Capítulo 32

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Verno

Las bocas de Jared y Emma se unieron en una sola, esa acción, provocó que emanara furia por doquier.

Corrí hacia los tortolos y di una patada en el estómago de Jared haciéndolo rodar por los suelos y Emma miraba hacia arriba con el ceño fruncido.

Tomé el largo cabello de Emma y la arrastré por las filosas baldosas con sus alas pagando todo.

Una espesa luz cegó mi vista y después quemó toda mi mano dejando varios cardinales detrás de ella.

Solté a Emma y ella se enderezó en toda su silueta... Pero algo en ella cambió, ella observó a Phoebus y en vez de atacarme a mí se lanzó contra el cuerpo de Jared y se elevó por los aires de Edom, camuflándose entre todos los árboles.

— ¡Busquen a ese maldito ser con alas! — grité a las súcubos que observaban la escena con indecisión. — No va a escapar de aquí.

Me dirigí hacia el calabozo tomando una espada del suelo en mi camino.

Bajé las escaleras con Phoebus corriendo detrás de mí esperando mi reacción hacia el escape de Emma.

Lancé a las súcubos que bloqueaban mi camino y abrí la celda que contenía a todos los ángeles que observaban la escena confundidos.

Repasé las caras de todos los seres con alas y deparé en el hermano agonizante que apenas abría sus ojos. Entré en la celda evitando los ataques de los ángeles y me dirigí a él.

Lo tomé por el cuello y lo saqué a tropezones de la celda.

— ¡Mason! — escuché el gruñido de el ángel llamada Karla detrás de mí y prediciendo su golpe lancé mi puño contra su mejilla antes de que siquiera me tocase.

Cerré la celda después de haber salido y escuché los forcejeos de la chica contra la celda.

— ¡No! — gritó desgarradoramente. — ¡Suéltalo! — gruñó.

Paré mi caminar y observé su cara mugrienta con desdén. Observé a las súcubos que esperaban mi orden y con un asentamiento de cabeza sabían que tenían que sedarla.

Subí las escaleras con la pequeña princesa de Edom pisando mis talones y llamando mi nombre.

Al llegar al centro de lo que quedaba del castillo aventé el cuerpo del hermano de Emma contra las baldosas y preparé la espada dándole giros en el aire.

Emana suo fulgore allicit, et pessimus!

Encajé la espada en el centro de la E con baldosas verdes jades y al mismo momento de las baldosas emanó un brillo verde atrayendo la atención de Emma a lo lejos.

Emana su fulgor y atrae lo peor.

Tomé el cuello del agonizante ángel y lo atraje al fulgor verde, lo puse al lado de la espada y la tomé robando el brillo que emanaba en el sólo objeto.

Observé las alas de Emma en mi visión periférica y sin pensarlo un momento encajé la punta en el estómago del ángel que yacía en el suelo, provocando un alarido de su parte.

Hoc sacrificium placet, pater mi! — dije encajando la espada por completo y atravesando sus alas.

¡Que este sacrificio sea de tu agrado, padre mío!

— ¡No! — gritó Emma bajando con velocidad hacia su hermano.

Antes de que llegara a tocarnos el tiempo en todo el reino se detuvo dejando a Emma suspendida en el aire.

Festina usque! Da robur, fer artificio, mea me virtus vincere praedam.

El fulgor verde llenó mi cuerpo envolviéndome, sentía nuevo icor corriendo en mis venas, el ser que me poseía se regocijaba en su posición, sentía el fulgor, aquella emoción indescriptible, tan perfecto.

¡Apresúrate! Dame la fuerza, dame la destreza, dame el poder para derrotar a mi presa.

Mi vida pasó por mis ojos, toda mi infancia, mi familia, mi poderío, mi reinado y en un espiral de recuerdos se perdió mi mente.

Ví mi propio nacimiento en blanco y negro, lo que había constituido mi niñez, mi madre enseñándome modales, las envidias de mi hermano Baruck, mi adolescencia basada en entrenamiento y mi preparación para convertirme en la futura reina de alguna de las dimensiones demoníacas.

Después apareció ese vago recuerdo de aquella niña pequeña que había llegado a nuestra vida tan repentinamente, aquella que nos había enseñado tantas cosas y que al mismo tiempo despertó la envidia de Baruck más que nunca... Lo que ocasionó su asesinato.

Después la ira acumulada, las constantes peleas entre nosotros y el destierro de él al reino de Saitor... El cuál no tardó en conquistar.

Pero esa amarga escena, esa en la cual la tía Daide había tenido la osadía de embarazarse y poder tener un ser tan poderoso, un ser que significaría mi perdición pero al mismo tiempo un regalo para mi hermano.

La odiaba, odiaba su belleza natural, la libertad que le brindaban, el poder que acumulaba cada vez que crecía.

La observaba, en la pequeña almeja llena de agua cristalina que mamá me había obsequiado... Y la aborrecía, no soportaba todo lo que ella tan fácilmente ganaba, mientras que yo tenía que pelear constantemente para lograr lo que quería.

Y al final la muerte de mi padre, su ritual de despedida, las lágrimas amargas que habían recorrido mis mejillas, ese encuentro con los ángeles, ese amargo trato que había hecho sin pensar cegada por el amor, por la paz.

Eso último me dio coraje suficiente para alcanzar mi máxima transformación.

Mientras todos los recuerdos se arremolinaban a mi alrededor, una única escena se posaba entre todas ellas restándoles importancia.

Era mi nacimiento, pero esta vez inundado en oro... Y después la corona posándose en mi cabeza con el oro recorriendo mi cuerpo completo.

Abrí los ojos en la vida real, todo a mi alrededor se ponía nítido, todo era inferior a mi nuevo poder.

Quid tam in toto corde tuo et renasci implorarunt velit. — una voz potente había vociferado en toda la habitación.

Renace en aquél ser que tanto anhelabas y venga lo que tu corazón quiera.

Verno, el surgimiento de un demonio (Saga Genus #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora