1. Primer Día

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Era una mañana de febrero, el sol calentaba de lleno como todos los días en este país, aunque el reloj recién marcaba las seis y media, el termómetro ya indicaba treinta y dos grados en la escala de Celsius, eso profetizaba un día infernal que pro...

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Era una mañana de febrero, el sol calentaba de lleno como todos los días en este país, aunque el reloj recién marcaba las seis y media, el termómetro ya indicaba treinta y dos grados en la escala de Celsius, eso profetizaba un día infernal que probablemente en la siesta, superaría los treinta y ocho o cuarenta grados. Daniel se levantó de mal humor, era el primer día de clases en una escuela nueva, en una ciudad nueva. Su madre decidió que debían volver a la capital y se lo había comunicado un par de meses atrás, pero aquello no fue nada nuevo para él, Daniel ya intuía que a la muerte de su padre, su madre desearía volver a sus raíces.

No era sencillo para un chico de trece años tener que dejar casa, colegio y amigos e ir a vivir a un lugar completamente nuevo. Daniel no era un chico particularmente extrovertido, así que la idea de hacer nuevos amigos le generaba mucha ansiedad.

Luego de asearse y ponerse el uniforme de su nuevo colegio, fue a la cocina para desayunar.

—¡Buenos días! —saludó su madre entusiasmada mientras llenaba un vaso de jugo de naranja recién exprimido y se lo ponía en frente—. Ahí tenés la leche, el café y el pan. ¿Querés un poco de dulce? —sonrió abriendo la heladera.

—No, así está bien.

—No podés ir al cole con el desayuno bebido, tenés que comer algo.

—Está bien, no tengo hambre.

—Ya sé, estás nervioso por conocer gente nueva, ¿verdad? —preguntó ella sentándose al lado de Daniel y poniendo una mano en su hombro cariñosamente. Daniel la observó, era hermosa, su pelo castaño claro caía sobre sus hombros en ondas naturales, sus ojos de color miel transmitían una mirada dulce y expresiva, además tenía un hoyuelo en la mejilla derecha que se le marcaba apenas sonreía y le daba una expresión única a su rostro.

Lo cierto es que Daniel la admiraba, era una mujer fuerte, decidida y valiente, amaba a su padre pero aun cuando éste les dejó, y ya pasados los días normales del duelo, su madre se había repuesto, había colocado de nuevo la sonrisa en su rostro y había salido adelante. Aun así el chico sabía que ella sufría, la había visto llorar por las noches o al observar con tristeza alguna de las pertenencias de su padre, es por eso que decidió volver a la ciudad donde nació, a la ciudad donde se crio, para alejarse del dolor que le generaban los recuerdos en una ciudad a la que había ido exclusivamente a causa del amor. Todo eso hacía que Daniel no la juzgara, que no la odiara por obligarlo a mudarse en el peor de los momentos.

—Sí... —aceptó el chico bajando un poco la vista.

—Vas a ver que todo va a salir bien. Vos sos un chico súper buena onda y divertido, te vas a llenar de amigos muy pronto; y de amigas también, porque sos churro —dijo su madre apretándole una mejilla.

—Mmmm —murmuró Daniel sonriendo y apartando la cara—, no exageres.

—Dale, terminá el desayuno y vamos que se nos hace tarde.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora