9. Cambios

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Dos años exactamente habían transcurrido de aquel cumpleaños y a pesar de que la relación de amistad entre Panambí y Daniel no había cambiado demasiado, todo lo demás sí lo había hecho.

Ese mismo día, en vez de estar festejando su fiesta de quince —como gran parte de las jovencitas asuncenas lo hacían incluso sin importar las diferencias de clases— Panambí se encontraba en el hospital. Su padre había estado entrando y saliendo cada vez con mayor frecuencia los últimos meses debido a fallas cardíacas y pulmonares que eran la consecuencia de sus largos años de fumador. Las cosas se estaban poniendo delicadas, él no podía trabajar más y Arandu, quien ya había terminado el colegio, debió encargarse del quiosco de forma prácticamente estable, todo lo que de allí salía iba para los medicamentos y tratamientos que su padre requería.

Panambí seguía estudiando y el piano se le daba cada vez mejor. La lectura musical le resultaba fácil y cuando ejecutaba, parecía que las vibraciones que emitía el instrumento se deslizaban por las teclas, subiendo por sus dedos, llegando a su alma y permitiéndole una interpretación limpia y única. Ella no lo notaba, no lo pensaba, simplemente lo sentía. Se pasaba muchas horas practicando, a veces en casa de Daniel y otras con el piano de cola de la profesora Raquel, el cual era definitivamente su preferido.

Había creado con su maestra un vínculo enorme, la mujer, que vivía en la soledad de la vejez, la quería como a una hija y la dejaba entrar y salir de su casa cuando quisiera. Panambí se encontró planeando estudiar la Licenciatura en música cuando terminara el colegio, aunque no sabía si por su discapacidad eso sería factible.

Su otra pasión, la lectura, aún continuaba moviendo hilos en su espíritu. Las novelas románticas de todos los tiempos que tenía la profesora Raquel en su biblioteca privada pasaron a ser otro pasatiempo, devoraba los libros en horas o pocos días y se sumergía en esas historias mientras seguía soñando que su tan amado príncipe azul diera algún día un paso hacia ella. También comenzó a leer novelas más modernas que bajaba por internet, algunas de tinte erótico que despertaban su libido y su curiosidad. Guardaba en su corazón aquel momento tan intenso que había sucedido en su cumpleaños número trece, pero ella y Daniel nunca volvieron a hablar de aquello y mucho menos a repetirlo.

Arandu se volvió un chico huraño y solitario, sus amigos del colegio lentamente se apartaron, siguieron sus caminos, estudiaron, trabajaron. Él se vio enfrascado en una vida que no deseó. Desde chico pensaba que estudiar le abriría las puertas, eso le había dicho su madre, eso le había dicho su padre. Le enseñaron que si sacaba buenas calificaciones podría ir a la Universidad con una beca y estudiar una carrera, podría ser alguien y alcanzar más cosas que las que ellos lograron.

Arandu no despreciaba a su padre, pero él nunca se había imaginado a sí mismo como un simple revistero, él anhelaba más, quería ser contador, soñaba con estudiar en la universidad. Pero ahora y con la enfermedad de su padre, siendo el mayor y teniendo que cuidar de su hermana discapacitada, no le quedaba de otra que olvidar sus ilusiones y vivir la realidad. Una realidad que aborrecía y que ennegrecía su alma, sus pensamientos y sus ganas de vivir. Odiaba saber que sus compañeros estaban estudiando, o trabajando en puestos administrativos de entidades privadas o públicas, mientras que él se pasaba el día sentado en su silla cable vendiendo periódicos.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora