Salí de su casa después unas cuantas despedidas que aparentaban ser las últimas durante ese día, pero que no lo eran.
Nos despedimos en el rellano porque le obligué a no bajar tantos escalones solo para despedirme.
Bajé las escaleras y cuando estaba montado en el coche con la estúpida sonrisa que me dejaba estar con Agoney, llamé a Alfred habiéndome asegurado de que podía hablar.
*Por teléfono*
Antes de que oigas el motor y me digas nada, estás en manos libres.
Vale, ¿cuentas o cuento?
Tú primero.
A ver, he llegado y hemos ido a la Cafetería Salva, donde siempre, hemos tomado algo y después en mi casa le he dicho todo lo que sentía.
Durante el viaje, que fue corto, me contó todo lo que le había pasado con Amaia: sus nervios, la reacción de ella e hizo hincapié en que todo lo que sentía era mutuo y correspondido.
Y yo cual madre orgullosa cuando su hijo lleva un sobresaliente a casa le repetí cuanto me alegraba, que era mucho.
Llegué a casa y le colgué prometiendo que después de mi hermano y primo fuese él quien se enterase.
Al entrar a casa me encontré con mi hermano y mi primo dormidos en los sofás individuales con la televisión encendida.
No quería despertarles y esa era mi intención hasta que de un momento para otro mi móvil comenzó a sonar y vibrar en el interior de mi bolsillo derecho.
Me estaba llamando Agoney.
Dimee.
¿Estás haciendo algo?
Acabo de llegar a casa, pero tengo que hablar con mi hermano y mi primo.
¿Les vas a contar?
No sé, ¿quieres?
Estaba realmente nervioso, y si no podía contarles porque él no estaba preparado del todo? si se arrepentía? Y si...
Claro que sí, bobo. Es más le acabo de contar a mi hermana y una amiga de Barcelona. No te importa, ¿no?
Claro que no, salvo si me quieren matar o algo.