37. Desconfianza

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Tres meses habían pasado, tiempo en el cual su amor fue creciendo y afianzándose

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Tres meses habían pasado, tiempo en el cual su amor fue creciendo y afianzándose. Daniel estaba mucho más asentado laboralmente y Panambí empezaba a llevar su sueño a la realidad buscando un local donde sería su estudio de música. Hacía un mes atrás se habían hecho al fin aquel tatuaje que se habían prometido mutuamente, ambos decidieron colocarse un silencio de negra en la muñeca derecha, pensaban que aquel símbolo los identificaba a los dos, pues vivían sumergidos en el silencio de una música que solo podía ser oída por ambos.

En ese tiempo, Daniel había encontrado la forma —que consideraba perfecta— para pedir la mano de Panambí. Para ello le había comprado dos hermosos regalos, un piano y un anillo, pues creía que ella no podría ni debía vivir sin ese instrumento en la casa. Era su forma de decirle que se quedara con él, y el anillo le pondría la frase final, el «para siempre». Lo había planeado todo para ese sábado, una cena romántica e íntima en el departamento y allí se lo diría.

Panambí se levantó temprano aquella mañana, algo la tenía preocupada desde hacía algunos días y creía que ese era un buen día para sacarse las dudas que traía. Era una mañana cálida y soleada, uno de esos días mágicos en los que parecía que nada podía salir mal. Vio a Arandu y Ana desayunando y se sentó con ellos.

—Al medio día voy a llevar a los niños a un partido de la escuela —gesticuló Ana y Arandu asintió— ¿Venís con nosotros?

—La verdad quería preguntarle a Panambí si podemos almorzar hoy, tengo algo que hablar con ella —expresó Arandu mirando a ambas indistintamente. Panambí sonrió y aceptó. Quedaron en encontrarse cerca de las trece horas en la esquina de un bar céntrico. Lo que Arandu quería era preguntarle a Panambí que pensaba acerca de que él le pidiera a Ana para ser su esposa.

Panambí salió luego de desayunar con rumbo a la clínica donde había concertado una cita con una doctora. Llevaba una libreta para poder comunicarse con ella, ya que usualmente solía ir con Daniel, pero este no sería el caso.

Mientras tanto, Daniel terminaba su guardia y salía un poco cansado con la idea de ir a pagar el restaurante donde había ordenado la cena, luego almorzar algo rápido por allí para finalmente ir a dormir un poco y recargar energías para la noche.

Panambí salió de la clínica cerca de las once y media, asustada y emocionada en iguales proporciones. No pudo evitar llevarse una mano al vientre como acunando al pequeño ser que acababa de confirmar, allí crecía. Estaba feliz, pensaba aprovechar la cena para contárselo a Daniel y buscó la forma de hacerlo. Para ello se detuvo en una tienda de artículos para bebés y eligió un pequeño escarpín de color amarillo. Pensaba dárselo en la noche y que él dedujera el significado. Se llevó los pequeños zapatitos a la boca y los besó con amor, era la primera cosa que le compraba a su hijo y aún no podía hacerse la idea de que pronto sería mamá.

Pensó en su madre y entendió el cariño que ella le tuvo, la forma en que defendió su vida aun a cuestas de la suya propia. Ese sentimiento de protección que ella estaba experimentando en ese momento era único, no permitiría que nada le sucediera a ese pequeño ser al que ya amaba de una forma en la cual nunca antes amó. Pensó en Anita y entendió como Jazmín resultó ser un bálsamo para su vida y el incentivo para cambiar; pensó en Arandu y en como Marcos lo había sacado de las drogas y lo había llevado a luchar día y noche por salir adelante. Entendió ese amor tan puro y profundo de cada padre o madre hacía sus hijos. Paseó por la calle dejándose abrazar por el leve viento que soplaba aquella mañana, observó a muchos niños caminando de la mano de sus mamás, o bebés llevados en brazos, y se imaginó a sí misma en unos meses. Se prometió ser todo lo que ese pequeño ser necesitara que fuera y nunca abandonarlo, nunca permitir que tuviera que vivir las penurias que ella pasó.

Cerca del medio día Daniel se sentó a comer en aquel restaurante. Estaba realmente agotado por las muchas horas de guardia, había sido una madrugada dura. Estaba concentrado en su almuerzo cuando una voz conocida lo hizo levantar la cabeza.

—No puedo creer, el destino se empeña en juntarnos. —Era Carla, justo de la cual había estado intentando huir todos esos días.

—Hola —saludó de forma seca, ella debía darse cuenta que él no tenía ningún interés en ella.

No le importó demasiado, apartó una silla y se sentó ordenando su almuerzo. Le preguntó qué hacía por ahí, a lo que él respondió que se iría enseguida pues estaba agotado.

Carla empezó a hablarle de su vida, de su divorcio, de su pequeño hijo y Daniel empezó a sentir que el sonido de su voz le desesperaba.

—¿Entonces? ¿Estás soltero? ¿Casado?

—Soltero pero comprometido —respondió firme.

—¿Quién es la afortunada?

—Creo que la conoces, mi amiga de la infancia, Panambí. —Carla hizo un gesto con la mano en el oído a modo de preguntarle si se trataba de la chica sorda, él asintió sonriente—. Y pronto nos casaremos —agregó.

—Oh Dani, pero vos merecés otra clase de chica, alguien que...

—Ella es todo lo que necesito. —La interrumpió hastiado.

—Bueno, ¿y qué te parece si antes de casarte me das la oportunidad de terminar aquello que dejamos inconcluso? —Se aventó de lleno Carla tomándolo de la mano. Daniel la miró confundido, ¿en serio estaba siendo tan directa?

—Mira Carl... —No pudo terminar la frase porque la chica movió su mano y acarició el brazo acercándose todo lo que podía a pesar de la mesa. Daniel tardó en reaccionar pues aquello le parecía surreal.

De golpe sacó la mano y se levantó para pedir la cuenta, pero al parecer no fue lo suficientemente rápido, alguien estaba frente a él.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —le preguntó Arandu.

—¿Qué? ¡Nada! —Se disculpó Daniel aun confundido.

—Panambí te vio y salió corriendo. No podés ser así, pensé que estabas enamorado de ella. —Carla sonrió triunfante.

—Arandu, claro que estoy enamorado de ella. Esta... señora acá no es nadie. ¿Dónde fue?

—No lo sé, no la seguí —dijo éste negando con la cabeza.

Daniel pagó la cuenta y luego salió del restaurante junto con Arandu a quien le explicó todo y le pidió que le ayudara a ubicar a su novia. Este asintió y le dijo que se calmara, que él la encontraría y hablaría con ella.

Aquello no fuesuficiente para Daniel que intentó comunicarse por teléfono pero no lo logró.Panambí había apagado su celular y no atendía a los mensajes. Luego de horas decaminar exhausto bajo el sol caliente, Daniel volvió a su departamento con laesperanza de verla en la noche y que pudieran hablar. No podía creer que una vez más Carla estuviera arruinandosu vida, pero también se sentía dolido por la desconfianza de su novia. Élnunca le había fallado ni lo haría, pero ella volvía a huir y a cerrarse a susexplicaciones, como tantos años atrás. 

 

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Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora