10. Teclas y piel

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Panambí se enjabonó pensando que estaba usando el mismo jabón que recorría el cuerpo de su amigo y gran amor. A esas alturas ella había decidido que estaba enamorada, que de verdad amaba a Daniel y que le gustaba todo lo que viniera de él. Pero también había decidido no decirle nada, no insinuarle si quiera que sentía algo, prefería dejar que él diera el primer paso. La mayoría de los chicos de sus novelas lo hacía, y eso le parecía romántico.

Salió de la ducha y se puso un vestido de algodón ligero, era como siempre un día tremendamente infernal. Se iba a ir a dormir así que decidió no ponerse sostén. Cuando se despertara lo haría, odiaba dormir con eso puesto.

Al salir del baño vio a Dani sentado en el sofá, no le dijo nada, sólo fue a su habitación y se tendió en su cama. Amaba esa cama, todo allí olía a él y le gustaba pensar que estaba envuelta en cosas suyas, en cosas que tenían su esencia, su aroma. Suspiró profundamente y cerró los ojos perdiéndose rápidamente en algún lejano rincón onírico.

Despertó porque su estómago rugía. El olor que venía de la cocina la estaba llamando y había incluso logrado meterse en sus sueños más profundos. Se restregó los ojos y miró el reloj en la mesa de noche, eran las veinte, había dormido solo un par de horas pero se sentía descansada. Quizás era la cama, mullida y cómoda y sobre todo, con aroma a Daniel. Sonrió ante su pensamiento y se levantó para ver que cocinaba su amigo. Caminó en silencio al verlo concentrado y se acercó sigilosa por su espalda. Puso su mano derecha en el hombro de él y éste se sobresaltó.

—Me asustaste, no te oí —dijo Daniel girándose para encontrarla muy pegada a él.

—Lo siento, sólo quería saber qué hacías. Me di cuenta que no comí hoy en todo el día.

—Eso pensé, por eso te preparé hamburguesas con queso y huevo —dijo mostrándole lo que estaba cocinando. Panambí sonrió y luego observó el desastre en la cocina. Negando con la cabeza se puso a limpiar la infinidad de cubiertos que Dani había sacado para cocinar sólo un par de hamburguesas.

Mientras, él sirvió la comida, armó cuidadosamente las hamburguesas metiéndolas dentro del pan y poniéndole infinidad de verduras y aderezos. Colocó un plato en cada sitio y luego de que ella sacara algo para beber de la heladera, se sentaron a comer.

Al principio ninguno de los dos reparó en nada que no fuera la comida, pero luego y con el pasar de los minutos y el silencio reinante, los pensamientos de ambos empezaron a tomar forma. Panambí se sintió halagada por todo aquel desprendimiento de arte culinario, en el mundo en el que vivía era siempre ella quien debía servir a su hermano y a su padre, para eso era la mujer. El machismo era algo natural en la mayoría de las familias de clase baja, y aunque ella no compartía ese pensamiento, no le quedaba otra que hacer las cosas, después de todo su hermano y su padre la cuidaban y se preocupaban por ella. Panambí cocinaba, limpiaba y lavaba las ropas.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora