Epílogo

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Epílogo


Nunca habría imaginado que volver a casa me provocaría un dolor tan grande. 

No había procesado todo lo que había ocurrido totalmente. Cuando me encontraron, me llevaron a casa y mi familia me recibió entre abrazos y lágrimas. Ni siquiera recordaba todo lo que me habían dicho, ni cuantas veces me habían jurado que me querían. No recordaba las preguntas que me habían hecho los policías, pero sí sabía que no había respondido ninguna. Todo el mundo decía que me encontraba en estado de shock, que era normal tener esa reacción después de lo que había pasado. Pero no era un shock. Era un corazón roto. El vacío que sentía en mí desde la última vez que le había visto. El frío que sentía constantemente.

Había perdido el apetito. Cualquier cosa que mi familia me hacía comer, acababa vomitándolo. No podía dormir por mi cuenta. La única cosa que me había ayudado a hacerlo eran las pastillas que reemplazaban la heroína que mi cuerpo parecía necesitar, otro problema con el que tenía que lidiar. Desde que había llegado a la casa, no había dicho ni una palabra. Sabía que toda mi familia estaba preocupada por mí, incluso oía a mi madre llorar por las noches desde mi habitación. Quería volver a ser la misma, anhelaba volver a tener esa felicidad en mí que tenía antes.

Pero todo había desaparecido.

Ya habían pasado dos semanas desde ese día. Los policías habían informado a mi familia de muchas cosas. Todas las chicas que estaban en la casa fueron llevadas a un centro de rehabilitación y contactaron a sus familias. Richard estaba en la cárcel.

Pero no era el único.

Allec y William también estaban ahí dentro, como todas las personas que habían estado involucradas en las compras de las chicas. Allec había preguntado por Faith, había querido encontrarla antes de ser metido entre rejas, pero los policías le dijeron que no había nadie registrado bajo ese nombre.

Allec estaba encerrado y nunca llegaría a encontrar a su hija.

Abrí los ojos y me fijé en el trozo de piedra frente a mí. Todas las tumbas a mi alrededor tenían adornos, frases personalizadas o al menos flores. Sin embargo, la de Vivian estaba desnuda, como la habían encontrado el día en el que los policías nos encontraron a todos. Desnuda y golpeada, tirada en el suelo como si se tratase de un objeto sin valor. Así había muerto, golpeada hasta la muerte por su propio marido.

Nadie había ido a su entierro. La única que estuvo ahí fui yo, junto al sacerdote. No le dije a nadie que estaba ahí, porque sabría que mi familia iría conmigo para "apoyarme". Apreciaba su esfuerzo, pero quería que sólo fuera gente que realmente conociera a Vivian. Según los policías, sus padres fueron contactados, pero no se pasaron por el cementerio. Al parecer, Vivian estaba sola.

Y así murió.

La única vez que abrí la boca junto a los policías fue para preguntar por Anabelle, que al parecer había desaparecido. La decepción que había sentido cuando me habían dicho esas palabras no se podía describir. La única persona que pensé que me podría entender, no estaba conmigo.

Lentamente me agaché y dejé las flores junto a su tumba. Al menos sería recordada por alguien.

Salté en mi sitio cuando sentí una mano posarse en mi hombro. Levanté la mirada y vi unos ojos verdes mirándome con compasión.

Calum.

—Así que aquí es a donde te escapas —murmuró, observando la tumba.— Supongo que la conocías.

—¿Ahora me sigues? —pregunté apenas audiblemente. Soltó un suspiro derrotado y me miró con desesperación.

—Maya, lo siento, pero no voy a dejar que salgas de mi vista nunca más.— Me levanté del suelo y peiné mi pelo con mis dedos.— ¿Sabes cómo me sentí cuando me dijeron que habías desaparecido? ¿Y que había sido para ir a verme?

Bajé la cabeza algo avergonzada y cerré los ojos cuando sentí sus dedos entrelazarse con los míos. Miré nuestras manos unidas. Antes, cualquier toque de Calum había provocado mariposas en mi estómago. Pero yo no quería mariposas, yo quería fuego. El fuego que él me había hecho sentir.

—Estoy enamorado de ti, Maya —susurró.— Lo llevo estando desde la primera vez que te vi. Y voy a dejarte el tiempo que necesites. Voy a esperar a que estés bien, te lo prometo. Pero no voy a dejar que te vayas de mi lado nunca más.

Atrajo mi cuerpo al suyo y me rodeó los hombros con los brazos, besando mi cabeza. Dejé mis ojos enfocados en el suelo. No quería esto. No me sentía mal en sus brazos, pero no los quería a mi alrededor. Quería sus brazos, sus ojos azules y las manchas verdes en sus irises. Quería que me mirase, que me besara.

Dios mío, le quería conmigo.

Sin poder contenerlo más, comencé a llorar. Era la primera vez que lloraba en las dos semanas que llevaba en Rangiora, y se sentía tan mal hacerlo. Se sentía mal porque llorar significaba que mi corazón se había dado cuenta de que él no volvería. No podríamos estar juntos. William pasaría diecinueve años en la cárcel. Él perdería su vida por algo que yo había hecho. Y no había podido hablar con él. En su testimonio se echaba la culpa únicamente a él sin involucrarme en nada. Había hecho todo eso por mí. Ese maldito idiota estaba en la cárcel por mí, y la maldita idiota de mí no tenía valor para ir a verle.

Una de las primeras cosas que hice cuando llegué a Rangiora fue ir a casa de Andrew para encontrar a Faith, pero él ya no vivía ahí. Según los vecinos, su mujer había muerto hacía un año y él se había mudado, pero nadie recordaba haber visto a un bebé con él. Nadie sabía dónde estaba ni qué había sido de él, pero yo sabía una cosa.

Lo mínimo que podía hacer por los hermanos Cedrick, era encontrar a Faith.

Y en diecinueve años, volvería a encontrar a William.


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Bueno, aquí está.....

El final de Vendida.

Me gustaría agradecer a todos mis lectores por el apoyo que me han dado y todos los comentarios que me han alegrado el día.
No sólo agradezco los votos y comentarios, sino cada persona que haya leído esta historia.
De verdad, muchas gracias por todo y espero que os haya gustado esta historia. Escribirla ha sido un placer para mí.

Quería informaros de que aunque éste parezca el final definitivo, no lo es. Tengo otro libro en marcha.

Saludos y besos,

Paula.

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