31. Encuentro

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Cuando despertó, Panambí lo estaba mirando. Le sonrió al verlo abrir los ojos y acarició su mejilla. Le dijo que se sentía descansada y como si se hubiera quitado un peso de encima.

—Compartir el peso con quien amamos nos hace sentir mejor —comentó él—, ya nunca estarás sola, ya nadie te hará daño jamás.

Panambí sonrió y luego recorrió su mano por el torso de Daniel desabrochando la arrugada camisa con la que había quedado dormido. Él sonrió y ella lo miró a los ojos. Daniel ayudó levantándose para sacarse del todo la prenda. Luego caminó hasta el otro lado de la cama y le pasó una mano para que se incorporara, ella lo hizo y su vestido desprendido por él la noche anterior cayó al suelo. La chica sonrió y él besó su sonrisa.

Daniel se sacó el pantalón quedando también en ropa interior y entonces la abrazó, empezó a moverla con suavidad de un lado al otro como si bailaran al compás de la más hermosa y dulce melodía. Panambí cerró los ojos y se dejó ir en la única melodía que podía oír, la de su alma en perfecta armonía con la de su amado, la del amor y de sus dos corazones aleteando alegres al mismo tiempo en sus pechos. Él acarició su espalda y bailaron por lo que pareció una eternidad.

Con suavidad y ternura le fue sacando lo poco de ropa que le quedaba y con la misma suavidad y ternura la amó aquella mañana a plena luz del sol que se colaba por la ventana completamente abierta de aquel piso veinte en el cual intrínsecamente sellaron una vez más una promesa de amor, esta vez real, esta vez madura, esta vez mucho más profunda.

Panambí yacía recostada en brazos de Daniel, envuelta en la magia que procede al sexo, acariciando suavemente el pecho de aquel joven a quien adoraba con todo su ser.

—Fue distinto... —le dijo sentándose para mirarlo y liberar sus brazos para las señas.

—Fue genial... fue muy intenso...

—Fue mucho más que sexo.

—Siempre fue mucho más que sexo, mi amor.

—Lo sé, pero esta vez fue como...

—Sé que cuando jóvenes parecía solo sexo Panambí, pero no lo era... lo puedo asegurar. Después uno se da cuenta la diferencia.

—Lo entiendo, también lo viví. Sólo estuve con un chico, pero nunca fue igual a lo que teníamos... Mi cuerpo se siente parte del tuyo, es como si fueras plenamente mío y yo plenamente tuya. Contigo no tengo miedos, ni limitaciones, nada... quiero que tomes de mi todo, lo que quieras, quiero hacerte sentir todo el placer del mundo.

—Me pasa lo mismo contigo y también quiero hacerte sentir la mujer más amada de la tierra. Soy plenamente tuyo —sonrió.

—Te amo, Daniel.

—Yo también te amo.

Se besaron por largo rato, dejando que sus labios y sus lenguas jueguen a encontrarse, a descubrirse a recorrerse. Después de un rato y de nuevo agitados, Daniel le sonrió y le preguntó.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora