26. Distancia

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Era difícil para Panambí encontrarse con Daniel casi a diario, salir a comer o tomar algo y tener que mantener las distancias. Ni siquiera se habían rozado las manos y todo su cuerpo le pedía a gritos que lo abrazara. Quería que fuera como antes cuando caminaban por las calles y si tenían ganas se tomaban de las manos o se abrazaban. Pero no se podía, él estaba de novio y ella debía respetarlo. No quería ser una de esas mujeres que se meten en las relaciones ajenas y las destruyen, pero la tensión entre ellos era gigantesca y ocultarla se hacía cada vez más difícil.

Panambí volvió a su casa y todo estaba arreglado. Había perdido algunas cosas pero nada de valor. A estas alturas de su vida ella había llegado a la conclusión de que nada material era importante, todo aquello era solo pasajero y eran las personas y los afectos lo que en realidad valía. Agradecía el poder estar con vida y de nuevo con sus seres queridos, Anita y Jazmín.

Esa misma noche volvería a tocar en el hotel. La esperaban con ansias y ya había hecho un público que prácticamente la seguía siempre los días que iba a tocar. Anita y Jazmín la iban a acompañar.

Panambí llegó vestida como siempre, elegante, distinguida. El hotel era de cinco estrellas y debía estar a la altura. Un vestido largo y azul al cuerpo marcaba su esbelta figura, su espalda era baja y sus cabellos cubrían la piel que quedaba al descubierto. Había maquillado sus ojos, sus pómulos y sus labios. No demasiado porque no le gustaba el maquillaje en exceso, pero si lo suficiente para lucir elegante y sofisticada. Esa era la imagen que le gustaba a su jefa. Tenía unos tacones altos con los que odiaba caminar, pero al menos mientras tocaba no necesitaba usarlos demasiado. Todo aquello era requisito para seguir con ese empleo, así que al principio fueron ellos mismos los que se encargaron de proveerle de unas cuantas vestimentas pero con el tiempo ella fue dejando un poco del dinero ganado para surtir su guardarropas. Y no es que ganara mucho, pero la jefa le había dicho una vez que las apariencias eran importantes en ese ambiente y ella necesitaba conservar ese trabajo, por lo que invertir en esa ropa era solo parte de su manera de hacer bien su labor.

Una vez que se sentaba al piano se olvidaba de todo, tocaba por una o dos horas sin descanso porque en realidad ese momento era su descanso, olvidaba sus lágrimas, las dificultades de la vida, su soledad y sus miedos, y se dejaba atrapar por las vibraciones penetrantes del piano que en un salón tan pequeño parecían más poderosas aún.

Aquella noche no fue la excepción, deseaba tocar y abstraerse del mundo, de Daniel y de la idea de que tenía novia y que estaba besando o acariciando a alguien que no era ella, idea que la atormentaba noche tras noche. Deseaba perderse en las vibraciones para no pensarlo, pero las cosas no salieron como esperaba. Apenas terminó la primera obra lo vio entrar al lobby del hotel de la mano de una joven que lo miraba enamorada.

Panambí se congeló en su sitio mientras lo miraba ingresar. Ella no le había dicho donde tocaba así que suponía que eso era casualidad. Unos minutos pasaron hasta que Daniel absorto en la conversación que llevaba con la joven se dio cuenta de que era ella. Sus miradas se cruzaron de forma incómoda, Panambí vio que la chica lo tomaba de la mano y la odió. Ella nunca odiaba pero en ese momento un sentimiento demasiado profundo y oscuro se apoderó de todo su ser. Sus manos cayeron con rabia sobre el piano y empezó a tocar una melodía que transportaba a las almas de los oyentes muy lejos de la calma y la tranquilidad. «La Danza del sable» era la música elegida por una Panambí enojada y celosa que necesitaba expresar de alguna forma aquello que no podía gritar.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora