18.Sobrevivir

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Los días pasaron y la vida de Panambí se volvió plana y rutinaria, había muchas cuentas que pagar, debía juntar dinero para el alquiler y tenía que reponer productos en el quiosco. Dejó de ir a la escuela para poder dedicarse a atender el negocio y juntar lo necesario para poder devolver el dinero que le habían prestado su amiga y la Profe Raquel.

Aun así se daba el tiempo necesario para poder pasar un par de días a la semana aunque sea media hora a acariciar las teclas del piano de cola de la Profe Raquel, ella le preparaba un café con torta de naranja y le daba algunas provisiones para que llevara a casa: huevos, leche, un poco de pan. Panambí no quería aceptar, sabía que para la Profesora tampoco era sencilla la vida, pero ésta insistió que era demasiado comida para ella y que necesitaba compartirla.

Panambí comía poco para poder ahorrar y no gastaba en nada. Sus ropas estaban raídas pero siempre limpias, sus zapatos se habían desgastado, solo le quedaban en buen estado algunas de las prendas que le había regalado Alicia. A ella también la extrañaba y la necesitaba mucho ahora.

Unos meses después de que su padre falleció por fin logró juntar el dinero para devolvérselo a su amiga, se lo llevó feliz esa tarde y se lo entregó en propias manos. Ana insistió que se lo quedara pero Panambí no quiso hacerlo, devolvió también lo que le debía a la profesora y ya solo le faltaba la mitad de lo que le costaba el alquiler para poder pagar un mes más. Esa era su mayor preocupación. A pesar de que el dueño del salón la conocía desde pequeña, ella sabía que debía cumplir con esa obligación, aun así el señor le había dicho que no se preocupara, que le daría unos días pues sabía todo lo que había sucedido, pero ella no era de aquellas que olvidaban sus cuentas.

Satisfecha regresó a su casa para descansar esa noche, pero al ver la puerta abierta se asustó. Arrimó la cabeza y vio que Arandu estaba dentro. Corrió a abrazarlo pero él la apartó.

—¿Qué te pasa? ¿Por dónde estabas? —le dijo con señas a su hermano.

—No tengo tiempo para hablar ahora, te voy a explicar después. ¿Estás bien?

—Sí, papá falleció.

—Sí, ya sé. Disculpame por no venir, estoy metido en un lío enorme.

—¿Qué pasó?, ¿te puedo ayudar?

—¿Tenés algo de plata? —preguntó el muchacho a quien su hermana notaba agotado, delgado y sobre todo sucio.

—Sí —dijo ella sin pensarlo sacando de aquel frasco aquello que guardaba para el alquiler. No había nada más importante que su hermano, ella volvería a juntar ese dinero.

—Gracias Panambí. Te voy a decir algo —dijo él terminando de guardar alguna de sus ropas en una mochila y poniéndosela al hombro—. No le digas a nadie que me viste, si te preguntan algo vos no sabés nada de mí. Me están buscando... por favor cuidate y perdoname.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora