16. Corazón Roto

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Un mes sin verse ni saber el uno del otro era el mayor tiempo en años que llevaban separados. Mientras Daniel juntaba el coraje, Panambí se convencía a sí misma de que ella no era nada para él y que jamás le había importado. Era como siempre decía Arandu: «pájaro que comió voló». Daniel obtuvo lo que quiso y se fue.

Su vida tampoco era fácil, del colegio venía a abrir el quiosco y cuidar a su papá. Arandu cada vez aparecía menos por la casa y nadie sabía de él. Una vez Pedro —un compañero de la escuela de sordos— le dijo que le vio en una esquina limpiando vidrios, pero Panambí pensó que eso era imposible. Arandu nunca haría eso, jamás quiso hacer esas cosas de limpiar vidrios y pedir limosnas, normalmente criticaba a los que lo hacían y decía que eran vagos que no querían trabajar. Y él no necesitaba hacer eso porque ellos tenían el quiosco.

Esa tarde su papá se fue a dormir temprano y como ella tenía demasiado calor, salió a sentarse en la vereda, tratando de refrescarse. Estaba tomando un tererébien helado mientras miraba las estrellas y se imaginaba que su mamá estaba en una de ellas. Se preguntaba si acaso la estaría cuidando del más allá, si sabría lo difícil que de repente se había puesto su vida. Toda esa semana ni siquiera pudo ir a tocar el piano que era algo que tanto le gustaba y le hacía sentir bien.

Sintió que alguien la observaba y entonces bajó la vista, Daniel estaba parado frente a ella y tenía los ojos turbados.

—No quiero hablar contigo, salí de acá —le dijo con gestos exagerados.

—Pero necesito que hablemos —rogó él.

Panambí se levantó y lo miró con odio.

—¿Ya te aburriste de la rubia tan rápido? ¿No es tan buena en la cama por eso me venís a buscar a mí otra vez? ¿Qué querés que te haga? —A Dani le dolió la mirada de odio que le dedicó, odió las cosas que le dijo porque denotaban: primero que lo había visto con Carla y segundo, que pensaba que solo la había utilizado para sexo, y eso era horrible porque no había sido así.

Panambí se dio media vuelta ante el silencio de su amigo y entró en su casa sin siquiera meter sus cosas. Él intentó que le abriera golpeando la puerta, pero qué sentido tenía eso... ella no lo oía.

Panambí se acostó a llorar, él no le había dicho nada cuando ella lo encaró, se quedó callado, sorprendido, descubierto. Daniel deambuló por las calles sin preocuparse por el peligro, simplemente pensando en que todo era su culpa.

Su mamá siempre le dijo que debía cuidar a la mujer que amara, tratarla como se merecía, ser cariñoso, romántico como a las chicas les gustaba, respetarla... pero él no había sido así con ella. Nunca le dijo lo que sentía ni lo importante que era para él, pero es que él tampoco había descubierto ese sentimiento hasta hace poco, cuando se dio cuenta que la perdería. No sabía qué hacer, ella no le perdonaría y ni siquiera sabía lo que había sucedido. Tuvo ganas de gritar, de decirle todo... de obligarla a escucharlo pero ella, no escuchaba.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora