34. Hermanas

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Chicas, vengan... Hay tres chicos en la barra y cada uno pagó por una de ustedes, vayan a atenderlos. Servicio completo pidieron.

Cindy, Ana y Lorena caminaron hasta la barra en búsqueda de sus clientes. Cindy se acercó a uno rubio, Lorena se quedó con un morocho de baja estatura y a Ana le quedó el chico que estaba de espaldas. Al principio no lo reconoció, pero al acercarse se dio cuenta que era el mismísimo Arandu, su amor platónico y hermano de su mejor amiga.

—Hola —lo saludó.

—Ey, ¿qué haces acá? —la saludó confundido.

—Bueno, yo trabajo acá...y Diego me dijo que vos ya pagaste... Acompañame —dijo para que fueran a una de las piezas destinadas para ese efecto. Arandu la siguió pero una vez adentro quedaron observándose por largo rato sin hablar.

—No sabía que te dedicabas a esto —dijo encogiéndose de hombros.

—Bueno, de algo hay que vivir... —respondió ella un poco avergonzada—. Pero Panambí no tiene que saberlo.

—Obvio, no le voy a decir.

—Bueno, ¿por dónde querés empezar? —El chico la observó y simplemente se imaginó a su hermana. Ana era la mejor amiga de su hermanita, él siempre la había visto rondar por la casa, desde niña, jugaba con su hermana a las muñecas... No podía estar con ella, no podía hacerlo.

—Mirá, no me tomes a mal... no creo que pueda, no con vos.

—¿Por qué? —le preguntó la chica sintiéndose menospreciada. ¿Por qué ella no podía gustarle al único chico que la hacía suspirar desde siempre?

—Mirá, yo me voy, no te preocupes igual voy a pagar —dijo y salió de aquella habitación. Varias veces volvió a venir, pero siempre se cercioró que no fuera ella la que estuviera con él.

Anita se volvió dándole la espalda a Arandu tras aquel recuerdo, aquel rechazo le había dolido, nunca lo había entendido. Él también recordó la escena y ahora, a tantos años después podía entender lo que la chica sentía o pensaba. Se acercó a ella y acarició su brazo. Anita se giró para ver lo que le decía.

—No es lo que pensás. Yo no te rechacé aquella noche porque no me gustaras. Sos linda, siempre lo fuiste. Pero vos eras como mi hermana, estabas todo el día por casa, no podía verte de otra forma. Me pareció que no podía hacerte eso... no yo... No quería ser uno más de los que te lastimaran.

—¿Y qué cambió ahora? —le preguntó ella sin evitar sentirse mejor ante aquella revelación, quizás él la estaba cuidando, a su manera, pero eso hizo esa vez.

—Yo no te traje acá para eso Ana, te traje para hablar y estar juntos. Me gustás, me gustás mucho. En este tiempo que nos empezamos a conocer a fondo, que vimos quienes somos, las personas en quienes nos convertimos, empecé a pensarte cada vez más. Me gusta estar contigo, hablar, pasar tiempo juntos.

—Pero yo... mi pasado...

—A mí eso no me importa. Los dos somos un desastre, los dos tuvimos pasados tumultuosos, pero los dos lo supimos superar. Solo quiero estar contigo, compartir, conocerte más...

—Siempre me gustaste, vos sos la única persona de la que me enamoré cuando era chiquita. Me encantaba ver como cuidabas de Panambí, como la protegías. Para mí eras como un príncipe de un cuento de hadas. Yo vivía una vida horrible y nadie me cuidaba, soñaba con que vos me cuidaras como lo hacías con Panambí.

—Le fallé a ella, no soy un príncipe... Pero ahora estoy aquí, tratando de rehacer mi vida, y si vos me permitís te quiero cuidar, a vos y a Jazmín.

—Tengo mucho miedo, yo no creo en el amor ni en los hombres.

—Yo también tengo miedo, pero me gustaría intentarlo... Aunque si querés podemos probar sin decirle nada a los chicos, no sea que se ilusionen y luego no funcione. Lo que vos quieras.

Ana lo miró y le sonrió, lo vio hermoso como cuando niños, era el mismo de siempre, ahora cuidaba de su hijo y se preocupaba por él. Le estaba pidiendo que le dejara cuidarla, protegerla. Eso derritió su corazón lastimado y dolido. Era como una luz en el fondo de un pozo oscuro y abandonado, como una bocanada de aire en medio de un incendio.

Acarició su mejilla y se acercó a él. Arandu la abrazó por la cintura y ella rodeó sus brazos por su cuello, juntaron sus labios en un beso tierno, dulce, lleno de cariño, uno que ella nunca antes había experimentado. Miles de luces se encendieron en su corazón.

Cuando Panambí despertó cerca de las ocho de la mañana, Daniel dormía sereno a su lado. Se dirigió a la habitación de Ana para ver a Jazmín durmiendo pacífica en su cama y luego vio a Marquitos recostado donde lo habían acostado anoche, en el sofá. No había rastros de Ana ni de su hermano y eso la hizo sonreír. Quizá por fin sea el momento de encontrar el amor para su escéptica amiga.

Preparó un café y luego se sentó a disfrutarlo en la calma de la mañana. La puerta se abrió y ella desde donde estaba los vio entrar; sonreían y se tomaban de la mano. Sus sospechas eran ciertas, algo había sucedido entre ellos y se notaba en la felicidad de ambos. Ingresaron a la cocina y la vieron.

—Hola... —saludó Arandu.

—Hola, veo que están felices —sonrió Panambí mirándolos a ambos.

—Lo estamos —dijo Anita y Arandu la abrazó besándola en la frente.

—Aun no queremos que los niños lo sepan —explicó su hermano y ella asintió—. Al menos hasta que estemos más seguros.

—No se preocupen, todo saldrá bien —sonrió Panambí al verlos tan contentos.

Quedaron allí un rato desayunando y luego Arandu se despidió llevándose a Marquitos con él. Era sábado así que no había clases, Panambí y Anita se quedaron solas y pudieron conversar.

—¿Entonces? ¿Ya creés en el amor?

—Creo en tu hermano... aunque eso no quiere decir que no tenga miedo. No quiero sufrir.

—Si temés sufrir no vas a ser feliz nunca. Hay que arriesgarse un poco en la vida. Hay que vivirla, y amar es parte de vivir.

—¿Te parece que puedo ser feliz con él?

—Claro, todos nos merecemos ser felices, amar y ser amados. Arandu es bueno, se equivocó mucho, pero es bueno.

—Vos sos la persona más hermosa que conocí en la vida Panambí, amás sin miedos, perdonás a todos y le encontrás el lado bueno a todo lo malo que te pasa o a la gente.

—Así se vive mejor. Pero contame qué pasó anoche.

—Salimos, comimos, caminamos de la mano, me dio un beso tan dulce que lo puedo considerar la primera vez que beso a alguien. La primera vez que siento... y eso, nada más. Dormimos juntos, pero solo eso, dormimos.

—Es hermoso dormir en brazos de la persona que amás. Me alegra mucho que estén juntos.

—Ahora sí somos hermanas —dijo Anita bromeando y Panambí la abrazó.

—Ahora sí somos hermanas —dijo Anita bromeando y Panambí la abrazó

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Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora