40. EPILOGO

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Todo el auditorio aplaudía de pie, aquel pequeño niño tenía un enorme talento para la música y nadie podía creer que fuera un chico sordo. Lo más llamativo de aquello era que la maestra del niño y sus compañeros también eran personas con discapacidad, algunos no podían ver, otros no podían oír y algunos se movían en silla de rueda. Todos aplaudían al pequeño desde la primera fila, emocionados y orgullosos.

Era el décimo festival anual de la Escuela Raquel Sanchez, un evento para el cual todos los alumnos y sus padres, así como los profesores de la Escuela se preparaban con mucho entusiasmo.

Panambí dejó caer algunas lágrimas de emoción, ver crecer su pequeño proyecto era un orgullo inmenso, observar a cada uno de sus chicos superar las barreras de lo imposible, era su mayor logro. La vida le había enseñado que para alcanzar una meta solo hace falta que alguien crea en uno, que lo convenza de que puede lograrlo hasta que uno mismo se lo crea y entonces camine hasta alcanzar el sueño. Porque lastimosamente también funciona a la inversa. Todos los niños tienen talento, pero si sus padres o los adultos no confían en ellos, los pequeños también dejarán de hacerlo y terminarán por creer que no son buenos para aquello que desean hacer.

Por eso ella creía en cada uno de sus pequeños, en la pequeña Alba, que no podía ver pero sabía a la perfección donde se encontraban las notas del piano, en Manuelito y Ángel, niños que no caminaban pero podían bailar y reír libremente al compás de las melodías que eran capaces de ejecutar, en Sabrina y Luis dos pequeños con Síndrome de Down que disfrutaban de la música y daban lo mejor de sí mientras le llenaban de besos y abrazos. En Carlos, Nahuel, Andrea y Rafa, los chicos que como ella solo podían oír su música interior.

Todos sus alumnos tenían talento, todos tenían sueños, todos tenían posibilidad de alcanzarlos, porque ella creía en esos niños tanto como la Profe Raquel creyó en ella. Por eso había llamado a su Escuela con su nombre, para recordarse a sí misma siempre, que lo único que debía hacer era confiar en aquellos niños y jóvenes que pasaran por su escuela, hacerles sentir que nada era imposible si lo deseaban con el corazón.

—¡El concierto salió genial! —La felicitaban los padres y le abrazaban los niños.

Daniel siempre orgulloso de su esposa sonreía triunfante junto a su pequeña Aramí —a quien habían llamado Cielito en guaraní—, en homenaje a la madre de Panambí, que adoraba esos nombres étnicos.

—¡Mamá es la mejor! —exclamó la niña y luego corrió a abrazarla. Panambí la recibió en sus brazos y le besó en la frente, ella también estudiaba música con su madre y a pesar de no tener ninguna discapacidad, conocía y compartía con cada uno de esos niños a quienes su mamá quería tanto y los veía como iguales, pues todos eran sus amigos.

Un niño le tocó el hombro y ella se giró a mirarlo.

—Te quiero mostrar algo que me regaló papá —gesticuló Rafael, su primo, hijo de Ana y Arandu con quien se llevaba solo un año de diferencia, el chico había heredado la discapacidad auditiva de su madre.

—¡Vamos! —exclamó Aramí y corrió tras él. Arandu y Anita, junto a Jazmín y a Marcos se acercaron también a felicitar a Panambí. Esa noche estaban también allí Alicia, Paulo y Renato, quienes habían venido como cada año a ser espectadores del concierto.

Luego de aquella hermosa velada y cuando el teatro quedó vacío, la familia completa se dirigió a un restaurante para celebrar el éxito de la chica. Estaban allí comiendo, conversando y disfrutando cuando Panambí se levantó para que todos la vean y gesticuló:

—Gracias por estar siempre a mi lado, si hay algo que he aprendido en la vida es que todo es mejor si lo comparto con ustedes: mi familia. Gracias por apoyarme en todo, por estar para mí en las buenas y en las malas, por el cariño que me entregan diariamente... Los quiero demasiado. Hoy es una noche especial, ustedes saben que los festivales siempre me ponen melancólica, me hubiera gustado que las personas que ya no están pudieran estar aquí hoy, papá, mamá, la profe Raquel... De todas formas estoy demasiado agradecida con la vida, porque me enseñó que aun cuando todo es oscuro, siempre hay una salida y que nunca hay que decaer.

»Hoy quiero compartir con ustedes una hermosa sorpresa... quiero contarles que estoy embarazada y que Dani y yo volveremos a ser padres muy pronto. —Dani se levantó sonriente y abrazó a su mujer, él ya lo sabía y habían decidido esperar a esa noche para informarles a todos. Los niños saltaron felices con la noticia, y los adultos los felicitaron.

Luego de una noche agradable y agotados por todo lo que aquel festival requirió —ya que ellos ayudaban a Panambí en todo— cada familia se dirigió a su casa. Daniel cargó a la pequeña Aramí hasta su cama, ella había quedado dormida de tanto jugar y correr con su primo.

Daniel y Panambí se dirigieron a la habitación matrimonial, y luego de un baño caliente y relajante, se metieron bajo las sábanas. Daniel masajeó los pies cansados de su señora sin dejar de mirarla con orgullo y amor.

—¿Qué me mirás? —preguntó ella divertida

—Sos hermosa y estoy tan orgulloso de vos, gracias por ser mi compañera de vida. Mi vida sería tan aburrida, triste y silenciosa si vos no estuvieras en ella.

—Te amo Dani, gracias por estar siempre a mi lado. Si no fuera por vos no hubiera logrado nada, vos me llevaste a la clase de piano, me dijiste que lo intentara, practicaste conmigo, me regalaste mi primer piano y el segundo también —bromeó—. Me acompañaste en aquel concurso, me alentaste a seguir... siempre creíste en mí. Supiste escucharme cosa que nadie antes de vos supo hacer...

—¿A qué te referís con «supiste escucharme»? —preguntó sin terminar de entender la frase.

—Cuando te conocí yo no interactuaba con nadie, estaba encerrada en mí misma y en mi silencio, en las letras de mis libros, resignada a que esa sería mi vida pues no podía anhelar a más. Pero entonces llegaste, me hablaste como si nada, buscaste la forma de comunicarte conmigo, aprendiste el lenguaje... cosa que ni mi padre había hecho. Me hiciste sentir importante y única. Escuchaste todo lo que tenía para decir, para contar, hablábamos de cualquier cosa, nos comunicábamos solo con miradas...

»Llegaste a mi corazón y escuchaste en mi silencio todo lo que tenía para decir, para contar... Yo no puedo oír lo que toco en el piano, Dani, no puedo oír una bocina o como suena el trinar de un ave... pero si puedo oírte a vos, con solo mirarte. Durante mucho tiempo imaginé como sería escuchar, como sería poder ser parte del mundo que oye... Pero un día entendí que yo no necesito oír nada más que la música que vos haces sonar en mi corazón, porque vos sos la música dentro de mi silencio y yo a tu lado me siento completa.

Daniel dejó caer alguna que otralágrima por la emoción de aquello y se acercó a su esposa abrazándola conternura. No hacía falta decir más, en el silencio de la noche, en el silenciode sus besos y caricias, los corazones de Daniel y Panambí latían al unísono,capaces como siempre de inventar las mejores melodías de amor. 

 

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Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora