Capítulo 27. Accidentalmente

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La muerte de la señora Ariadne dejó a Daniel con una tristeza profunda, había pasado una semana y Daniel vivía refugiado en la habitación que su Madre ocupo en vida, el joven Jauregui no tenía ánimos de seguir viviendo y pasaba días y noches encerrado en su casa sin alimentarse y sin bañarse. Aquella tristeza lo llevó a alejarse de Elizabeth, esta última asistió al sepelio de la señora Jauregui y apoyo a Daniel en todos los aspectos, pero lastimosamente, después del sepelio Daniel no quiso ver a nadie ni si quiera a Elizabeth.

– Por favor Daniel ¡abre la puerta! –expresó Elizabeth.

La hija del incubo pasaba horas insistiéndole a Daniel, desde que el chico se encerró ella no ha dejado de rogarle fuera de su casa y no le importaba nada más que el bienestar de Daniel.

– Necesito saber si estás bien, me preocupa esta situación, no puedes seguir así. –insistía pegada a la puerta.

– ¿Cómo se supone que debo estar? La he perdido a ella, no es cualquier persona, se trata de mi Madre la única persona que me quedaba en este mundo. –respondió en tono severo tras la puerta.

– Pero...–dijo con la voz entrecortada, sus ojos se llenaron de lágrimas ante las palabras de su novio. – Pero me tienes a mí. –añadió.

– ¡Déjame solo! –gritó el ojiazul.

Con el nudo en la garganta Elizabeth asintió lentamente, poco a poco se apartó de la puerta y dudosamente comenzó a alejarse de la casa mientras una lagrima se deslizaba por su mejilla. La situación de Daniel le dolía tanto a ella, sentía impotencia al no poder hacer algo por el amor de su vida y eso le daba tantas ganas de llorar. Para deshojarse Elizabeth buscó a su mejor amigo, ya que la mejor manera de desaguarse la podía encontrar en los brazos de él, su confidente, su Padre.

– Calma, princesa, aquí esta Papá. –murmuraba Alan mientras abrazaba aferradamente a su pequeña consentida.

Padre e hija se encontraban en la cabaña del incubo, Alan estaba sentado en un sillón largo junto a su pequeña Liz, a la cual abrazaba con mucho amor y ella se encontraba escondida en el cuello de su Padre mientras dejaba caer sus lágrimas.

– Tienes que comprenderlo, él ha perdido a su Madre. –dijo, Elizabeth sollozaba y abrazaba a su Padre con fuerza. –Cariño...–murmuró e hizo una pausa, durante la pausa Alan dejó escapar un gran suspiro. – El dolor de perder a una Madre es insuperable. –añadió decaído.

Elizabeth notó con rapidez la manera en como su Padre habló de esa manera tan triste, como si él hubiese pasado por algo similar.

– ¿Lo dices por algo en especial? –cuestionó y salió de su escondite.

Alan bajó la mirada, luego de ello miró a su hija y sonrió débilmente.

– Ven, quiero presentarte a alguien. –dijo y tomó la mano de su hija.

El incubo se levantó del sillón y seguido de él su hija, luego de ello los dos comenzaron a caminar, Alan guiaba a su hija y ella no tenía idea de lo que ocurría. Durante el caminar de ambos, Elizabeth comenzó a limpiarse sus lágrimas y de pronto los pasos de ambos se detuvieron.

– Nunca antes te había traído aquí, esta es mi cuarta habitación favorita. –expresó y tomó la manija de la puerta.

Alan sacó una llave de sus bolsillos para posteriormente quitarle el seguro a la puerta, antes de abrir esta última tapó los ojos de su hija con sus manos.

– ¿Por qué tanto misterio? –cuestionó.

Los dos empezaron avanzar lentamente, Elizabeth moría de la curiosidad pero para su suerte su Padre dejó de cubrirle los ojos. Lo primero que Elizabeth vio fueron un sinfín de cuadros, todos estos estaban cubiertos con mantas blancas.

Succubus ( Incubus  #2) *PAUSADA TEMPORALMENTE*Where stories live. Discover now