Capítulo 25

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Al leerme textos cuando el sol iluminaba el jardín con una temperatura agradable para nuestras pieles, me recostaba a su lado con la cabeza sobre su pecho. Colocaba el libro en su regazo a la altura prudente para que pudiera verlo, y leíamos juntos a veces por horas. Mis palabras salían trabadas, con una dificultas infinita al momento de pronunciar la "R" o decir palabras largas y complejas: contrario de su voz que fluía como un río. Sin embargo, Julie escuchaba atenta cada frase que yo pronunciaba, acariciando mi cabello cuando en mi respiración inconstante se notaba que me había cansado.

Siempre decía:

-Lo has hecho maravilloso -seguido de un beso que depositaba con cuidado en mi mejilla.

~•~

Hablar de la familia me resultaba complicado, así que al escuchar esas palabras emanar de sus labios me puse nervioso. Claro que quizá el momento llegaría; debía estar feliz de que ella se sintiera lo suficiente orgullosa de mí para querer presentarme a sus parientes. Pero en mi corta vida, la relación con mis tíos, abuelos, primos e incluso padre era todo un asunto complejo en el que ellos me habían visto como algo inferior a un ser humano cualquiera.

Dianna terminó alejándose de su propia familia conforme crecía. Cada vez eran mayores las miradas, los murmullos sobre mi silla, y el nulo entendimiento de mi discapacidad hizo imposible una interacción con ellos.

Por otro lado, Marco ni siquiera estuvo presente en mi vida. En mis diecisiete años tuve oportunidad de ver a mis abuelos paternos cerca de cinco ocasiones, en las cuales se limitaban a mencionar la eutanasia o los calmantes para reducir mis espasmos y mantenerme dormido.

La historia con los padres de Dianna no es muy diferente. Hasta los diez años la abuela Mónica me sentó en sus piernas para cantarme canciones de cuna, ignorante de que yo de hecho había entrado en la edad en que odiaba ser tratado como bebé. Cuando el abuelo Eduardo me veía apretaba mis cachetes y tomaba mis manos para elevarlas sobre mi cabeza y decirme que era un nieto tan lindo.

Así que no estaba seguro de cómo reaccionarían sus abuelos, o tíos al verme si los míos propios no sabían tratarme.

La miré desconcertado mientras pensaba en todas las situaciones incómodas: la ocasión en la que mojé mis pantalones pues el catéter exploto en medio de una posada navideña; cuando me ensuciaba al comer cualquier cosa; esos momentos en que los espasmos dominaban mi cuerpo haciendo que incluso las palabras no quisieran salir por la tensión de mis músculos vocales.

Y entonces quería llorar.

-Si te incomoda hacerlo, puedo entender -dijo intentando forzar una sonrisa -. Es solo que en un par de semanas Adolph volverá de Alemania, y pensé que sería bueno que lo conocieras.

La última frase, mejor dicho, ese nombre captó mi atención sobremanera, así que mis pensamientos se esfumaron en un segundo. Pero claro que alguien lo había nombrado antes, y por supuesto necesitaba saber quién era aquel hombre.

-¿Qui...én es Adolph? -pregunté.

-Es mi papá -sonrió con sinceridad, mostrando los dientes e hinchando esas mejillas coloreadas de rosa -. Tuvo que irse hace un par de años, pero volverá pronto. Sería bueno que él te conociera.

Julie mencionó a su padre antes, aunque nunca de esa forma. Usualmente al hablar de él se expresaba casi como si hubiera muerto, se notaba molesta e incluso triste. Ahora sonreía de la manera en que lo hace un niño al darle un juguete, con los ojos inundados de anhelo, tan feliz que sentí envidia de que alguien ocasionara esa sonrisa y no fuera yo.

No entendía que sucedía, aunque tampoco consideraba correcto preguntarle.

Si en algún momento me arrepentí de algo, fue de mantenerme callado cuando quizá debí hablar. Julie siempre estaba atenta de mí, pero yo no le permitía saber lo que pensaba. Ella por el contrario, se volvía a sí misma transparente como el aire cuando estábamos juntos. Podía leerla perfectamente, sabía qué significaba cada gesto que esbozaba con su cara.

Ella tenía que preguntar una y otra vez cuando parecía que algo no estaba bien conmigo, y la mayoría de las veces mi falta de expresiones ni siquiera le dejaban saber si me encontraba incomodo.

Peinó mi cabello con sus dedos varias veces contemplando en silencio mi rostro.

-Entiendo si no quieres hacerlo -aseguró, aunque por como apretaba los labios supe que se sentía decepcionada.

Tuve que decir algo en ese momento, pero no lo hice.

Guardé silencio como siempre, esperando que ella lo entendiera.

Daniel "Un Chico Enamorado"  (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora