Capítulo 1

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Mi reflejo en el espejo con bordes negros era una sola vergüenza, nunca había vestido tan formal. Ni siquiera en una fiesta había hecho tal cosa, inclusive cuando nombraron a mi hermano Baruck el príncipe de Saitor, no vestí tan formal.

Pero esta era una ocasión muy diferente a las otras. Mi padre, Asmodeus, había sido asesinado por la espada de un ángel. Me imaginaba su cara y su dolor cuando cerraba los ojos, y sólo podía ver su icor saliendo de su cuerpo. Las lágrimas no tardaron en aparecer, pero las aparté con dureza, un demonio de procedencia real no debía llorar. Mi padre me había enseñado a ser fuerte, y lo sería por él.

Lo que me preguntaba cada vez que imaginaba su dolor, era ¿por qué una persona, o en este caso un ángel, haría eso a mi padre, y como habían logrado localizarlo?

Nada de esto tenía sentido, sus súbditos lo amaban y le rendían culto con fidelidad, sin embargo un ser tuvo que tener demasiada avaricia e ira para ocasionar algo como esto.

Era imperdonable, yo amaba a mi padre. Y me lo habían quitado aquel día que viajó a Transilvania con Baruck.

Baruck. Él decía no haber visto nada, pero sus ojos mentían, sus ojos se reían de la situación. Pero, ¿cómo podría yo dudar de mi propio hermano?, era absurdo.

Mi cuerpo estaba cubierto por un vestido negro con encaje que se ceñía al cuerpo al colocarlo, marcaba cada curva de mi ser y dejaba ver mi pálida piel, era hermoso sí, pero a pesar de mi esbelta figura, mis piernas largas y mi cabello largo rojizo no podía dejar de estar triste, no podía apartar el sentimiento de pesadez que me invadía cada día desde su partida. Estando así frente al espejo observé mis ojos, preciosos... perocuando un demonio lloraba, las venas llenas de icor resaltaban en su piel, en toda. Y así era como lucía mi cuerpo, destrozado, desgarrado, sin esperanza, desolado... No era lo bonita que me veía, sino el aura de tristeza que me rodeaba.

Finalmente después de calmarme un poco y resignarme a lo que pasaba, mis venas dejaron de llamar la atención en mi piel, haciéndose menos notorias pero seguían ahí. Tomé la espada de mi padre, con la que había dado sus mejores guerras, y salí de la choza en donde vivíamos.

Los pasillos se encontraban desiertos y el silencio reinaba. El lugar se sentía tan sólo sin él.

Cuando llegué a la puerta de la habitación de mis padres, donde ahora sólo dormiría mi madre, escuché sollozos provenir de dentro.

"Tu madre no es tan fuerte como aparenta ser". Las palabras de mi padre resonaron en mi cabeza y el momento en que me lo dijo apareció frente a mis ojos, pero aguantando el dolor aparté todos los sentimientos. Tenía que ser fuerte, para él, para mi madre.

— ¿Madre? — llamé adentrando mi cuerpo a la habitación.

Ella estaba mirando las vestiduras de ceremonias de mi padre. Y sus venas resaltaban en su pálida piel. Un nudo se formó en mi garganta pero no lloré, prometí que no derramaría una sola lágrima.

— Madre. — dejé la espada en la mesa de entrada y me dirigí a ella tomándola y dándole un fuerte abrazo. — No llores, tenemos que ser fuertes para él. — besé su cabeza y ella se aferró a mí.

— Tu padre no merecía esto. — susurró con su cara enterrada en mi cuello. Se veía tan vulnerable. — Él no tenía que morir. — sollozó fuerte y yo volví mis ojos arriba para evitar las lágrimas.

— Vamos, madre. — Sequé sus lágrimas que manchaban la perfección de su rostro tan bello. — Tenemos que ir, tenemos que mantenernos fuertes para él. — puse un mechón detrás de su oreja con suavidad. — Él no quiere que nos demos por vencidas.

De pronto paró su llanto y se aferró a mis vestiduras volteando su cara hacia mí. Sus ojos llenos del negro que la caracterizaban, me observaron con detenimiento rogándome una sola cosa.

— Verno. — dijo ella con voz temblorosa. — Tú tienes que vengar a tu padre. — me miró con desesperación. — Mata con toda tu ira y con la espada de un ángel a quien nos hizo esto. — se paró y dejó nuestro abrazo en el aire. — Promételo.

Miré el suelo con el ceño fruncido. Claro que quería venganza, pero... Mi padre no quería la guerra, nunca la quiso y obtener una espada de un ángel no sería tan fácil como aparentaba ser, sin embargo, me habían quitado a lo que más amaba.

—Lo prometo, madre...

(...)

Abrí los ojos abruptamente, gracias al infierno era sólo un sueño, no tenía que preocuparme más por Baruck, él ya no existía gracias a la Suprema y su novio. 

Habían pasado ya 6 meses desde entonces y los ángeles estaban cesados aguardando por el peor de sus momentos.

Ángeles, se condenaron solos y ahora nadie correría a ayudarles.

Recordaba vagamente como los vencí y logré hacer esclavos a los que sobrevivieron, la suprema sobrevivió pues tenía el don del "ser perfecto", cosa que ya empezaba a molestar. Tenía que mantenerla sedada día y noche, cuando no era así ella destruía la celda donde la tenía, Edom tenía buena seguridad pero no la suficiente como para tener que construir una celda diaria. Claro sin contar que la segunda vez que hice mi visita ella había sacado una espada proveniente de Saitor, no tenía idea de donde la había sacado pero cuando trataba de quitársela, emanaba un fulgor amarillo que caracterizaba el antiguo reino de mi difunto hermano.

Sonreí de lado, ese día había sido el mejor de todos los malditos días de mi vida. No sólo había vencido al asesino de mi amado padre, si no que vencí a dos supremos a la vez y conservé unos que otros como mascotas, pero ese día el trato que había hecho se había roto, mi alma había sido poseída por el alma que me había dado su fuerza ¿y todo para qué?

Para que el idiota del ángel me cambiara por la chica con cabello bonito y rasgos hermosos, vaya basura.

— Bien, nada que lamentar, hoy es el gran día. —  me levanté con una gran sonrisa y me dirigí a mi armario recorriéndolo con la mirada. —  Definitivamente algo atrevido. — tomé una falda que estaba partida formando un triángulo y dejando dos aberturas para las piernas y un top de cuero que dejaba el abdomen descubierto, un regalo del padre de una basura. Me paré frente al espejo de tocador y cepillé mi pelo. — Verno, reina De Edom. — sonreí al espejo. — Qué hermoso suena.

Gracias a la destrucción que los ángeles habían causado en mi reino, Edom se rediseñó a mi gusto, y tengo que admitir que había quedado hermoso.

— Hija mía. — entró mi madre a la habitación con un largo y ceñido vestido. — ¡Te ves hermosa! ¿Ya lista? 

    — Nunca estuve más lista en mi vida.—  le sonreí y me dejé guiar por el pasillo con su mano tomada como la princesa que era.

Llegamos a un enorme balcón que se posaba en mi castillo y saludaba a la multitud con una gran sonrisa, todos aclamaban mi nombre y se escuchaba realmente satisfactorio, era mi destino.

El confidente de mi padre, el señor Jonathan, o mejor conocido como el padre de Emma, hizo silencio a la multitud y habló fuertemente.

    — Por el poder que me concierne esta escritura y el poder que otorga el anterior rey Asmodeus, declaro a Verno reina oficial de Edom. — Jonathan le hizo una señal a la súcubo a su lado y colocó una gran tiara en mi cabeza.

Mi nombre se escuchaba al unísono en la multitud, sería la mejor reina que podrían tener incluso sobre mi padre.

Nadie me iba a detener ésta vez.

Cortaría las alas que tuviera que cortar y asesinaría a los seres que tuviera que asesinar.

Por fin todos se doblegarían aclamando piedad a la gran Reina de Edom.

Verno, el surgimiento de un demonio (Saga Genus #2) Where stories live. Discover now