Capítulo 33

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Seguí mirando a los vecinos cada que podía, siempre igual de impresionado por la manera tan salvaje en la que reaccionaba la mujer de repente.

También pensé, casi todo el tiempo, si era buena idea intentar el tratamiento. Martha se quedó con nosotros unas semanas, por lo que día con día me recordaba lo maravilloso que sería vivir sin necesitar el ventilador mecánico, o ir por allí sin tantos espasmos dominando mis movimientos.

Mientras reflexionaba en la soledad de mi habitación sobre todo lo que me rodeaba, desde la idea de sentir dolor de nuevo hasta un futuro con Julie en el extranjero, veía por la ventana a la familia disfuncional que caminaba con las ropas llenas de tierra dentro de los límites de su casa a unos metros de la mía.

Descubrí que el marido de la mujer era también agresivo. Solía llegar ebrio por la tardes para arremeter contra su esposa. Los gritos se escuchaban hasta mi habitación si abría la ventana y me concentraba en guardar silencio. La verdad parecía que dentro de la casita de cartón y madera vivía una fiera que gruñía con poder, aunque solo se tratara de un hombre borracho.

A veces no era suficiente con golpear a su esposa dentro de la casa, la arrastraba con fuerza por los cabellos hasta la calle empedrada, y le gritaba insultos que ninguna mujer debería recibir. La sangre le escurría a la mujer por el rostro, junto con lágrimas y moco. En las pupilas dilatadas del hombre se notaba su odio, un coraje inmenso que se había clavado bajo su piel. Quizá no la odiaba a ella, odiaba el ser tan miserable que él mismo era, probablemente tenía guardado en su corazón los maltratos pasados de sus padres, imaginando en su ebriedad los rostros de ellos en el cuerpo de su esposa cuando la golpeaba.

Y ahí la dejaba tirada sobre la tierra, con las miradas de los vecinos quienes compadecían a la mujer, sin hacer nada más que murmurar entre ellos.

Los niños pequeños a veces salían de casa sin permiso para comer las plantas silvestres que crecían alrededor de la improvisada colonia. También los pude ver comiendo tierra un par de veces y bebiendo el agua estancada.

Pensaba siempre si esos niños no se enfermaban todo el tiempo, pues yo podía contraer una seria infección de comer un fruto no lavado.

Luego, la muchacha escuálida, de mirada triste y cabellos despeinados, salía de casa por las mañanas con los zapatos rotos, una cubeta vieja y una franela en las manos, para dirigirse a no sé donde.

En general, la mayoría de habitantes del lugar iban sucios por la vida, con ropas que no les quedaban o con los pantalones rotos. Se notaba que quizá se dedicaban a trabajos de albañilería, carpintería, plomería. Entre todas las familias solo había un muchacho que vestía traje cuando se iba por las mañanas atravesando la puerta de cartón de su humilde aunque cuidada cabaña de madera. En realidad no era guapo, tenía la cara hinchada y los huesos del cráneo demasiado marcados, tanto en los pómulos como en la frente y la barbilla; pero usaba cera para cabello en su peinado de lado, con las patillas y el flequillo bien recortados. Llevaba camisa blanca, y los zapatos brillantes.

Entre todas las casas, la suya era la única con jardinera, llena hasta cada esquina con flores de todo tipo. Su madre -o al menos supongo que eso era-, lo miraba con recelo por la pequeña ventana de madera que adornaba su fachada. Siempre le gritaba que tuviera cuidado mientras él avanzaba con pasos cautelosos por el camino de tierra intentando no estropear la limpieza de sus zapatos.

Los demás vecinos le miraban con envidia: le recorrían de pies a cabeza con las pupilas ardiendo y los dientes apretados. Había también un trío de mujeres con sobrepeso y cabello rizado corto que murmuraban cada que lo veían pasar, y más de una le saludaba amable con una sonrisa de deseo.

Y cómo no tratarlo de manera agradable cuando parece el mejor partido de la miserable colonia y tienes una hija joven, que guapa no es, pero sí que tiene una bonita figura.

La mayoría de las jovencitas eran casi igual que la muchacha escuálida a la que más miraba hablando de porte: con sus manos sucias, el cabello despeinado y la piel llena de manchas de sol. Algunas no tenían el mejor abdomen pero eso no las detenía de usar camisetas cortas e incluso sostenes deportivos. Noté que la mayoría de ellas incluso tenían hijos que se arrastraban por el piso y corrían sobre las piedras sin que nadie estuviera al pendiente de ellos.

Al levantar la vista me encontraba con un montón de muchachos no demasiado mayores que yo con cervezas en las manos, cigarros y pantalones de tiro demasiado largo. Y siempre pensaba que nunca antes había visto algo similar.

Mi vida era complicada, pero al menos tenía lo que necesitaba.

Podía incluso presumir de una novia hermosa.

¿Por qué no me arriesgaba a intentar tener un poco más?

Al analizar cada detalle de la improvisada colonia que crecía a unos metros de mi casa supe que muchas personas en verdad deben luchar demasiado para salir de la miseria, pero de esforzarse pueden lograr algo mejor. Mientras otros solo se quedan esperando. Dejan pasar la vida frente a sus ojos: mala, sucia, descuidada. Pero aún teniendo lo necesario para ser mejores, simplemente se quedan sentados.

Yo no quería ser así.

Daniel "Un Chico Enamorado"  (EDITANDO)Where stories live. Discover now