43. El inicio del cambio.

6.2K 543 51
                                    

Una cálida sensación se siente debajo de mí. Dios santo, que colchón tan cómodo. Tengo que preguntarle a Alice donde consiguió este maravilloso colchón. Ahorraría todo mi sueldo solo para comprar uno así. Considerando que esta es una casa de ricos, hasta el papel higiénico debe valer millones. Pero la verdad es que no me importaría pagar una millonaria suma por un colchón como este. Adiós pesadillas. Adiós dolores de espalda. Adiós malos dormir, y hola a noches placenteras. Seguro que no tendría pesadillas nunca más. El único problema es que es algo duro, pero eso no quita que sea sumamente cómodo y cálido. Me pregunto por qué no lo había sentido tan cómodo antes.

El sol me obliga a abrir los ojos, y me acurruco en mi fuente de calor mientras me resisto a despertar. Estoy muy bien aquí, no quiero moverme. Estúpido mundo real. Estaba muy bien en mi mundo de comodidad. Al final me veo obligada a regresar al mundo real, pero es entonces cuando me doy cuenta de lo que está sucediendo.

No es un colchón.

Es Alex.

Estoy durmiendo sobre su pecho.

¡¿Cómo terminamos en esta posición?!

De un brinco me quito de encima, pero en el intento, ruedo a un lado y caigo estrepitosamente al piso. Suelto un quejido de dolor. Me llevo las manos a la cabeza y chillo. Podría jurar que ese sofá era más grande.

Maldita percepción.

Una ligera risa ronca vuela en el aire, pero de repente adquiere fuerza y se convierte en una risa a carcajadas. Gruño.

—Deja de reírte. No es gracioso.

Bravo, se está riendo de mí, que alegría, ¡pero eso no fue nada gracioso!

Me siento sobre el piso, y me sujeto la cabeza. Dios, que dolor. Ojalá hubiera caído de una manera menos dolorosa. Dirijo la mirada hacia el hombre frente a mí, que se ha sentado y se está riendo a todo pulmón mientras sujeta su abdomen. Sigo sosteniéndome la cabeza por un largo rato, mientras el dolor se calma. Los golpes en la cabeza son peligrosos.

Cuando el dolor ha disminuido, pongo las manos en mi regazo. Observo a Alex de reojo, quien sigue muriéndose de la risa. Finjo mirar un reloj en mi muñeca y suspiro, molesta.

—Avísame cuando termines.

Después de largos minutos deja de reír poco a poco, suspirando y limpiándose pequeñas lágrimas de sus ojos. Bueno, finalmente refrena su risa, pero no es gracioso que se ría de mí. No me parece gracioso ahora. Dios santo, ¿y yo besé a ese hombre anoche?

Un momento... ¡¿Yo hice eso?!

¡No! ¡No! ¡No puede ser! ¡¿Me volví loca?! ¡No! ¡¿Cómo pude besarlo?! ¡Esto es horrible! ¡Qué vergüenza!

Alex me mira, extrañado. Genial, ahora parezco aún más rara. ¡Tengo que controlarme! ¡Pero no puedo! ¡No puedo porque lo besé, y luego el me besó, y lo peor es que me gustó! Me pego una cachetada. «¡Contrólate!»

¿Cómo era que se respiraba? Vamos, tengo que pensar con tranquilidad. Eso, con mucha tranquilidad, aunque ahora mismo no recuerdo el significado de esa palabra.

Ahora lo recuerdo. Nos besamos anoche, y yo estaba asustada porque eso cambiara algo entre él y yo. Estaba anticipando un distanciamiento, pero aquí está él, mirándome con gesto extrañado porque me acabo de pegar una cachetada a mí misma y sin rastros de estar preocupado por habernos besado anoche. No está distante ni frío, mucho menos evasivo. Está... relajado. Tal vez nunca lo había visto tan relajado.

Anoche sin duda algo cambió entre nosotros, pero probablemente no en el aspecto en el que lo estoy imaginando. Nos acercamos más. Anoche nos volvimos más cercanos el uno con el otro, pero no pasó de allí.

Corazón de papelWhere stories live. Discover now