Capítulo 21

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Cayendo en un abismo oscuro me pregunté una y otra vez si seguía vivo.

Si había muerto de un momento a otro, ¿entonces esto era el infierno?

Solo un enorme vacío en el que la niebla rodea mis brazos y no se puede ver más allá de dos metros.

No recuerdo mucho sobre lo que sucedió luego de cerrar los ojos, excepto ver a una parte de mi familia alejándose a través del espeso vapor que emanaba alrededor de mi cuerpo.

He leído sobre personas que aseguran haber visto a Dios, o haber visto el infierno cuando por alguna razón mueren un par de segundos.

Esa noche cuando dejé de respirar en realidad no tuve miedo. Ni siquiera fui consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Recuerdo sentirme adormilado, cansado, incapaz de moverme o hablar, pero de igual manera mi mente se sentía pérdida así que no me asusté.

Si mis sentidos hubieran estado despiertos el pánico hubiera invadido todo mi ser cuando aquel pitido llenó la habitación con ese sonido que lastima los oídos.

Mamá me dijo una y otra vez que no cerrara los ojos, que me quedara con ella y luchara con todas mis fuerzas. No obstante, en ese momento no había ya nada que me hiciera estar en el mundo.

Creo que mi mente se desconectó de la realidad ese lapso de tiempo desde que dejé de respirar hasta perder la consciencia. Y al volver a abrir los ojos, los veía de espaldas alejándose.

Marco, Dianna, Noa e incluso una tía lejana llamada Martha a la que tenía años sin ver. Todos se iban en un inmenso vacío que se extendía hasta donde era capaz de ver. Pensé si era un sueño, si quizá estaba alucinando como cuando tengo ataques de pánico en medio de la noche.

Sin embargo, el tiempo pasaba, o mejor dicho, se sentía como que no avanzaba mientras yo me quedaba recostado en el piso negro sin la intención de moverme.

En realidad una sensación de paz me mantenía en el suelo. Estaba tan relajado, como pocas veces que no quise acabar con eso rápido.

Pensé en porqué me habían dejado: si aquella imagen intentaba decirme que lo que ellos deseaban era desligarse de mí. Al final de cuentas toda mi vida había sido incapaz de hacer algo por mí mismo, quizá estaba destinado a no lograr nada. A pesar de saber que todos me querían, pensaba si su cariño tapaba lo que sentían realmente en sus corazones.

La tía Martha había dejado de hablar con nosotros cuando se mudó a California junto a su nuevo esposo quien -al igual que ella- poseía una gran fortuna. Nunca volvimos a verla, a pesar de que fue alguien que invirtió grandes cantidades de dinero en mi rehabilitación. Imaginé que estaba presente entre las personas que se alejaban ya que cuando no vio resultados decidió irse, dejar de hablarnos y solo llamar en ocasiones importantes como nuestros cumpleaños. Aún nos mandaba cosas, como ropa y dinero, pero no la vería después de que los médicos dijeran que yo no llegaría lejos.

Martha no tenía un vínculo como el de mamá y papá conmigo que la obligara a quedarse. Cuando era pequeño la quería mucho, pues ella solía vestirme y hablar conmigo de cosas interesantes. Luego de Noa y algunos médicos, fue de las primeras que intentó comunicarse conmigo.

Al irse de repente, me sentí lo suficiente mal como para dejar de esforzarme en la terapia del habla. Entonces, en el piso, tirado sobre el abismo negro me preguntaba por qué siempre me aferraba de esa manera a las personas, y luego me dejaba caer cuando ellas decidían seguir con sus vidas.

Pues porque me creía incapaz de vivir por mí mismo.

En realidad sentía que si alguien no empujaba mi silla no podía salir al parque, pero por eso tenía una silla eléctrica. Si mamá no cambiaba los canales de la televisión no lo haría solo, a pesar de ser lo suficiente capaz de presionar los botones del control remoto. No intentaba hacer las cosas, quizá porque fui acostumbrado a que los demás las hicieran por mí y nunca se me animó a querer hacerlas yo.

Estaba cerca de cumplir la mayoría de edad, lo que para los jóvenes normales significa una etapa de cambios importantes. Hasta la fecha no había pensado en una universidad, ni siquiera había contemplado la idea de seguir estudiando. Julie solía venir a casa los miércoles por la tarde -aparte de los fines de semana- ya que se mantenía muy ocupada con los asuntos de la escuela, y aún teniéndola tan cerca nunca pensé en la idea de también ingresar a una.

¿Y si ahora estaba muerto?

¿Era mi destino eterno estar tirado en un piso negro lamentando el no haber logrado nada en vida?

Demonios.

Ya había pasado un buen rato en el suelo sin siquiera intentar levantarme.

Cuando al fin moví los brazos y los pies, tuve una sensación extraña que nunca antes había experimentado. Era como haber despertado un montón de nervios que antes no funcionaban; era el control total de mis músculos sin espasmos o parálisis. Me preguntaba si había sido yo mismo quien me había llevado hasta ese punto: hasta ese momento en el que estando tan cerca de ser adulto no lograba un avance significativo en mi rehabilitación.

Ahora el tiempo había realizado su trabajo en mi ser. Los médicos siempre dicen que una persona con parálisis cerebral tiene la oportunidad de obtener nuevas capacidades conforme avanza su vida al igual que todas las personas, tanto físicas como mentales. Pero creo que en algún punto todos detenemos este desarrollo. Había llegado a la línea, quizá no eran probables más avances grandes para mí.

Leí sobre personas que aprendían a caminar cerca de los quince años. Quería saber si de intentarlo podía hacer algo así también. En ese momento en verdad fue mi deseo poder caminar al menos unos cuantos pasos. Anhelaba tomar la mano de Julie en el parque, y avanzar entre las personas como una pareja común, sobre todo ahora que ella lucía tan linda.

Pero quizá eso no era posible.

Me levanté con cuidado dispuesto a explorar la oscuridad aunque me diera miedo, no obstante, en el momento en que me encontré de pie el fondo negro que me rodeaba desapareció dejando en su lugar la imagen de mi casa desolada.

Se veía descuidada como si nadie la hubiera limpiado en semanas. El césped era demasiado alto ahora, tanto que no lograba ver mis pies. Caminé hasta la entrada, notando que había muchas notas y sobres bajo la puerta. El medidor de luz había sido retirado lo que indicaba que la habían cortado, seguramente llevaban semanas sin pagarla.

Al percatarme del ambiente tan extraño que me rodeaba, decidí abrir la puerta, y en ese momento todo se esfumó...

Daniel "Un Chico Enamorado"  (EDITANDO)Where stories live. Discover now