17. Dolor

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Panambí nunca se olvidaría de ese día, ni de aquel sábado tan negro, ni de los días que le siguieron. Podría decir que fue el día o que fueron los días más tristes de su vida, días en los que incluso su fe se vio cuestionada. ¿Acaso Dios se había olvidado de ella? ¿Acaso no escuchaba sus súplicas porque ella no podía elevar la voz hacia el cielo?

Su padre murió a las dieciocho horas de ese mismo sábado, después de hacer el segundo paro cardiaco en el día, en el primero lograron reanimarlo por el camino en la ambulancia, pero el segundo fue el definitivo. Y ella estaba sola, Arandu ni siquiera se había enterado de aquello. ¿Qué haría ahora sola y sin dinero?

Anita fue la única que estuvo a su lado. Ella le prestó lo que necesitaba para poder cubrir el más económico de los sepelios. Lo veló en la parroquia, en un salón que Raquel consiguió que le prestaran, ya que hacía años trabajaba en esa Iglesia, pero sólo vinieron a visitarla Raquel, Anita y dos compañeras más de la escuela de sordos. Arandu no apareció, y enterraron el cuerpo al día siguiente en un lugar que consiguió también gracias a la Profe Raquel, que hacía años venía pagando un seguro de sepelio y un terreno en el cementerio. Lo dejarían ahí al menos hasta que lo pudieran cambiar a algún lugar propio. En el entierro sólo estuvieron ella, Raquel y Anita...

No sabía qué hubiera hecho sin esas dos personas que la ayudaron, no tenía idea de que al morir hubiera que hacer tantos trámites y tantos gastos. No sabía que necesitaba comprar un terreno en el cementerio, ellos que ni siquiera tenían dinero para tener un sitio confortable para vivir mientras estaban vivos y debían comprar un sitio para cuando estuvieran muertos. El sitio donde estaba su madre pertenecía a un tío lejano que ni siquiera recordaba ni conocía, así que no le quedó más que recurrir a la ayuda de Raquel, quien a pesar de su edad y su cansancio estuvo allí para ella.

El domingo, cuando regresó a su casa, sola y agotada, el vecino la esperaba en la puerta con una caja enorme y un sobre. Se lo dio sin decir palabra alguna al entender que su padre había muerto y se marchó luego de un corto y respetuoso abrazó y sus condolencias.

Panambí entró a la casa y al abrir la caja se dio cuenta que era el piano de Daniel, sin entenderlo y asustada abrió la carta y la leyó. Su mundo terminó de colapsar en aquel preciso momento y supo que ya todo había acabado y que en esa historia no habría final feliz como en sus cuentos o novelas.

«Panambí:

Estoy triste, me duele el alma de una forma que no lo puedo soportar y lo peor de todo es que me siento solo. Acabo de entender el concepto de soledad, la soledad no se trata de estar físicamente solo, no sé si me explico, estoy rodeado de gente que me quiere, tengo a mamá, a Paulo, a mis amigos... la soledad se trata de la ausencia de esa persona a quien amás... y hoy no te tengo a vos.

Sí, te amo, y no supe reconocerlo a tiempo, no supe apreciar lo que teníamos, lo que me estabas dando, no supe identificar el amor en tus ojos y lo peor de todo no es eso, lo peor de todo es que te lastimé. Dañé ese corazón tan puro y hermoso que me regalaste, te lastimé tanto que no querés verme, que no querés saber de mí, que no me dejaste explicarte las cosas y decirte lo que sentía.

Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora