36. No sabes ni contar

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Violette

Otro día que paso aquí y me suicido. Subo al primer piso, me siento en una de las sillas del balcón, me cruzo de piernas, corto una margarita de una de las macetas y comienzo a cortar pétalos.

―Lo mato. ―Saco uno―. No lo mato. ―Quito otro―. Lo mato, no lo mato ―repito la secuencia―. Lo mato, no lo mato. ―Me deshago del último pétalo y frunzo el ceño cuando sale no asesinarlo―. Ni las plantas están de mi lado. ―Bufo y tiro al suelo el tallo.

―¿Te ocultas de mí? ―Visualizo al hombre en cuestión, apoyado sobre el borde de la puerta, sonriendo como siempre―. Hoy tenemos una reunión ―me avisa y ruedo los ojos―. Me la harás difícil otra vez, ¿no? ―Ladea la cabeza.

Sonrío con malicia.

―Vas a tener que arrastrarme.

Se ríe.

―Voy a considerar tu sugerencia.

Me levanto abruptamente de mi asiento y me acerco hasta él molesta, pero luego vuelvo a sonreír.

―A ver si lo intentas, aquí al aire libre, donde todos pueden verte ―le aclaro.

―¿Vas a quedarte a vivir en el balcón?

―Quizás.

―¿Puedo vivir contigo? ―Sonríe de lado.

―No estoy jugando. ―Frunzo el ceño, su sonrisa se borra y se queda mirándome inexpresivo―. ¿Qué? ―Levanto una ceja.

―Me colmas la paciencia.

―Y tú la existencia.

―Violette. ―Ahora él frunce el ceño―. No hagas esto más difícil.

―¿Por qué? ―Sonrío satisfecha―. ¿Vas a matarme? Muerta no te sirvo ¿Vas a torturarme? No te tengo miedo ¿Vas a violarme? Me harías un favor, hombre estreñido.

Enarca una ceja.

―Tus insultos van de mal en peor ¿Qué tiene que ver el baño en todo esto?

―Es que me olvidé del insulto en el que tu cosa no funciona. ―Muevo la mano en círculos y agito los hombros―. Y no tengo ganas de pensar.

Se vuelve a reír.

―Eres un caso perdido. ―Levanta una ceja―. ¿Y qué sabes si no funciona?

Me cruzo de brazos.

―Te crees muy viril, pero solo me has atendido dos o tres veces, para mí eso es estar incapacitado para el sexo.

Frunce el ceño.

―Y tú no sabes ni contar.

―¡Claro qué sí! ―Presiono mis puños y ruedo los ojos―. Que no me acuerde una no significa que no sepa contar.

―A ver ―exige.

Me sobresalto.

―¿En serio debo decírtelas?

Sonríe.

―Si lo dices bien, no te tendrás que a ir hoy a la reunión ¿Jugamos? ―Ladea la cabeza.

―¡¿De verdad?! ―pregunto emocionada y cuando asiente sonrío con confianza―. ¡Pan comido! ―exclamo con altanería, entonces me pongo a contar―. La primera es con la que concretamos nuestro acuerdo. ―Levanto otro dedo, así que me lo pienso―. La segunda es la que no me acuerdo muy bien. ―Me rasco la cabeza―. Estábamos borrachos y bue, yo qué sé, creo que sí. ―Muevo la mano y paso a la siguiente―. Y la tercera, es la que tuvimos hace poco. ―Sonrío ampliamente―. ¿Y? ¿Ya gané?

Se mantuvo serio mientras hablaba y lo sigue estando. Hay una pausa interminable hasta que decide responder.

―Te faltó una.

Quedo tildada ¿Eh? ¿De qué está hablando? Pude haberme equivocado en decir tres, pero cuatro es imposible.

Nunca hubo una cuarta, es un mentiroso, eso es trampa, a mí no me engaña.

La prometida del Alemán (R#6) [Prometidos #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora