34. Demasiada felicidad

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Violette

Abro los ojos, temprano en la mañana y me estiro en mi cómoda cama. Tan reconfortante, me abrazo a mi almohada y me acurruco feliz.

Demasiada felicidad me está dando asco, y no me puedo andar acostumbrando a vivir aquí. Me levanto de la cama, entonces cambio mi camisón, por mi linda ropa provocativa. Un top y una minifalda, junto con mis zapatos de tacón. Como siempre, estoy lista para deslumbrar.

Salgo del cuarto y cruzo el living, notando que Pietro no está ahí, como todas las mañanas. No sé por qué me decepcionó, pero ignoro la sensación, para pasar a la cocina. Agarro un yogur del refri y unas galletas de la mesada. Comer rico y saludable, para empezar una hermosa mañana.

En serio, demasiada alegría. Debería planear como huir. Le doy un mordisco a la primera galleta y me quedo pensativa.

―Te ves concentrada. ―Oigo en una de las puertas que da a esta cocina y me mantengo sentada en mi silla.

Me hago la ofendida.

―¿Y tú dónde estabas?

―En mi despacho ¿Dónde más? ―Apoya unos papeles sobre la mesa y él también se sienta.

―¿Quién te quiere? ―Muevo la mano―. Vete, vete.

―Es mi casa y yo me siento donde quiero ―expresa de manera fría y mira sus documentos.

Qué arisco.

―¿Te levantaste con el pie izquierdo o qué? ―Enarco una ceja y sonríe, lo que provoca que me sonroje―. ¿Qué?

―Nada.

Ruedo los ojos.

―Eres raro.

―Si mi prometida lo dice. ―Agarra una galleta y la muerde―. Esto está rico. ―Se relame los labios.

―No te comas mi desayuno ¿Y dónde estuviste anoche? ―Me mata la curiosidad.

―Yo pago esa comida, también es mía. ―Mueve su dedo en un círculo―. Todo lo que hay en esta casa es mío, incluida tú.

―¡¿Qué?! ―Me sobresalto y siento mis mejillas arder―. No digas bobadas.

―Solo digo lo que pienso, ¿o acaso no vives aquí?

―¡Pues piensas mal! ―Me levanto de mi silla abruptamente―. Cuando sepa cómo irme, me iré. ―Muevo mi cabello―. Así que no vivo aquí.

―Creí que ya habíamos arreglado ese asunto. ―Apoya el codo en la mesa y posa su barbilla en la palma de su mano, observándome seriamente―. ¿Por qué eres tan terca? ¿Acaso lo hice mal? Hasta creí que querías repetir.

Se me suben los calores.

―Es más que obvio ―Me cruzo de brazos―, que te mentí ―me burlo.

―Geert dice que soy demasiado amable contigo, pero la verdad, no tengo idea cómo corregirte. ―Sonríe―. Ayúdame un poco, ¿sí?

―Co... ¿Corregirme? ―Me lo pienso y reacciono―. ¡No escuches a Geert! ―le grito.

Se pone nuevamente serio.

―Me lo estoy planteando.

La prometida del Alemán (R#6) [Prometidos #1]Where stories live. Discover now