Capítulo 2

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Capítulo 2

Abrí mis ojos con dificultad por el dolor que la acción me causaba. Una tenue luz sobre mi cabeza me hizo fruncir el ceño, el color del techo de mi habitación era diferente. Y menos sucio.

Obligué a mi cuerpo a sentarse sobre la cama. Paseé mis ojos por la habitación en la que me encontraba, aterrándome al segundo.

No estaba en mi habitación.

Traté de levantarme de la cama, pero mientras lo intentaba, la sábana que cubría mi cuerpo cayó, dejando al descubierto un camisón color rosa pálido ceñido a mi cuerpo vulgarmente. Mis ojos se agrandaron y me cubrí nuevamente con la sábana, totalmente avergonzada.

Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. Si me habían cambiado la ropa, significa que habían tenido que desnudarme, ¿cierto? Algún desconocido había tenido oportunidad de explorar entre los rincones más íntimos de mi cuerpo sin mi permiso, y esa idea me asqueaba.

Al mismo tiempo, estaba terriblemente aterrada. Me encontraba en un paradero desconocido, con desconocidos, y ni siquiera sabía qué hora era. No había ventanas en la habitación, era pequeña y sucia, como aislada del mundo. Las paredes, originalmente blancas, tenían un color grisáceo por la suciedad, junto a la cama había un enorme armario de madera, y eso era todo.

La puerta se abrió y yo me acerqué instintivamente más a la pared. Me acurruqué en una esquina de la cama mientras sentía más lágrimas salir. Me odiaba en ese momento por ser tan débil, pero era una presa del terror que me invadía.

— Tranquila.— Una voz femenina y suave se escuchó entre las penumbras. Encendió un candelabro que parecía llevar en la mano y lo dejó en el suelo junto a la cama. — Esta habitación no está muy iluminada, apenas puedes ver. Mañana te trasladaremos a otra.

La desconocida mujer se sentó en la cama, junto a mí. Me alejé lo más posible de ella, y lo notó, ya que soltó un suspiro. Su pelo rubio algo canoso estaba recogido en un moño algo desordenado, y su vestido parecía bastante pobre. — Cielo, debes escucharme. No voy a hacerte daño.

— ¿Dónde estoy? ¿Qué quieren de mí?—susurré con la voz quebrada. Apreté los dientes para evitar el temblor en mi cuerpo, pero no surgió efecto.

—Cielo, comprendo que estés asustada, pero debes escucharme....— La mujer trató de calmarme con un tono dulce, pero mi ansiedad creció.

—¿Qué pretenden hacer conmigo?— grité aterrada. La mujer pegó un brinco y se acercó lentamente a mí. Abracé mis rodillas para hacerme más pequeña.— ¡No te acerques! ¡Por favor! ¡Ayuda! —. Sus brazos me rodearon con fuerza y me atrajo a su pecho. Dejé salir todo lo que llevaba dentro, dejando de forcejear. No había forma de cesar mi llanto, ni siquiera con las caricias que la mujer dejaba sobre mi cabeza.

—Tranquila, pequeña. No vamos a hacerte daño.

—Quiero marcharme a casa —sollocé. La mujer dejó un pequeño beso sobre mi cabeza y yo lo permití, por el simple hecho de que esa mujer era la única cosa a la que podía aferrarme en ese momento.

—Eso no va a ser posible, cielo —murmuró con pesar.

—¿Qué piensan hacerme? ¿Acaso esto es un tráfico de mujeres? —pregunté con terror. La mujer se alejó un poco y me acercó una taza que estaba sobre la mesita de noche, cosa que sorpresivamente no había notado.

—Bebe un poco de agua, cielo —recomendó con un tono suave. La miré con desconfianza.

—No tengo sed —mascullé.

—Debes beber, te sentirás mejor.— Volvió a insistir, y yo me alejé más de la mujer.

—¡No teng-! —. Una voz interrumpió mi queja.

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