Capítulo 20

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Mi mente quedó en la deriva.

Phoebus está lista...

Mi ceño se frunció y mis ojos se llenaron de icor, no dudé ni un segundo en enterrar mi espada en los cuerpos de todos los que intentaban lastimar a alguno de los que se encontraban en la casa.

En menos de un minuto, había acabado llena de icor por todas partes, pero no quedaba ninguno dentro de la casa. Sean y Maye me observaban con fascinación, pero ahora lo importante era abrir el portal y entrar a Edom con su futura reina. Porque ella estaba lista.

En el techo de la casa se escuchaban como cucarachas y me dirigí a las escaleras.

— No hay tiempo qué perder, acaben con ellos. — les grité a los seres que me observaban con los ojos muy abiertos.

— ¿Qué rayos fue eso? — preguntó Maye señalando los cuerpos inhertes.

Observé a Sean porque seguramente él entendería mucho mejor la situación.

— Phoebus está lista. — dije con semblante serio y subí las escaleras sin esperar respuesta de mi prima y de quien ahora sería mi mano derecha en el trono de Edom.

Los chicos salieron para poder defender desde afuera y yo quité todos los objetos que obstaculizaban la entrada del cuarto de Phoebus.

La ventana del pasillo se corrió y por ella entró un expulsado enorme con un semblante tenebroso. Me volteé a confrontarlo pero él fue más rápido que yo, lanzándome contra la pared y mandando una fuerte señal de dolor por todo mi cuerpo.

El expulsado tomó mi pequeño cuerpo en su inmensa mano y lo estrelló contra el piso de madera, pero no le bastó con eso, sino que volvió a estrellar mi cuerpo contra el piso y derrumbó lo que sostenía la planta alta.

Mi cuello colgaba de su empuñadura y mis garras lo arañaban sin compasión, llenándome la cara de icor.

— Y dime. — habló el expulsado con voz gruesa. — ¿A qué debemos la visita de la reina de Edom?

El aire me comenzaba a faltar y mis ojos se abrían con desesperación.

— No sabía que existían aún. — dije entrecortadamente. — De haber sabido, no hubiera caído en manos de tal escoria. — escupí icor en su brazo.

— Sinvergüenza, aún al borde de la muerte no puedes dejar de utilizar esa sucia boca. — gruñó el expulsado apretando aún más mi cuello y dejándome sin aire repentinamente.

— ¿Verno? — llamó Phoebus desde el otro lado de la puerta.

La atención del expulsado dejó a mis pulmones respirar, sin embargo se centró en la voz que provenía detrás de la habitación.

— ¿Una niña mortal? — dijo con su voz gruesa.

Su mano soltó mi cuello y me dejó caer contra la mesa de centro de madera, rompiéndola en pedazos y dejando mi cuerpo astillado.

Me quejé revolcándome en mi cuerpo y me levanté como pude, me impulsé en la pared y me aferré al cuello del gran ser que amenazaba con abrir la puerta de Phoebus. Lo arañaba sin cuidado y él simplemente rugía tratando de quitarme de su espalda.

Finalmente me tiró al duro suelo y me observó con ojos penetrantes.

— ¿Qué puede ser tan importante para la reina que decida defenderlo como su propia vida? — dijo rompiendo la manija de la puerta y partiendo la puerta en miles de pedazos.

Phoebus se abrió pasó con unos ojos asustados y lágrimas en sus ojos, estaba horrorizada al ver al gigante ser frente a ella.

Con los dientes apretados, tomé mi espada, la cual emanó un fulgor verde y con un rápido movimiento la hoja partió en dos el cuerpo del expulsado.

El icor salpicó por todas partes e incluso a Phoebus quien me buscaba desesperadamente para abrazarme.

Cuándo llegó a mis brazos, la estreché con una sola mano.

— Te dije que no abrieras a nadie. — la regañé y besé su cabeza para tranquilizarla.

— Perdón. — dijo Phoebus con un deje de miedo en su voz.

— Vamos, no tenemos tiempo que perder. — tomé su mano y la arrastré hasta mi habitación.

Le di la espada y saqué una vela negra debajo de mi cama.

La puse en medio de la habitación y tomé la espada para marcar un pentagrama en el suelo. Al estar completo, me senté en el centro cerca de la vela y la observé fijamente hasta que de esta emanó un fuego verde, que anunciaba el destino a donde quería llegar.

El verde caracterizaba a Edom, y como era un portal rápido, podría aparecer en cualquier parte del reino, lo que significaba un peligro ya que si aparecía en las celdas del castillo, Emma podría exterminarme en un abrir y cerrar de ojos.

— ¿Verno, qué haces? — dijo Phoebus con un leve susurro.

El portal debajo de mí comenzó a abrirse y me aparté rápidamente de él para no ir directamente sin antes traer a Phoebus conmigo.

— Escucha, Phoebus. — dije tomando sus hombros. — ¿Recuerdas lo que estuvimos hablando todos estos días?

Ella asintió con la cabeza con una sonrisa, al parecer estaba entusiasmada por la idea de convertirse en princesa.

— Bueno, llegó la hora. — le dije observando cómo sus ojos brillaban.

— ¿Ahora? — dijo soltando mi mano y observando el portal.

— Sí. — el portal rugió y desprendió llamas de él.

Maye y Sean llegaron a dónde estaba el portal y sin pensarlo dos veces se aventaron en él. Tomé la mano de Phoebus y una sonrisa creció en su cara. Escuché los estruendos detrás mío, pero no la quise presionar porque a final de cuentas seguía siendo su decisión.

Ella avanzó unos pasos y soltó mi mano para aventarse con toda seguridad por el portal, salté justo en el centro y llevé la vela conmigo, sellando por completo el portal.

Pero dentro del portal no veía ni a Maye ni a Sean y mucho menos a Phoebus, sino llamas que cubrían todo el reino de Edom.

Verno, el surgimiento de un demonio (Saga Genus #2) Where stories live. Discover now