32. Perdón

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Panambi y Arandu se sentaron y se observaron por lo que pareció una eternidad, él encontró a una bella mujer, hecha y derecha, sus ojos de color miel estaban cargados de lágrimas pero también de sabiduría, la vida parecía estar siendo buena con ella, su hermana se veía bien. Panambí se encontró con un hombre guapo y en mejores condiciones de lo que lo había visto la última vez. Le acarcició una mano y sonrió esperando que él hablase primero.

—No sé cómo pedirte perdón Panambí, no sé cómo hacerlo porque no merezco que me perdones. Sé lo que tuviste que pasar, sé lo que te hicieron... Me buscaron, me pegaron mucho, me rompieron algunas costillas y me partieron el labio y las cejas... pero nada dolió tanto como cuando me contaron lo que te hicieron por mi culpa. Volvieron a buscarte para terminar aquello, recé por primera vez en mi vida, le prometí a Dios un montón de cosas, lo que se me ocurría en ese momento, le pedí a mamá y a papá que intercedieran para que no te encontraran... Decime que no lo hicieron, tengo eso dentro de mí. Te busqué cuando logré liberarme de aquello pero ya no te encontré y no había rastros de vos ni de Ana por ninguno de los lugares que solían frecuentar.

—No me encontraron más —dijo ella—. No te sientas culpable por eso, fue horrible pero me dijeron que te iban a matar. Yo hubiera hecho lo que fuera para que no te mataran.

—Yo no me merezco tu perdón. Quería tanto verte, abrazarte, recuperarte... pero no me sentía digno de vos. No después de aquello... —Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo—. Yo tenía que cuidar de vos, tenía que protegerte.

—No te culpes más por nada, Arandu, eras un muchacho también. Tuviste que cuidar de mí por demasiado tiempo, tuviste que trabajar... ni siquiera podías jugar ni ser un chico de tu edad. Demasiada responsabilidad. Lo único que te puedo decir es que recé cada noche por vos, temía que estuvieras... muerto. Sos mi hermano, estábamos juntos en esto... te extrañé demasiado.

—Nada de lo que viviste es justo, nada de lo que dejé que pasara es tu culpa, todo es mi culpa y no encuentro ni la paz ni el perdón por ello. Me metí en las drogas y en los vicios, perdí todo lo que tenía; y no hablo de cosas materiales, perdí mi dignidad, mis sueños, mi propio ser. Cuando me di cuenta era demasiado tarde y no podía salir.

—¿Y Marcos?

—En el camino me enrollé con una chica llamada Mabel, estaba en el tema de drogas también, nos drogábamos juntos y hacíamos miles de tonterías. Ella quedó embarazada de Marcos y lo quiso abortar, se lo prohibí, le dije que yo me encargaría de todo. Se burló de mí diciéndome que ni siquiera podía cuidar de mí mismo pero yo recordaba la historia de mamá, lo que nos contó la tía y no podía dejar que mi hijo fuera asesinado. Decidí cambiar por él, pensé que no había nada ni nadie en el mundo que pudiera sacarme de aquel pozo profundo y oscuro en el cual estaba, pero Marquitos lo logró. Conseguí trabajo y me mantuve limpio mientras cuidaba de Mabel hasta que tuviera el bebé. Ella me dejó en claro que una vez que naciera se borraría y me pidió que jamás la buscara, ella no quería al niño, ni siquiera lo cuidaba...

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora