Capítulo 34

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No quería ser así.

En ese momento descubrí que debía tener mayores aspiraciones en la vida que esperar a que mi futura esposa fuera capaz de cuidarme.

Pensaba si podría ingresar a una universidad a pesar de la mala calidad de educación que recibía en el centro especial. Además, me preguntaba quién me ayudaría con mis necesidades si empezaba a asistir a una escuela normal.

Estaba más asustado que muchos jóvenes de mi edad al pensar en el futuro.

¿Y si mamá moría?

¿Y si Julie se apartaba de mi lado?

Si de un momento a otro me quedaba solo, ¿cómo lograría sobrevivir?

Simplemente no lo haría.

De estar solo en el mundo no podría seguir existiendo.

Las posibilidades de que algún día estuviera por mi cuenta eran nulas -a menos que yo mismo decidiera alejarme. Pero la mala suerte era parte de mi vida. Uno nunca sabe cuando el mundo te va a jugar sucio.

Así que, mirando la colonia mugrosa a espaldas de mi casa decidí que iría a Monterrey.

Habían demasiadas cosas que me asustaban de alejarme, principalmente me daba miedo dejar a mi novia. No obstante, al analizar la situación con detenimiento, era mucho más aterrador un futuro estando como estaba.

Si nunca lograba respirar por mi cuenta iba a morir joven, incluso podía desarrollar problemas cardiacos en un futuro cercano. Si el ventilador no me mataba, entonces lo haría una de las muchas úlceras por presión que se formaban en mi piel.

Años había pasado deseando una pequeña oportunidad para poder caminar, al menos una pequeña esperanza. El tratamiento de células madre era quizá mi única opción.

No era correcto negarme a hacerlo.

Noa estuvo conmigo mucho, sobre todo cuando la semana de evaluaciones de Julie le robó todo el tiempo del mundo. Para cuando fue mi cumpleaños Martha se había ido, lo hizo justo unas horas antes de que decidiera intentar el tratamiento. Así que el día en el que al fin me convertiría en adulto lo pasé con mi hermano.

Dianna había querido hacer una fiesta, pero dadas las circunstancias, le pedí que solo comprara un pastel. Ella aceptó y ese día fue de hecho bastante normal.

Por la tarde salimos con Noa a la plaza de las flores. Recién habían atropellado a una niña el día anterior, por lo que en la avenida habían cintas policiales frente a la panadería.

Todos hablaban sobre la mala suerte de la pequeña. Las personas querían saber con lujo de detalle cómo habían ocurrido los sucesos. Debido a que Noa tenía una actitud de muchacho entrometido decidió que tomáramos asiento frente a la entrada de la panadería para saber qué pasaba. Y se quedó en silencio por cerca de veinte minutos escuchando la terrible historia. Cada que el relato se tornaba más oscuro abría la boca al mismo tiempo que sus cejas se inclinaban provocando arrugas en las sienes de su cabeza.

-¡Vaya! -exclamaba en voz baja con los ojos bien abiertos -. Dios, Dani, ¿escuchaste eso?

Y yo solo asentía aunque realmente no estuviera prestando atención.

Supe que la niña atropellada pedía dinero en la plaza. Sus padres venían de un pueblo pequeño y vivían detrás de mi casa en alguna de las chozas que se caían ahí. La pequeña no tenía ni cinco años, y al parecer un camión había partido su cuerpo al empujarla y luego pasarle por encima cuando ella no se apartó del camino, y el conductor la arrolló al dar en reversa sin alcanzar a verla.

Daniel "Un Chico Enamorado"  (EDITANDO)Where stories live. Discover now