Capítulo 35 - FINAL

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Necesitaba encontrar respuestas a todas esas preguntas que rondaban en mi cabeza. Era prudente que me encontrara a mí mismo, que pudiera conocerme, y así crecer. Estaba tan acostumbrado a las personas, a que los demás me cuidaran, a que todos me resolvieran la vida que no había disfrutado lo suficiente de mi soledad; mucho menos imaginaba la independencia.

¿Qué significa realmente madurar?

¿Acaso las personas, en algún momento, dejamos de ser como niños?

Quería saber si los que caminaban a mi lado se sentían como yo. Sí se preguntaban que tan capaces eran, o si les asustaba estar solos. Descubrí que yo no quería estar solo, de hecho, anhelaba que alguien estuviera siempre a mi lado para protegerme, y eso no estaba bien.

Me pregunté si en realidad amaba a Julie, o solo sentía que era la única persona dispuesta a cuidarme cuando mamá no estuviera. De ser así, era muy injusto para ella.

Quizá no era nuestro momento para estar juntos.

Al cabo de unos días mamá había arreglado todo para irnos a Monterrey. Noa fue quien habló con Julie acerca de mi decisión, pues yo no me sentía preparado para hacerlo.

Igual nos vimos antes de que me fuera. Supe que ella estaba feliz a pesar de su expresión seria, y su falta de contacto corporal. Quizá más que contenta, se encontraba esperanzada. Ambos esperábamos que al final del tratamiento nuestra relación pudiera ir más lejos, que no hubiera tantos obstáculos en el camino.

Me dediqué a mirarla en silencio, admirando su cabello negro, su blusa de escote y su pantalón de mezclilla ajustado.

Iba a extrañar admirarla todos los días con su rostro maquillado y sus mejillas pintadas de rosa. Iba a echar de menos sus largas pláticas, su voz áspera, su tono tierno al sonrojarse porque se daba cuenta de que la veía.

En realidad, habló mucho esa última tarde cuando nos sentamos en el parque bajo un cielo despejado, bastante brillante en comparación con nuestra triste despedida.

Martha estaría esperándome en Monterrey, lista con una casa adaptada. Los médicos también se habían preparado. Mamá dejaba todo por ir conmigo, incluído a Noa quién se quedaría para terminar la universidad.

Todo estaba listo para que a la mañana siguiente saliéramos en el próximo vuelo rumbo a nuestro nuevo destino. Se tenía planeado que el tratamiento durara entre dos y tres años: desde el diagnóstico inicial, la evaluación de las posibles complicaciones y tratamientos previos para evitar problemas (los cuales podían incluir cirugías para arreglar asuntos relacionados con los huesos y los músculos); después unos cuantos meses de terapia de células madres, con jeringas, intravenosas y medicamentos raros; y al final unos años de terapia general. Si tenía suerte, el tratamiento concluiría en menos tiempo, aunque existía la posibilidad de que se extendiera más de lo esperado.

No estaba listo para irme.

Cuando veía a Julie hablar intentando fingir un ánimo que no sentía, pensé por un momento en dar marcha atrás. Olvidar el tratamiento, mi sueño de dejar la silla de ruedas, o el ventilador. Quise quedarme con ella en ese parque justo como nos encontrábamos en ese día, iluminados por la luz del sol, con su voz quebrando el silencio y arruinando el canto de las aves en los árboles. Con su mirada perdida en el horizonte, sus labios moviéndose casi como si nunca fueran a detenerse.

Incluso si pasaba el resto de la eternidad atado a un cuerpo que no me entendía, me asustaba dejarla y que con el tiempo el amor de mi vida me olvidará, o encontrara a alguien mejor: alguien con quien pudiera pasear por el parque tomados de la mano, o la llevará a bailar en fiestas por la noche, o solo la acompañara dentro del agua del estanque cuando hacía demasiado calor y a ella le daban ganas de quitarse la ropa. Quizá una persona capaz de llevar su ritmo rápido al hablar, y pudiera ser parte de sus locuras.

Pero quizá nunca nadie iba a quererla como yo lo hacía: con la intensidad que las olas aman chocar contra las rocas en un acantilado. Quizá para nadie sería todo lo que vale la pena sobre la tierra.

Así que mientras Julie pretendía bromear, una lágrima se derramó por el borde de mi ojo, y antes de que ella se diera cuánta un diluvio escurría por mis mejillas.

Se volvió hacia mí con los ojos bien abiertos. Inclinó las cejas y tomó mi rostro con sus manos teniendo cuidado de no lastimarme.

-Dani, no hagas esto -exigió con voz firme, aunque se escuchaba que podría quebrarse en cualquier momento -. No estamos diciéndonos adiós, tan solo nos vamos a separar un tiempo. ¿Quieres dejar de llorar? Si sigues también lo haré yo.

Pero sus palabras solo me hacían sentir peor. Ya no escucharía sus regaños, o sus quejas. Tan solo imaginar que esa sería la última tarde conviviendo con su personalidad cambiante, me hizo estallar en llanto, y dejar que las lágrimas se derramarán combinadas con gemidos ahogados que dolían en mi pecho.

¿Entonces así se sentía estar enamorado de alguien? Como si separarse fuera casi el fin del mundo, al menos ese parecía el fin del mío.

Julie se apresuró a quitar las correas que me sostenían a la silla para sujetar mi torso en forma de abrazo, mientras besaba mi frente y acariciaba mi mejilla se limitó a guardar silencio. Afortunadamente no había muchas personas en el parque que mirarán la escena, muy pocos serían testigos de mis lágrimas cayendo amargas desde mis ojos hasta mi barbilla, e incluso la baba que ocasionalmente escurría iba a quedarse solo en mi memoria, y en la de ella.

-No quie...ro ir...me -gemí intentando sostener a Julie.

Ella rió con un volumen muy bajo de voz sin dejar de abrazarme con fuerza, luego besó de nuevo mi frente para decir: -Tienes que irte.

E intentó reír de nuevo, pero supe que una lágrima había caído pues ví cuando movió su mano para limpiarla. Luego se apartó con cuidado, tomó mis manos entre las suyas: estaban calientes, a pesar de que casi siempre las tenía heladas. En su rostro veía los músculos contrayéndose alrededor de sus ojos intentando evitar que el llanto siguiera, al igual que una sonrisa sincera que de hecho parecía dolorosa.

Peinó mi cabello mientras yo me movía sin dejar de llorar, ¿Por qué era así? ¿Porque no podía detenerme?

Seguramente los que caminaban a nuestro alrededor pensaban que se trataba de un berrinche, porque ella se veía hasta cierto punto serena. Yo agitaba los brazos, lanzaba patadas y movía de manera brusca mi cabeza. Tan solo sentía los músculos más pesados que de costumbre, como si una carga se hubiera posado sobre cada parte de mi cuerpo. Dolía respirar, sentir el aire demasiado caliente entrando por la traqueotomía; tan solo parecía que me estaba asfixiando.

Julie tocaba con cuidado mi rostro, trazando líneas con sus dedos en mis mejillas, frente y barbilla. Parecía que intentaba relajarse a sí misma y darse ánimos.

Sonrió mirándome fijamente.

-Creo que nunca te había visto llorar con tanta intensidad -soltó de repente inclinando las cejas, mis ojos seguían produciendo lágrimas, una tras otra -. Todo estará bien, ya lo verás.

Y de nuevo me abrazó hasta que terminó el día, haciendo que todo pareciera más fácil.

FIN

Daniel "Un Chico Enamorado"  (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora