20. Dificultades

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Cuando Panambí despertó se hallaba acostada en su cama, aun podía oler el hedor asqueroso del vómito y cuando recordó el sabor de ese hombre en su boca, tuvo que levantarse corriendo y sin pensarlo volvió al baño, para seguir vomitando

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Cuando Panambí despertó se hallaba acostada en su cama, aun podía oler el hedor asqueroso del vómito y cuando recordó el sabor de ese hombre en su boca, tuvo que levantarse corriendo y sin pensarlo volvió al baño, para seguir vomitando.

—¿Qué pasó? —le preguntó Anita viendo a su amiga tirada a los pies del inodoro acabando de vaciar su estómago. La había encontrado atada a una silla y rodeada de vómito y desperdicios, estaba desnuda, sucia e inconsciente.

Ella le limpió con un trapo lo que pudo y la acostó en la cama esperando a que despertara. Panambí le contó lo sucedido y Anita se escandalizó por aquello. No podía creer lo que le estaba contando, no podía creer que algo así le hubiera sucedido a su amiga del alma. Ella conocía a esos chicos, eran amigos de Arandu y solían frecuentar el local. Todos eran drogadictos y agresivos, algunos de ellos tenían varias entradas en la penitenciaría pero siempre salían ilesos.

Anita le insistió que fueran a la policía a denunciarlos pero Panambí no quiso, temía que si lo hacía mataran a su hermano. Anita le dijo que se fuera a vivir con la profe Raquel o con ella, esos chicos iban a volver a terminar lo que habían empezado, le explicó que sabía que eran peligrosos y que ella no podía quedarse allí. Panambí estuvo de acuerdo con eso y aceptó quedarse unos días en lo de la Profe Raquel.

Se lavó la boca por cuarenta y cinco minutos y se bañó por media hora, luego le pidió a su amiga que la sacara de allí. Todo eso le recordaba lo que acababa de pasar. Juntaron sus ropas y se dispusieron a salir, cuando se iban a ir Panambí recordó el piano y la carta de Dani, buscó la carta y la guardó pero el piano ya no estaba. Anoche, y luego de haber sido ultrajada, José había vuelto para llevárselo, le dijo que era como parte de la deuda. Ahora lo recordaba.

Sus lágrimas comenzaron a caer y Anita lo supo, eso era todo lo que a ella le quedaba de Dani, era la música que Dani había dejado en su silencio. Abrazó a su amiga y le prometió comprarle otro piano. Pero eso no era suficiente para ella, ese ya no sería el piano de Dani. Decidieron no contarle a la Profe lo sucedido, simplemente decir que le habían robado y pedirle alojamiento, y esta alterada y asustada por el bienestar de la chica, aceptó.

La vida de Panambí, ya tan golpeada y lastimada, siguió adelante. La profesora Raquel le daba cariño y afecto, cama y comida. Aun así la chica pensaba que debía trabajar, solo que no sabía cómo ni dónde. Estaba segura de volver a pedirle a Anita que le ayudara a conseguir trabajo en ese bar.

Pedro se enteró de lo sucedido y sufrió por su novia, lamentó el no haberse quedado allí con ella esa noche pero supo que algo en ella se rompió después y que ya no iba a poder recuperarla. Pedro sentía que ella no lo amaba lo suficiente o quizás él no era todo para ella como ella lo era para él. Trató de apoyarla, de decirle que él no la dejaría sola y que juntos superarían aquello, pero algunos meses después él entendió que ella no lo amaba, que estaba con él por no estar sola, y eso no le gustó. Hablaron y decidieron que lo mejor era separarse y con el corazón roto se alejó de la vida de ella, dejándola libre para que buscase su felicidad, y él en verdad esperaba que ella fuera feliz, se lo merecía.

—Llevame al bar voy a hablar con el dueño —insistió Panambí a Ana esa tarde mientras tomaban tereré en la casa de esta última.

—Panambí, te voy a decir de una buena vez, no vas a trabajar en eso. Nunca te dije porque no quiero meterte en mi mundo de mierda, pero yo soy prostituta —Panambí se quedó mirándola confundida, eso no podía ser cierto, Anita no era así.

—¿Qué?

—Hay muchas cosas que vos no sabes de mí, que nadie sabe porque son horribles y no tiene sentido contarlas...

—Contame... yo te cuento todo siempre, por más horribles que sean las cosas que me pasan.

—Mi mamá nunca me hizo caso, piensa que soy retrasada por ser sorda. De chica me hacían pedir limosnas y después, cuando tenía diez años mi tío empezó a tocarme cuando mamá no estaba. Me dijo que no le dijera nada, que las chicas estábamos para eso, y que yo tenía que aprender. Me di cuenta entonces que el sexo o lo que fuere que hacía en esos momentos me daba dinero, si yo les dejaba a los chicos de trece o catorce que andaban limpiando vidrios en la calle ver mis partes o tocarme, ellos me daban todas sus propinas y yo empecé a juntar así más plata que todos mis hermanos.

»Mamá me empezó a hacer caso y a querer porque era la que más aportaba. A los doce años el tío me violó por completo y entonces yo entendí lo que significaba el sexo. Me dediqué a ello, pero empecé a pedirle que me diera plata a cambio, él me daba cinco mil cada vez y después le empecé a cobrar por lo mismo a los chicos de la esquina, a todos los que querían. Mi mamá sabía lo que hacía, si todas las vecinas eran chismosas y todo se sabe, pero ella se calló porque yo llevaba mucha plata a la casa y entonces nosotros podíamos tener lavarropa, televisión y algunos muebles.

»Cuando cumplí los quince me invitaron a trabajar en este burdel, no es un bar Panambí, es un burdel, ahí atiendo clientes y cobro mucha plata, un porcentaje se queda para el dueño pero al menos me cuidan, por la calle es mucho peor. No te voy a llevar a trabajar en eso, vos te merecés mucho más, no esta vida horrible que yo tengo. Vos tenías un papá y una mamá que te adoraban, está la señora Raquel que te quiere, tu hermano te cuidaba y Dani, él era como el príncipe de los cuentos que solías leer.

Panambí se quedó en silencio, abrazó a su amiga que lloraba y se imaginó la horrible vida que llevaba. Se sintió culpable por no darse cuenta, por no estar para ella de la forma en que ella siempre estuvo ahí. Lloró con ella y recordó que le había prometido trabajar horas extras para darle lo que necesitaba, recordó el dinero que tantas veces le había prestado, meditó acerca de cómo lo había ganado y lloró aún más. Anita no se merecía esa vida y Panambí quería ir a pegar a su madre y a su tío en ese mismo momento.

—Vos y yo vamos a salir juntas de todo esto —le prometió entonces.

—Vos todavía podes soñar —le dijo Anita.

—Vos también podés. —Panambíle dijo llorando pero Anita solo negó con la cabeza. 

 

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Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora