5. Te quiero

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Desde aquel día Panambí tuvo una nueva pasión aparte de los libros. Ella siempre había pensado que la lectura era todo a lo que podía aspirar pues era silenciosa, y silencio era justo lo que a ella le sobraba. Sin embargo, la música nunca había estado en su radar, para tocar o escuchar música se necesita oír, por tanto aquello estaba excluido.

Sin embargo, la maestra Raquel decía que la música no necesitaba ser oída, sino sentida, percibida, y eso ella lo podía hacer. Podía percibir las vibraciones y saber a través de ellas si la música era rápida o lenta, triste o alegre. Al principio empezó a asistir a las clases de Daniel, colocando siempre su mano sobre el piano para poder percibir las vibraciones, cerraba los ojos y se dejaba guiar, movía sus pies o su cabeza al ritmo de la melodía y se sentía realmente plena, feliz. Incluso, habían cambiado el horario de las clases solo para que ella pudiera llegar a tiempo de la escuela de sordos.

Una tarde, la profesora le preguntó si quería tocar. Panambí se sorprendió y le dijo que ella no podría.

—¿Sabés leer? —preguntó la profe Raquel y Panambí asintió—. Si sabés leer pero no has oído nunca ninguna palabra, puedes tocar leyendo la música, aunque jamás hayas oído ningún sonido.

—Muchas gracias, me encantaría intentarlo, pero yo... no tengo dinero para pagar las clases y mi padre jamás me lo daría —comentó avergonzada Panambí, la profesora sonrió.

—Yo quiero enseñarte, no te cobraré por ello. —La niña abrió los ojos asombrada y luego miró a Daniel quien asintió emocionado.

—¿Es en serio? ¿Por qué? —preguntó Panambí a quien le habían enseñado desde pequeña que la gente que daba algo siempre requería una recompensa y nunca hacía nada gratis.

—Trabajé durante muchos años con niños como vos en Argentina —sonrió la profesora—. Me encantaría hacerlo si me dejás.

Daniel miró a Panambí y con un gesto le instó a que aceptara, él confiaba en la maestra Raquel y pensaba que eso sería muy bueno para su amiga. Panambí aceptó y fijaron los días y horas de clases. Ambos chicos salieron felices de la clase.

—¿Vamos a tomar un helado? —preguntó Dani.

—Sí... ¿Vos creés que sea buena idea lo del piano? —le preguntó luego.

—¿Por qué no?, no perdés nada con intentar. De por ahí te sale bien y te hacés famosa. —Ambos rieron.

Siguieron caminando hasta la heladería y luego que se sirvieron, se sentaron a tomar el helado tranquilos.

—¿Por qué estaba enojado Arandu? —preguntó entonces Daniel.

—Porque tiene miedo que me enamore de alguien que me haga daño. Arandu piensa que los chicos de nuestra edad solo piensan en... bueno, eso... —gesticuló sonrojada.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora