47. Antídoto contra el dolor.

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La noche se hace larga e insoportable. No sé cuántas horas llevo dando vueltas en la cama, pero no puedo dormir. No con la incertidumbre comiéndome la cabeza. No estoy tranquila. Mi mente solo da vueltas y vueltas. ¿Alex estará bien? Me he hecho esa pregunta más de una vez, pero sé que con Reed no corre peligro. No conozco lo suficiente a Reed, pero sé que daría lo que fuera por su amigo y no permitiría que nada malo le pase. Entonces, ¿por qué me preocupo? Alex está bien. Tiene veinticinco años ya, y puede ir a donde se le dé la gana. Un bar no tiene nada de raro. Pero aun así estoy paranoica. He pasado de verlo encerrado en una habitación queriendo morir a verlo yendo a un bar con sus amigos, como una persona cualquiera.

Alex se está divirtiendo en este momento, y yo tengo que dormir. Pero simplemente no tengo sueño. Tengo tanta energía que podría ponerme a saltar la cuerda. Pero no tengo una, así que sigo dando vueltas en la cama, hasta que de repente dejo de ser consciente de lo que sucede a mí alrededor.

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Un golpe seco me despierta de manera abrupta. Me siento de golpe. Observo mi alrededor, desorientada. Por un momento olvido en donde estoy, pero poco a poco los recuerdos regresan. Un murmuro enredado llega a mis oídos, y paso la mirada por en medio de la oscuridad para ver algo, pero no distingo nada. La luna se encuentra escondida tras gruesas nubes, lo que impide que haya algo de luz. Entrecierro los ojos para intentar distinguir algo, pero es en vano.

El colchón se hunde a mi lado, y brinco en mi sitio. No puede ser.

— ¿A-A-Alex...?

Por un momento me inunda la alegría de que haya regresado, pero ese sentimiento se esfuma rápidamente. Arrugo la nariz. Puedo sentir el olor a alcohol desde aquí. ¿Cuánto bebió? ¿Por qué está aquí? Creí que iba a quedarse con Reed si se embriagaba.

—Shh. Estoy borracho, ¿Qué no ves? —murmura de manera enredada.

Ruedo los ojos en medio de la oscuridad.

— ¿Qué haces aquí? —pregunto en susurros—. Creí que ibas a quedarte con Reed.

Su peso se desploma hacia atrás, y volteo la cabeza para mirarlo aunque no pueda ver nada. Murmura algunas cosas incomprensibles. Me rasco la cabeza, resignada. No está en sus cinco sentidos para hablar. Lo mejor será acomodarlo para dormir y preguntarle mañana.

— Pues Reed, mi nuevo amigo del gimnasio y yo fuimos a un bar a ver nenas... —Hace énfasis en la primera ene de la palabra «nenas», y algo se revuelve en mi estómago con fuerza—. Entonces bebimos mucho y reímos de cosas estúpidas. Y luego estabas tú cuando me fui, con esa cara de «¿Por qué no me quiere llevar este hijo de puta?». Y decidí volver para que no me extrañaras tanto.

Abro los ojos de par en par, sorprendida. ¿Cómo supo Alex que yo quería ir con él? ¿Acaso mi cara era tan obvia? Mierda. Me gustaría ser un poco más discreta. Qué vergüenza. Yo no tengo derecho de entrometerme en sus planes.

—Nah... era broma... —balbucea.

— ¿Qué?

—Volví porque te extrañaba.

Me llevo una mano al pecho, intentando calmar el sentimiento que crece allí. Mi pulso está a mil. Mis mejillas están calientes y mis manos inquietas. Quiero moverme, quiero hacer algo, pero estoy petrificada.

Me extrañaba. Él me extrañaba.

—Estás ebrio—susurro.

—Cierto...—ríe de forma dificultosa—. Pero dicen que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad.

Corazón de papelWhere stories live. Discover now