. La vida en Los Ángeles.

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Toda buena historia comienza por su final. Y después de tanto tiempo, estaba comenzando a pensar que este era el mío. No mi buena historia, no. Mi final.

Enviar propuestas editoriales y conseguir trabajo se parece más de lo que me podría haber imaginado, y soy pésima en ambas cosas. Lo malo de ser escritora, de ser joven y de no tener empleo es que en todos los casos no tienes experiencia frente a la gente, así que es difícil que seas tomada en serio. Pero Stella Martínez era una de mis autoras favoritas y tenía 16 años.

Había sucedido de una manera maravillosa y espontánea, como uno de esos cuentos para niños donde las historias tienen un final feliz. Stella había subido su historia a una plataforma en internet donde tuvo muchas leídas y las personas amaron su trabajo. Nunca supe qué clase de magia negra utilizó para tener tantas lecturas y comencé a cuestionarme seriamente en que las editoriales se fijaban en las cifras.

Lograr la publicación de tu libro y conseguir trabajo era demasiado similar. Para mi desgracia, tenía el enorme problema de que hasta el día de hoy no había podido conseguir ninguna de las dos cosas. Tanto porque mi libro no había logrado encajar como porque era demasiado tímida para llegar hasta un trabajo. Aunque claro, eso no significaba que dejaría de intentarlo.

¿Qué sería de mí después de la universidad? ¿Qué destino tienen las personas tímidas una vez deben enfrentarse al mundo? Nadie nos preparó para esto.

No puedo evitar preguntarme lo mismo una vez más mientras miro el correo que me ha llegado al apartamento. Hay algunos sobres aquí. Unos cuantos más y completaré mi colección para convertirlos en cartas gigantes de Yu-Gi-Oh.

—Factura, factura, factura... ¡Oh, esto es...! Ah no, factura.

También hay una carta de mis padres aquí. Wow. ¿Siguen esperando que vuelva a casa después de haberme echado como a un perro? En serio, ¿qué clase de padres echan a su hijo para luego pedirle que vuelva?

Muchos, probablemente.

—Factura—la tiro.

Dios mío. ¿Qué voy a hacer?

¿Y si no consigo trabajo a tiempo? ¿Y si me quedo en la calle? ¿Me convertiré en una vagabunda? Eso significará que mis padres tendrán razón cuando dijeron que ser escritora no me daría una vida. Pero si mi libro fuera tan famoso que hasta tuviese una película, podría tener una oportunidad. Es decir, si otras personas lo lograron, ¿por qué no podría yo llegar hasta allí?

A pesar de todo, sé que será difícil llegar a mi meta. ¿Qué podría hacer? No conozco a nadie, y si hay algo que aprendí de los populares del instituto es que quien tiene influencias más oportunidades tiene para conseguir lo que quiere.

Podría ser actriz porno.

¿Podría? Me paro frente al espejo con rapidez. No, no podría. Considerando mi timidez y que tampoco soy Jennifer López –dos puntos en mi contra-, no lo veo posible.

Es oficial: estoy perdida.

Mi estómago no da tregua, así que voy a la cocina y hago un poco de espagueti. Me salen realmente bien, aunque no cocino lo mismo todos los días porque si no me aburriría de la misma comida. Sirvo un poco de pasta en mi plato, y comienzo a comer, y casi de inmediato me siento mejor. ¡Mmm, que rico! Esto es lo que me hacía falta. Nada mejor para subirme el ánimo que un plato de mis espaguetis especiales.

Pero mi buen ánimo se frena cuando sueno el teléfono. Suelto el tenedor, el cual choca con el plato de manera estrepitosa y dramática. Alzo una ceja. Ya sé que dramatizo, pero ¿quién ha sido tan desgraciado de interrumpirme mientras como mis espaguetis especiales? Pienso en el número de personas que tienen mi número de teléfono, con la imagen de mis padres viniendo a mi mente. Considero la posibilidad de estrellar el teléfono contra la pared o de tirarlo por la ventana, pero entonces recuerdo que no tengo dinero suficiente para uno nuevo y se me pasa.

Corazón de papelUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum