Capítulo 3

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Capítulo 3

Un sonido me despertó. Quise abrir los ojos, pero estaba tan cansada que se me hizo imposible. Mi cuerpo no respondió a mi cerebro. Abrí la boca para decir algo, pero estaba tan seca que sólo salió un gemido desesperado de ella. Unos pasos se acercaron a mí y me obligué a mí misma a abrir los ojos. Primero abrí uno con mucho esfuerzo, y cuando me acostumbré a la sensación conseguí abrir los dos, encontrándome con una sombra frente a mí. Me enderecé enseguida y traté de reconocer la figura.

—Hora de levantarse, 238 —masculló una voz masculina. Me rodeó hasta llegar a donde se encontraban mis manos, y miré sobre mi hombro cómo cortaba la soga con una navaja. Solté un suspiro de alivio y froté mis muñecas, sintiendo como mis dedos se humedecían de lo que probablemente era mi sangre al instante. Sin perder el tiempo me levanté y corrí hacia la puerta con esperanza de escapar, pero al llegar a ella, mi cuerpo chocó con algo duro y fornido.

—Vaya, vaya. Pero si la nueva estaba tratando de escaparse. —Se burló una voz conocida. Mis ojos se abrieron y caminé hacia atrás alejándome lo más posible de Richard. Solté un grito cuando la mano del otro sujeto me rodeó el antebrazo con fuerza.— Llévala con las otras.

El hombre me arrastró hasta que salimos a un pasillo de paredes blancas algo sucias y muchas puertas. Sentí la mirada de Richard en mi nuca mientras nos alejábamos e instintivamente miré sobre mi hombro y vi como una sonrisa escalofriante de dibujaba en su cara. Me giré rápidamente, presa del terror.

El hombre que me sujetaba era como una cabeza más alto que yo, su pelo era castaño y tenía algo de barba. Trataba de recordar cada cara con la que me encontraba para denunciar a todos los cerdos que hacían esto si alguna vez conseguía escapar.

Me condujo por el pasillo hasta que llegamos a una puerta blanca al final del pasillo. Cuando la abrió, sentí mi mandíbula caer al suelo.

Había muchas mujeres en esa habitación. Algunas chicas estaban sentadas en sillas frente a espejos, otras se encontraban desnudas y caminaban de un lado a otro. Otras parecían estar arreglando a las que se encontraban sentadas. Estaba terriblemente confundida. Reconocí a Vivian entre todas las caras desconocidas y cuando me vio se acercó con una sonrisa en la cara.

—Buenos días, Maya —saludó. Fruncí el ceño al ver un nuevo moratón en su brazo. A ella no pareció afectarle, ya que ignoró mi mirada confundida. Fijó su vista en el hombre que me sujetaba y alzó una ceja.— Marlon, puedes marcharte.

El hombre me dirigió una última mirada antes de abandonar la habitación. Me giré nuevamente cuando Vivian colocó sus manos en mis hombros.—Vamos, tenemos que arreglarte.

—Espera —Empecé a comprender—, ¿esto es a lo que te referías anoche? ¿Están arreglando a estas chicas para que sean compradas?

—Empiezas a comprender. —Agarró sutilmente mi brazo y tiró de él.— Vamos, tenemos mucho que hacer contigo.

Mientras Vivian se ocupaba de depilar todo rastro de vello en mi cuerpo, arreglar mis cejas, lavar mi cabello y ponerme miles de cremas para suavizar la piel, miré a mi alrededor. Fue en el momento en el que me maquillaba cuando noté que una chica me dirigía miradas poco amables desde su silla.

—Vivian. —La llamé mientras esparcía polvo sobre mi cara. Mis ojos no dejaron de mirar a la chica de pelo negro y ojos grises— ¿Quién es esa morena?

Sus ojos siguieron mi mirada y se encogió de hombros indiferente.— Ella es Anabelle. La chica de la que te hablé anoche.

—Comprendo —murmuré sorprendida de que una chica tan atractiva no hubiera sido comprada.— ¿Pero por qué nunca ha sido comprada?

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